I.

El gobierno tiene una vieja pelea con la realidad. Se ha divorciado de ella y siempre se inventa un relato que la ignora, la corrige o la desmiente. Diríase que es fiel a los tiempos de la posverdad.

No es extraño, entonces, que ignoremos lo que sucedió el pasado 4 de agosto, el día de los drones golpistas, según lo recogerán, tal vez, algunos historiadores. Hay versiones para todos los gustos y conveniencias y hasta para todos los prejuicios. Se desdibujan los hechos y desconocemos, por tanto, si nos encontramos ante un acto inventado desde el gobierno, de un “atentado permitido y controlado” por este o de una iniciativa terrorista de algunos opositores, con el agravante de que no se tienen instituciones fiables, capaces de aclararnos lo acontecido. Pero en cualquier caso habrá que señalar que fue un hecho peligroso, pues abona en la dirección de ubicarnos en terrenos de la antipolítica, dirección en la que el país lleva andando temerariamente varios años.

II.

Al rato, en cuanto se dejó de escuchar el ruido de las explosiones, el gobierno determinó que se trataba de un “magnicidio en grado de frustración”, del que eran responsables la ultraderecha venezolana, el gobierno colombiano y el imperialismo norteamericano, molestos con nuestro país. ¿El motivo de esta molestia? Cito la opinión del presidente Maduro, sin cambiarle siquiera una coma: “Yo estoy seguro de que un elemento que los desespera mucho, mucho, mucho, estoy seguro es el programa de recuperación, crecimiento y prosperidad económica que he activado y que el 20 de agosto va a tener un momento especial con la reconversión monetaria y una reconversión económica, financiera y fiscal integral”. O sea, incomodados, entiende uno, ciudadano de a pie, por el cono monetario y la derogatoria de la Ley de ilícitos cambiarios.

En pocas horas fueron identificadas varias personas y arrestadas de cualquier manera, al margen del debido proceso y del cuido de esos detallitos a los que obliga el respeto humano, corroborando, de paso, que el Estado de Derecho ya no es, entre nosotros, ni siquiera un disimulo. Imposible no mencionar, en este sentido, el indignante caso de la detención del diputado Juan Requesens, humillado y  maltratado por sus carceleros, según da cuenta un video que no ha sido desmentido.

El gobierno se afanó, pues, en construir su posverdad. Elaboró un relato opaco a partir de verdades, medias verdades y mentiras, que le viene muy bien para justificar, vistas las agresiones a las que está supuestamente sometido, su talante autoritario, expresado en represión, miedo, control sobre la ciudadanía, que vacían cada vez más la democracia.

III.

A todas estas, la crisis venezolana avanza y hace más dramática y compleja la existencia de la gente. La hiperinflación destruye todo lo que encuentra a su paso, pero es solo una parte, la más aparatosa, sin duda, de la situación nacional. Esta se manifiesta igualmente en un rosario largo de otros aspectos muy relevantes: anomia, violencia, miedo, incertidumbre, impunidad, desesperanza, corrupción, desinstitucionalización… Un sociólogo diría, en resumen, que se ha fracturado el tejido social y la convivencia se ha vuelto muy cuesta arriba, se ha desvanecido el espacio común, se han debilitado los sistemas de arbitraje colectivo, no hay consensos sobre casi nada y el país pareciera circular por una calle ciega, todo en medio de un proceso que nos vuelve una sociedad cada vez menos civilizada.

Los problemas rebasan al gobierno, no tiene ni siquiera cómo pensarlos en sus términos reales, los diagnostica capoteando su responsabilidad y, por supuesto, los encara mediante un guion desatinado. En suma, se encuentra atrapado en la telaraña de las grandes palabras de la revolución, fundamento de la narración de un país que es y discurre de otras maneras.

Por eso me parece que, después de todo lo ocurrido el día que volaron los drones en la avenida Bolívar, lo que ahora cuenta es el cuento oficial, escrito para que el episodio sirva a los fines de que el gobierno gobierne con el propósito de mantenerse en el poder, su casi única preocupación. Lo demás es apenas adornito y maquillaje, necesarios para guardar ciertas apariencias ideológicas, a fin de que las inconsecuencias políticas no se pongan muy de bulto.


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