Dos grandes fuerzas impulsan la creatividad humana. Una, la inherente curiosidad de nuestra especie, siempre buscando una explicación al mundo físico y biológico que lo rodea. La otra es la economía, desde la satisfacción de las necesidades más básicas como alimentación, refugio o abrigo y las más complejas y diversas de la actualidad.

El proceso creativo ha sido largo, con inventos y descubrimientos que han impulsado nuestra evolución social: dominio del fuego, arcos, flechas, herramientas, agujas, fibras, lenguaje, escritura, agricultura, domesticación de animales, fundición de metales, ruedas, ladrillos, cemento, canales, acueductos, papel, medicamentos, vidrio, moneda, unidades de medida, transporte y comercio. Esencial, la generación, aprendizaje y transmisión de conocimientos de una generación a otra. 

El resultado es la sociedad actual, con el enorme acervo de conocimientos acumulados y miles de tecnologías que sustentan sistemas agroalimentarios, de salud, industria, transporte, construcción, finanzas y comunicaciones. También es evidente que esa acumulación de conocimientos y la capacidad de transformarlos en tecnologías se encuentran distribuidas en forma asimétrica: unos países a la cabeza, y otros a la zaga. Los primeros con grandes universidades, bibliotecas, industrias y servicios con elevados valores para los indicadores de ingreso, salud, educación y cualquier cosa medible, y otros en los que esos indicadores destacan aspectos como pobreza, malnutrición, precariedad de servicios, inseguridad e inestabilidad política.

Ciencia y tecnología son indispensables para la generación de bienes y servicios. A la par, la producción, el comercio y los servicios son los motores que estimulan la inversión destinada a la formación de recursos humanos y la innovación. Es un círculo virtuoso que para su buen funcionamiento demanda instituciones sólidas. La suma de unos y otros, con la política, son la base para la gobernabilidad. Con frecuencia nos preguntamos qué necesitamos primero para acelerar el desarrollo de un país y el bienestar de sus habitantes: ¿más inversión en ciencia, tecnología y educación? ¿Una economía más sólida y diversificada? ¿Mejores instituciones? ¿Mejor gobierno?

Pues bien, la respuesta no es tan simple como determinar la posición relativa del burro y la carreta. Podemos encontrar respuestas opuestas, unos piensan que el burro debe halar la carreta, otros que la debe empujar. Es evidente que para transportar la carga se necesita tanto el burro como la carreta y si queremos que además esta acción sea eficiente y sustentable, también necesitamos un camino, alguien que cargue la carreta con mercancías y un burro, así como, al final del viaje, también quien va a comprar la carga. Si ese último no existe, ¿para qué vas a comprar el burro y la carreta? Y si no existe ese comprador final, pues tampoco hacen falta criadores de burros o constructores de carretas y a falta de todos ellos, ¿para qué construir el camino o cuidarlo si ya existía?

Producir la mercancía requiere conocimientos e insumos, construir la carreta también, criar burros como debe ser exige genética y alimentos, construir el camino demanda un gobierno que entienda su necesidad y al final, comprar la mercancía, pues cierta cantidad de dinero. Burros, carretas y caminos han sido sustituidos por vehículos terrestres, marítimos o aéreos, puertos, aeropuertos, vías férreas o autopistas. Existen millones de productores, compradores, transformadores y consumidores. Un mundo globalizado en el que a la inversión y gestión privada se suman gobiernos inteligentes. Estos, a su vez, invierten en educación, investigación e infraestructura, fortalecen las instituciones y crean reglas que hacen fácil, rentable y generadora de empleo y riqueza la actividad de todos los ciudadanos. Estos, organizados en empresas, proveen alimentos, medicinas, bienes y servicios. Cuando estos últimos son monótonos, escasos o precarios, disminuye o pierde calidad la demanda de educación, ciencia y tecnología. 

Existen muchos indicadores y organizaciones que compilan e interpretan datos. Un vistazo a los más importantes, que se ocupan de la economía, la calidad de gobiernos y vidas, o de las capacidades científicas y tecnológicas como el índice de desarrollo humano (PNUD), libertad y democracia (Freedom House y The Economist), el índice global de innovación (OMPI), inversión en ciencia y tecnología (Unesco) y los del Banco Mundial (consumo doméstico, exportaciones, valor agregado, inversión extranjera, salarios, producto interno bruto), total o por habitante. Así como los que miden la calidad del gobierno o la equidad (seguridad personal y jurídica, derechos de propiedad, derechos humanos, Gini, transparencia y violencia, entre otros). ¿Qué encontramos en ellos?

Cuatro grandes categorías: (1) entre 25 y 30 países con democracia plena, instituciones y derechos de propiedad sólidos encabezan casi todos los indicadores; (2) alrededor de 50 democracias imperfectas, una gran clase media internacional; (3) entre 35 y 40 países con gobiernos “híbridos” que apenas sacan la nariz del charco; (4) los 50 países con gobiernos autoritarios, con raras excepciones, hundidos en la pobreza y en los últimos puestos en casi todos los indicadores.

 ¿Cuáles ocupan y se alternan en las primeras posiciones? Noruega, Islandia, Holanda, Suiza, EE UU, Canadá, Alemania, Reino Unido, Australia, Singapur, Dinamarca, Finlandia, Austria, Nueva Zelanda, Irlanda, Francia, Corea del Sur, Japón, Bélgica, Luxemburgo, Italia, Francia,  España y Portugal ¿Cuáles emergen, en grados distintos, en el concierto internacional? China, Brasil, México, Rusia, India, Chile, África del Sur, Indonesia, Costa Rica, Uruguay y otros. Grandes y pequeños, europeos, americanos, asiáticos, africanos y de Oceanía.

Venezuela ocupa la posición 132 en el índice global de innovación (basado en 67 indicadores económicos, culturales, educativos, ambientales, científicos y tecnológicos), pésima posición en crecimiento económico, competitividad, exportaciones y violencia,  franco retroceso en los indicadores de ciencia y tecnología: migración de talento, patentes y número de publicaciones científicas. Pertenecemos al grupo de los 50 rezagados y si estamos en la clase media en algún indicador, como el índice de desarrollo humano (posición 67) fue gracias al desarrollo institucional de una incipiente democracia que para 2017 está muy disminuida.


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