La salida de venezolanos hacia el exterior no es solo un creciente movimiento conocido y practicado por miles cada día, sino un problema en pleno desarrollo del cual hay escasa vuelta atrás. Quien emigra, casi nunca regresa a su país de origen, excepto de vacaciones, reencuentros emocionados o funerales y más bien breves con familiares y amigos.

Quienes tienen edad suficiente deben recordar los miles de italianos, españoles, portugueses, centroeuropeos, cubanos, argentinos, chilenos, colombianos, libaneses, sirios, dominicanos, haitianos, entre otras muchas nacionalidades, que en varias oleadas llegaron a Venezuela.

Las motivaciones fueron diferentes para salir de sus países, persecuciones, tiranías implacables que desbancaban tradiciones, economías que daban ninguna o pocas oportunidades. Pero llegaron con el mismo objetivo: comenzar de nuevo, hacer una nueva vida. Venezuela fue un destino generoso, incluso simpático y cordial, y, en épocas que los jóvenes hoy jamás conocieron, rebosante de espacios y ocasiones para todos.

La gran mayoría llegó en condiciones de pobreza –una mano adelante y otra atrás, como reza el refranero popular–, dispuestos a trabajar en lo que consiguieran para subsistir. La inmensa generalidad lo logró, se establecieron, hoy buena parte de la población venezolana está conformada por sus hijos, nietos y bisnietos, que han maravillado al mundo.

Ahora son los venezolanos los que salen en busca de oportunidades, empujados por un país devenido en dictadura, una economía en desbandada, una inflación abrumadora, por una moneda que no alcanza para nada no importa cuántos bolívares reciban cada mes, con excepciones de bandidos que han asaltado el tesoro público con malas mañas en montones de dólares que ahora, aunque les permitan, empiezan a preocuparlos porque o no van a poderlos disfrutar como imaginaron, o son elementos para convertirlos en objetivos de la justicia internacional y la de varias naciones; pero esa es otra historia.

Se van con poco dinero en el bolsillo, por aire los menos, por tierra los más, y se están empezando a integrar en otras sociedades, realizando vidas nuevas. Una cara de esa creciente emigración es que son muchos, demasiados, y no todos los países de destino tienen legislaciones, procedimientos y capacidad para recibirlos con facilidad. La otra cara es que los delincuentes entre ellos son realmente muy pocos.

Los venezolanos están llevando a países cercanos, igual que a naciones tan lejanas como Irlanda o Australia, esa chispa criolla del sentido del humor, la bondad, sencillez y candor, además de la confianza característicos de los venezolanos, lo cual a veces sorprende y hasta genera algún refunfuño, pero termina por tomarse como cosa buena, original. Pero también están llevando esa característica venezolana, y en general del emigrante, que es la voluntad firme de producir porque hay que pagar la nueva vida que se lleva donde se esté.

Y están llevando particularidades que cada día nos hacen más falta, aunque el gobierno madurista no se dé cuenta, incapaz de entender y preocuparse por nada que no sean sus propios planes para sostenerse en el poder a como dé lugar.

Están trasladando carreras universitarias, habilidades y entrenamiento técnico, especialidades, coraje y especialmente juventud responsable, ingeniosa y emprendedora. Son cualidades propias, pero también anclas que los afincarán en los países a los cuales finalmente lleguen y donde un ingeniero industrial quizás tenga que comenzar lavando platos, pero terminará empleado en alguna industria o creando, es habitual, su propia empresa.

Ejemplos típicos han sido en el pasado reciente especialistas que Chávez expulsó de Pdvsa y se integraron en los desarrollos petroleros de Canadá y Colombia; pilotos que vuelan jumbos comerciales se aerolíneas árabes; médicos que se convierten en figuras respetadas y queridas en ciudades que miran a la Antártida; gerentes que comienzan de mesoneros y barriendo en un restaurante y más pronto que tarde terminan a cargo del establecimiento. Son solo unas pocas muestras.

Bien por ellos, por ser así costará mucho que retornen. No porque no quieran a Venezuela, ni la olviden, de hecho, están atiborrando al mundo de arepas, areperas, comida típica y hasta joropo. Es que van a luchar por sus propios sueños y serán absorbidos por las sociedades dentro de las cuales van a desarrollar esa lucha. Puede que logren llevarse a sus familiares, o pueden que formen familias nuevas en sus países de destino.

Ya van millones –entre dos y tres, dicen algunos–, y cada día unos cuantos miles más deciden aventurarse. Es casi 10% de la población de una nación devastada por la ignorancia, la incompetencia y la corrupción, que por eso mismo (al inicio) tampoco va a poder ofrecerles oportunidades razonables cuando esto cambie, cualquier nuevo gobierno tendrá colosales exigencias y retos para poder construir una nueva nación –ya no queda nada para solo reconstruir–, y esos serán sus retos prioritarios.

Y las remesas, ese goteo de dinero que sumado es importante en la economía, que antes salían de Venezuela al mundo, y ahora vienen del mundo para Venezuela.

Cuando empecemos a ser más, ya seremos menos.


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