Si bien es cierto que la ciencia ha transformado la forma de ver, sentir e interaccionar con el mundo, y sus avances han traído desarrollo a la sociedad (con algunas excepciones lamentables), el conocimiento derivado de esta no ha permeado tanto en el contexto social, como el resultado de su propio conocimiento; es decir, la tecnología, por ejemplo, la teoría de la relatividad y los sistema de posicionamiento global o GPS.

A pesar de vivir en la era de la tecnología de la comunicación, la percepción de la ciencia por parte de la sociedad parece estar limitada a su funcionalidad y muy poco a su fundamento per se. Analizar cuáles son las causantes de este proceso disruptivo entre la ciencia y la sociedad no es sencillo, pero puede ser en gran parte  por lo siguiente: I) Subestimar cuán difícil puede ser para un científico comunicar efectivamente un contenido a una audiencia no especializada; y II) la falta de formación específica en comunicación científica y otras habilidades blandas propias de la comunicación (atributos o características de una persona que le permiten interactuar con otras de manera efectiva).

La mayor parte de los científicos hemos sido formados en disciplinas muy específicas, y hemos adquirido mayor dominio de nuestro campo a medida que pasamos por la maestría, doctorado y posdoctorado. A medida que avanzamos en la carrera profesional, la interacción entre científicos se acentúa adquiriendo más especialización y mejores relaciones en el ámbito científico-académico. Durante la vida científica, los académicos pasamos gran parte del tiempo entre los laboratorios, escribiendo artículos científicos para importantes revistas (Nature, Science, Cell, etc.), o en congresos comunicando los resultados de dichas investigaciones ante otros pares, disminuyéndose gradualmente el contacto con la sociedad.

Generalmente, y por error, se asume que debido a que los científicos son expertos en sus campos de conocimiento, son por consiguiente, y de manera natural, buenos comunicadores y/o divulgadores de la ciencia. No obstante, la realidad parece mostrar frecuentemente lo contrario. Existen icónicas personalidades científicas como Oliver Sacks o Robert Sapolsky, o como Carl Sagan o Stephen Hawking, que han transcendido por su capacidad de comunicar grandes descubrimientos, teorías científicas de una complejidad elevada a la sociedad, como si se tratara de una obra de Gabriel García Márquez u otro Nobel literario. Estos científicos han perfeccionado sus habilidades de comunicación durante muchos años y han autopromovido justamente la interacción con públicos no especializados, muchos más que cualquier otro investigador.

El desarrollo de las habilidades para divulgar efectivamente ciencia a públicos no especializados requiere de mucha práctica y un riguroso cuidado en el lenguaje empleado. Un gran problema es que estas habilidades son precisamente ganadas, en el mejor de los casos, por ensayo y error por aquellos que comprenden la importancia que tiene la ciencia en la sociedad.

Actualmente algunas universidades americanas como otras europeas han incorporado cursos de comunicación científica dentro de sus programas de grado y de posgrado en ciencia, y han demostrado así la importancia del desarrollo de las habilidades comunicativas entre los científicos no solo por interés social, sino también por la necesidad de interconectar con científicos de otras ramas, con la finalidad de abordar problemas de manera interdisciplinaria.

La responsabilidad de la comunicación y divulgación de la ciencia no debe recaer únicamente en grupos de periodismo científico que, en muchos casos por su formación, pueden sub o sobre estimar un contenido científico y contribuir de manera errónea a la difusión de información que dista de la veracidad científica propia. La comunicación y divulgación de la ciencia pueden ser promovidas a través de los mismos científicos, cuya responsabilidad trasciende el impacto de publicar en el ámbito académico-científico, sino también en contribuir a una mayor y mejor cultura científica de nuestra sociedad, así como contribuir al desarrollo de vocaciones científicas entre los más jóvenes.

Finalmente, los actores como la academia, el gobierno e incluso los sectores privados deben reconocer el valor y la importancia de la divulgación científica como herramienta inclusiva, capaz de acortar la brecha entre ciencia y sociedad, y al mismo tiempo impulsar la diseminación  del conocimiento para generar desarrollo social y económico de las naciones. 

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