El tema de la dolarización ha sido ampliamente tratado en la literatura económica. Como todo en la vida, tiene partidarios y opositores. Y aunque los opositores a este tipo de medida esgrimen argumentos sólidos al respecto y, además, son mayoría, los partidarios de esta clase de acción no dejan de tener contundentes alegatos para su puesta en práctica.

Más allá de pretender dilucidar quién tiene la razón, lo que me interesa de entrada es resaltarles a mis lectores las inevitables consecuencias que en esa materia se están produciendo en Venezuela, como resultado de las erradas políticas económicas y monetarias que llevan a cabo el gobierno de Nicolás Maduro y el directorio del Banco Central de Venezuela.

Producto del monstruo de la hiperinflación que se hizo presente este año, hoy vivimos las terribles secuelas de un mal que se incubó cuando Hugo Chávez Frías, con el apoyo de la claque de la Asamblea Nacional, le torció el cuello a los niveles técnicos del BCV y con el respaldo de su quinta columna en dicha institución, el inefable Diego Luis Castellanos, sustrajo sin contraprestación alguna el primer “millardito” de las reservas internacionales.

Con el transcurso del tiempo y subsiguientes despojos, la enorme masa monetaria se transformó en la elefantiásica bola de nieve que ha derivado en la hiperinflación más devastadora que conocemos.

Obviamente, tenemos que reconocer que otras acciones también coadyuvaron en la resulta de hoy; mas lo significativo es que todas derivan de decisiones arbitrarias impulsadas por los gobiernos de Chávez y Maduro: el cierre y quiebra de miles de empresas del sector privado, producto de las nefastas medidas controladoras e intervencionistas de la revolución; la destrucción de las grandes empresas del sector público (Pdvsa y Sidor, entre muchas otras); los absurdos controles de precios; la perniciosa política fiscal que se ha llevado a cabo a lo largo de la revolución; la falta de efectivo; las restricciones para importar; las arbitrariedades del Poder Judicial; las restricciones para la adquisición de divisas; la corrupción rampante en múltiples entes del sector público y pare usted de contar.

La consecuencia inevitable –por ahora– de todo eso es el proceso de dolarización que se ha iniciado en el país. Aunque ello parezca un contrasentido y no haya sido su propósito, lo cierto es que el infierno revolucionario venezolano ha empezado a cohabitar con el paraíso del liberalismo económico; ni más ni menos, un oxímoron mayúsculo.

Sí, es verdad que oficialmente la dictadura no ha adoptado el dólar como moneda extranjera de curso legal exclusivo o predominante. Pero es una realidad admitida que la dolarización se produce de manera extraoficial cuando los habitantes de un país deciden mantener depósitos bancarios o billetes en moneda extranjera para protegerse contra la alta inflación de su moneda local.

Eso último es lo que ha hecho un importante sector de los venezolanos y lo que explica que muchos bienes y servicios sean pagados en dólares contantes y sonantes. Hoy por hoy en nuestro país todo se negocia en función del dólar, y muchas de esas operaciones se están llevando a cabo en esa moneda, en efectivo o mediante transferencias bancarias entre bancos del exterior. En la realización de dichas operaciones el bolívar (fuerte o soberano) no cuenta.

En nuestro caso, el uso extensivo del dólar deriva de una acción preventiva, al ser la única alternativa que tienen los venezolanos para protegerse del devastador efecto de las devaluaciones y la alta inflación.

Así de simple.


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