La sociedad ecuatoriana ha quedado conmocionada por un nuevo caso de violencia machista. Un hombre apuñaló a su pareja, embarazada de cuatro meses, en medio de la vía pública y ante la mirada de peatones y agentes de policía. El autor del crimen tuvo retenida a la joven durante unos 90 minutos, pero la policía no actuó hasta que este atestó varias cuchilladas a la mujer. El suceso ha provocado indignación en el país y el domingo miles de personas se manifestaron como protesta por lo ocurrido.

Un sujeto, presuntamente venezolano, de donde sea, poco importa, comete un delito atroz en una pequeña población llamada Ibarra, Ecuador, y los ciudadanos de los alrededores estallan en furia no contra los delincuentes, sino frente a los venezolanos refugiados en ese país. A estas alturas ya comienzan algunos dolores de conciencia e indicios de que la policía local hizo poco o nada por evitar el crimen en cuestión. Y al parecer más clara ante la opinión ecuatoriana que algo, aparte del criminal, no está marchando bien. Excepto la felicidad del régimen feroz de Venezuela, sufriendo dolores estomacales y bastante angustiado por el crecimiento desbordante del hartazgo ciudadano por los abusos, corrupción e incompetencia como estrategia, al poder desviar la atención concentrada en su colosal fracaso hacia unos ciudadanos que se fueron a Ecuador buscando tranquilidad y seguridad que Venezuela les niega.

Y resulta que por el delito brutal de un hombre –que, de paso, ahora parece que ni siquiera es venezolano– una población ecuatoriana explota, abusa, apabulla, golpea, descarga odio. Y da, además, un pretexto estupendo a la dictadura venezolana, que les envió miles de venezolanos de trabajo con algún que otro loco y criminal encapsulado (¿o no se acuerdan de que eso ya lo hizo Fidel Castro hace años?), y al depuesto dictador Rafael Correa, para trampearles las cosas a un presidente Lenín Moreno que ha abierto las puertas, no sin timidez, a los que huyen despavoridos.

Es fácil de entender que el masivo y diario exilio venezolano es complicado para todos los países de Suramérica, especialmente los fronterizos Colombia y Brasil, pero esos receptores están haciendo lo posible –y en algunos casos aún más– para digerir la oleada. Eso se comprende, como también que entre tanta gente vayan agazapados delincuentes y desesperados.

Lo que cuesta comprender es el estallido, eso no es simple ni espontáneo cuando dura varios días y se convierte en campaña, ¿no ha pensado el Gobierno de Quito que es una forma de intervenir y complicar las cosas por parte de dos enemigos declarados del gobierno de Lenín Moreno como son sus atribulados colegas castristas de Venezuela y el corrupto censurador de medios, manipulador y confortable exiliado en la apacible Bélgica donde tiene su dinero y refugio, Rafael Correa?

Muy grave la actitud de los funcionarios y sobre todo del presidente. Sin embargo, lo alarmante es la liviandad e infamia, no la nacionalidad real o ficticia del homicida.

Con la rapidez que no exhibió la policía ecuatoriana para frenar el delito de un hombre contra su mujer embarazada, el gobierno del ilegítimo se pone a sí mismo como salvador de los mismos atormentados que forzó a escapar de Venezuela y que ahora, con aviones de la fracasada Conviasa, ofrece rescatar de la furia ecuatoriana y volver a traer al país del cual huyeron por hambre y con tristeza.

A eso es necesario agregar a los miles de ecuatorianos que, más que por persecuciones políticas, por pobreza y falta de oportunidades, durante años estuvieron migrando a Venezuela, tantos que hasta zonas enteras construyeron, no se les puso trabas oficiales ni populares, y se les permitió exhibir su bandera nacional en esos lugares populares.

Hoy, cuando ciudadanos chilenos, argentinos, uruguayos, peruanos, colombianos, italianos, portugueses y españoles, entre otros muchos, reconocen que cuando se vieron forzados a huir de sus naciones tiranizadas y arruinadas, las más de las veces con apenas lo que traían puesto, recibieron en Venezuela paz, afecto, protección, oportunidades, y van asimilando las masas venezolanas que ahora hacen el camino inverso, resulta que son los ecuatorianos los que rechazan con violencia a los venezolanos, los agreden y linchan. Por el delito de uno.

Es una historia triste para todos, excepto para los tiranos de estos tiempos. Pero al final, ¿quién repara el daño causado psicológicamente y físicamente a los venezolanos que se encuentran en Ecuador?

@ArmandoMartini


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