El Domingo de Resurrección transcurrió hace pocos días. Ese poderoso evento simboliza el triunfo del espíritu sobre las adversidades que sufre el cuerpo, a su vez refleja la victoria de la luz sobre la oscuridad y la salvación sobre la perdición, pero ¿dónde estamos nosotros ahora? ¿Hemos logrado resurgir de las cenizas? ¿Nos hemos mentalizado que la desesperación no es el único camino? Lamentablemente, las respuestas a todas esas interrogantes parecen caer en lo negativo. Estamos en el vacío, ahogados entre las ruinas y el querer escapar es nuestro instinto prevalente.

He tenido la oportunidad de hablar con todo tipo de personas. Jóvenes, adultos contemporáneos y aquellos de la tercera edad. Clases populares, medias y adineradas. Obreros, técnicos y profesionales. En tales instancias el mensaje parece ser inequívoco y siempre consistente: no hay solución posible para nosotros. Ahora bien, ¿no podría ser que la premura del caos ha secuestrado nuestra vista? Me atrevo a hacer este cuestionamiento a consciencia de que la catástrofe, sin lugar a dudas, está dirigiéndose hacia su punto más álgido y, por ende, el pánico es el que está dictando la pauta del sentir nacional.

En principio, no puedo culpar realmente a nadie de que piense así. Todos hemos pasado por ello, de alguna manera u otra. Todos hemos quedado rendidos diciendo “ya basta”. Todos sabemos que ha pasado mucho, se ha perdido demasiado y que las promesas de cambio parecen de imposible concreción. Además de esto, no culpo a la ciudadanía de pensar como lo hace, porque el gran responsable, aparte del régimen que es el primero, ha sido la mayoría de la dirigencia política opositora, que ha sido inconsistente, manipuladora, falaz y ante el enemigo se asume crédula o incluso hasta colaboracionista. Pero preguntémonos: ¿Acaso nosotros no valemos nada sin ellos? ¿Será que nosotros no podemos organizarnos y hacernos sentir?

Pienso que la respuesta a las dos preguntas anteriores es un rotundo “no”. Lo digo porque quiero partir de la autoestima y la capacidad, en vez de la indefensión y la desesperanza inducida. Hago mención al respecto porque son los últimos dos elementos los que están anestesiando al ciudadano. Sus síntomas son claros: no creemos en nosotros mismos, anulamos nuestro propio sentido de valor y nos excluimos como factor que influye sobre nuestro destino. Esta conjunción de elementos, fruto del desasosiego, concluye determinantemente en una sociedad de individuos que se aíslan y al final del día se atomizan.

Puedo entender que por la cantidad de cosas que han acontecido no hemos podido salir del derrotismo. Sin embargo, como ciudadano o, mejor dicho, como ser humano que al igual que todo nuestro género aspira a ser libre, propongo que debemos empezar a despertar. Esta apertura implica necesariamente cambiar de óptica, atrevernos a creer de nuevo y recuperar la gallardía. Con ese cambio motivacional, dado que la lucha empieza ahí, podremos volver a visualizar a ese mundo de posibilidades que nos insta a pararnos erguidos contra el mal. De tal manera, pienso, como plantea el dicho popular, que no hay peor ciego que el que no quiere ver o, puesto de forma afirmativa, que necesitamos con urgencia concientizarnos sobre nuestra propia fuerza.

Una vez erguidos, ¿qué se supone que debemos hacer? ¡Pues encontrar la esperanza! “Pero, ¿cuál es esa?”, se preguntará el lector. Pues sencillo,  hablamos de ella todo el tiempo, la respuesta es la POLÍTICA. Así, en mayúsculas. Con esto no quiero decir politiquería, partidocracia o negociaciones entre élites. Lo que quiero decir es la interrelación misma entre nosotros, los venezolanos, mediante la cual tomamos decisiones como grupo y afrontamos determinado problema. ¿A qué equivale esto? Esto se iguala a interacción, discusión, coordinación y TOMA DE INICIATIVAS. Nuevamente necesarias las mayúsculas por su importancia.

Cuando se habla de toma de iniciativas, no se hace pensando o, mejor dicho, ignorando que existe persecución o represión. Se hace en el sentido de que se pueden ingeniar o coordinar varias formas de protesta popular, ya que la anormalidad que vivimos debe ser denunciada y jamás aceptada. No importa si el reclamo es por algo pequeño o no es hecho por una gran manifestación, por cuanto la presión debe empezar por algún lado. Por supuesto, a primera vista cualquier iniciativa que podamos tomar puede ser observada con cinismo o ser catalogada como insuficiente, pero considero que las personas que lo hacen olvidan que todo incendio empieza con una chispa.

Quiero concluir este artículo implorando a mis conciudadanos que reaccionen, se indignen y concienticen que ellos no merecen lo que está pasando. No es un deber tener que conformarse. No es una obligación tener que aceptar cuanta desgracia transcurra. Yo estoy seguro de que en el instante en que nos veamos a nosotros mismos como ciudadanos y que merecemos otra cosa, automáticamente entenderemos que lo mismo aplica para los demás. Lo que nos ha tocado vivir no es fácil, sobrepasa a la República misma y la noción de ciudadanía, porque llega al fondo mismo de la humanidad de nosotros como hombres y mujeres. Esto quiere decir que, más allá de que la lucha sea por una Venezuela diferente, la misma, en su raíz, es por nuestra libertad y la consecución de nuestra felicidad, por cuanto solo contando con lo primero es que lo segundo es posible.


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