En Álvaro Uribe Vélez tiene Colombia al más prestigioso líder de las fuerzas democráticas latinoamericanas. Corresponde, en su acerada e infatigable lucha contra las fuerzas del izquierdismo disolvente y dictatorial, a nuestro Rómulo Betancourt. Es la ruta que deberá liderar Iván Duque: resolver los problemas estructurales que le dan razones a las fuerzas castristas y combatirlas en el terreno de la teoría y la práctica políticas. Fortaleciendo los anhelos y aspiraciones democráticas de su pueblo. Y contribuyendo así al desalojo del usurpador venezolano.

La victoria de Iván Duque en las elecciones presidenciales de este domingo en Colombia constituye una doble señal para las fuerzas democráticas de la región. Y ambas están indisolublemente vinculadas a la tragedia venezolana: el voto preventivo de esa poderosa mayoría ciudadana que fue a las urnas a la sombra de la amenaza que desde hace un cuarto de siglo, desde Caracas, La Habana y Sao Paulo, ha venido a reciclar las peores tendencias dictatoriales y totalitarias ancladas en la genética latinoamericana. Y la poderosa vigencia de las fuerzas que continúan alimentando esa enfermedad congénita del populismo, el estatismo y el socialismo que desde el asalto al poder por el castro-comunismo se ha convertido en referencia obligada de los conflictos que nos afligen, impidiendo el despegue definitivo de nuestras sociedades hacia el pleno desarrollo, la estabilidad y el fortalecimiento de nuestras instituciones democráticas.

Pues si la mayoría absoluta del candidato del Centro Democrático no deja lugar a dudas respecto de la vocación democrática del pueblo colombiano, la altísima votación obtenida por el candidato de esa izquierda cerril y borbónica dejan perfectamente en claro que ni siquiera el horror que vivimos sus vecinos, cuyo espanto ya los ha alcanzado en las oleadas de refugiados que buscan sobrevivir invadiendo sus fronteras, ha logrado sacudir del todo las conciencias de los colombianos. Lo que le ha permitido al candidato que sigue sus trazas imitar, una vez más, al golpista venezolano Hugo Chávez, comparando subliminalmente un limpio, justo, claro e impecable proceso electoral con el fracasado asalto al poder por el teniente coronel venezolano el 4 de febrero de 1992: el avieso “por ahora”, esa boutade que lo sacara del absoluto anonimato para ponerlo a encabezar las hordas de la barbarie golpista y la estupidez de nuestras élites. Anunciando sin melindres y en la mayor impudicia que, exactamente como Hugo Chávez, volverá a la carga y tendrá en su segundo intento el éxito que tuviese, para inmensa desgracia de Venezuela, el golpista llanero.

Los paralelos entre el ascenso del ex guerrillero hasta estos altamente promisorios resultados electorales y el asalto del militar golpista hasta conquistar el poder mediante limpias elecciones el 6 de diciembre de 1998 son sorprendentes. Ni en uno ni en otro caso el fuerte de su respaldo electoral estuvo en los sectores populares. Estuvo en las clases medias y altas. Estuvo en los sectores políticos liberales y centristas que se niegan a ver los graves riesgos que enfrentan Colombia y la región ante el populismo castro-comunista, convertido en melanoma sociopolítico de América Latina. Estuvo en la llamada progresía y en ese pobresismo de que hacen gala los medios “liberales”. Nefasto y oscuro el sibilino intento de grandes medios internacionales, como El País, de España, por evadir la verdadera encrucijada en que se encuentra Colombia desde que llegara al poder Juan Manuel Santos y agotara los esfuerzos por institucionalizar a las FARC y convertirlas en lo que, finalmente, llegaron a ser: la columna vertebral de esa “nueva” izquierda que se alzó, por primera vez en la historia colombiana, hasta el sitial que hoy ocupa: el verdadero coprotagonista de las fuerzas democráticas enfrentadas.

Cuatro de cada diez colombianos pueden vanagloriarse de haber alcanzado al Chile de la Unidad Popular: ocupar ese 40% o más que ocupa los espacios políticos del país sureño que bajo su circunstancial conquista del poder a comienzos de los setenta del siglo pasado –pronto hará ya medio siglo– provocara la más grave crisis de toda su historia republicana. O la Argentina de los Kirchner o el Brasil del lulismo. Esa izquierda que, articulada desde La Habana y Caracas, llegara a poseer la Secretaría General de la OEA y conquistara los gobiernos de Ecuador, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay y Brasil durante las pasadas décadas. Y que se apronta, en un sorprendente acto de suicidio político, a conquistar la Presidencia de México.

Si la conciencia de la ciudadanía colombiana hubiera estado a la altura de las graves circunstancias que hoy, tras dos décadas de chavismo, confrontamos en Venezuela e, indirectamente, en Colombia, Iván Duque debiera haber ganado limpiamente en primera vuelta, como lo hiciera el jefe de su partido, Álvaro Uribe Vélez. Y es imposible e injusto desconocer el inmenso valor y el estadismo del líder del Centro Democrático, a cuya lucidez, coraje y tenacidad se debe en gran medida esta victoria. Repara con ella el gravísimo error de haber confiado en la funesta figura de Juan Manuel Santos, que le prolongara la vida a las guerrillas y lograra hacer de la izquierda castrista y de amplios sectores del centro y la derecha tontos útiles de las FARC.

Ciertamente, como insisten en señalar quienes justifican este ascenso de Petro hasta los aledaños del Palacio Nariño: los graves problemas sociales continúan dividiendo a la sociedad colombiana. Tanto o más lo estaba cuando llegara al poder el carismático Uribe Vélez. Que muy a pesar de tales diferencias lograra acorralar a las guerrillas y ponerlas al borde de su desaparición. A Santos, a las guerrillas, al Foro de Sao Paulo y al castro-chavismo se deben las dificultades que en estas cruciales elecciones el uribismo ha debido y sabido zanjar con una voluntad y una decisión admirables.

En Álvaro Uribe Vélez tiene Colombia al que hoy por hoy es el más prestigioso líder de las fuerzas democráticas latinoamericanas. Corresponde, en su acerada e infatigable lucha contra las fuerzas del izquierdismo castro-socialista disolvente y dictatorial, a nuestro Rómulo Betancourt. Es la ruta que deberá liderar Iván Duque: resolver los problemas estructurales que le dan razones a las fuerzas castristas y combatirlas en el terreno de la práctica política. Fortaleciendo los anhelos y aspiraciones democráticas de su pueblo.

En cuanto a Venezuela no olvidamos su promesa: llevar a quien usurpa la Presidencia de nuestra República a la Corte Internacional de La Haya. Contribuir a desalojar este régimen y sumarse a las fuerzas que exigen la liberación de Venezuela. Nuestra hermandad nos compromete.


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