En Estados Unidos, 20 personas mueren cada día esperando un trasplante. Al mismo tiempo, cada 10 minutos una persona debe ser incorporada a las listas de espera. Esta cifra da una idea de la envergadura del problema: en agosto de 2017, 116.000 personas estaban a la espera de un órgano. Mientras la tasa de donantes crece de forma moderada, la de los pacientes cuyas vidas dependen de un trasplante va más rápido: cada año el déficit de órganos crece, a pesar de que alrededor de 50% de los adultos de Norteamérica se ha registrado como donante.

La tasa de trasplantes de Estados Unidos es de 92,7 por millón de habitantes, solo es superada por España, líder mundial que alcanza la cifra de 100,7. Este promedio español es muy superior al conjunto de la Unión Europea, que es de 62,4.

Cuando se revisan las cifras de América Latina, la caída de los promedios es radical. Encabezan el ranking Cuba (13,9), Argentina y Brasil (13,6) y Uruguay (13,2). Más abajo están Colombia (8,4), Costa Rica (7,1), Chile (6,7) y Panamá (6,4). En la parte más baja están Perú (2,6), Venezuela (1,7) y Guatemala (0,9). En nuestro continente, no solo es muy bajo el número de trasplantes que se realizan –lo cual es revelador del estado de los sistemas de salud– sino que los donantes inscritos son mínimos con respecto a lo que ocurre en otros países.

Cuando se revisan las cifras mundiales de trasplantes, cabe sentir un cierto optimismo: desde 2010 el número viene creciendo a una tasa anual de 3%. En el año 2015, en el mundo se realizaron casi 120.000 trasplantes. Pero este crecimiento apenas tiene el aporte de América Latina, cuya tasa es menor a 1%. Pero este aumento todavía es deficitario con respecto a las necesidades: ahora mismo, alrededor de 250.000 personas en el mundo están a la espera de un órgano que les salve la vida.

Puesto que cada órgano es un bien valiosísimo –no olvidemos que cada persona tiene un potencial de donación numeroso: un corazón, dos pulmones, dos riñones, un páncreas, un hígado, los intestinos, además de la médula ósea, los huesos, los tejidos oculares, las válvulas cardíacas, segmentos vasculares, ligamentos, etcétera– se ha creado una industria ilegal y terrible: la del tráfico de órganos, que tiene sus variantes: hay personas en situación de pobreza que deciden vender alguna parte de su cuerpo, o mafias que, haciendo uso de las formas más extremas de violencia, secuestran personas, las trasladan de un país a otro, y las entregan para que sean sometidas a intervenciones quirúrgicas con el propósito de extraerles órganos sin consentimiento. Ha ocurrido, como el lector puede imaginar, que algunas de estas personas secuestradas han perdido la vida en estos quirófanos clandestinos que, la mayoría de las veces, no cumplen con las condiciones sanitarias mínimas para intervenciones de tanta complejidad. Aunque parezca sorprendente, todavía hoy, en pleno siglo XXI, en África, Asia y América Latina siguen ocurriendo estos hechos que hablan del más extremo desprecio por la vida de los demás.

El modelo de España es, sin dudas, un caso de éxito que merece ser estudiado. Los factores que hacen posible su extraordinario desempeño son múltiples. Muchas son las personas que han donado sus órganos, producto de campañas de información y sensibilización. Otro factor fundamental es la acción de médicos especialistas en cuidados intensivos, debidamente entrenados para detectar posibles donantes, abordar a la familia y conversar al respecto. Alrededor de 85% de los abordajes concluye con una respuesta positiva. También es imprescindible añadir el otro elemento esencial del éxito español: la existencia de una red hospitalaria, técnica y profesionalmente preparada, siempre lista para actuar en el momento en que sea posible.

En nuestra América Latina, campañas que estimulen la donación de órganos son infrecuentes y espasmódicas. Siendo un tema esencial para la vida de muchas personas, apenas se le menciona en la escuela. Hay una evidente desproporción entre el número de pacientes que esperan salvarse y la cultura del donar, que es casi inexistente.

Una cultura de la donación de órganos es indisociable de un sistema de salud entrenado en la realización de trasplantes. La posibilidad de ser implantado depende de muchos factores: debe ser una política de Estado; debe contar con presupuesto necesario durante largos ciclos: obliga al concurso de universidades, centros hospitalarios, médicos especialistas, asociaciones de pacientes, escuelas, medios de comunicación y más. Es decir, necesita de acuerdos y consenso. Necesita de un proyecto de sociedad y Estado que lo haga posible.

 @lecumberry


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