La debilidad de la oposición, o la imposibilidad que sentimos de que la sociedad oprimida por la dictadura pueda triunfar frente a ella, nos lleva a mirar hacia la altura de las fuerzas predominantes para buscarle goteras, para esperar que se desmorone por sus limitaciones o por sus contradicciones internas y lleguemos así a la meta de la libertad. Es una esperanza, una posibilidad sobre la cual conviene pensar, pero sin entusiasmarnos más de la cuenta.

Miramos desde abajo hacia arriba, en primer lugar. Tenemos que levantar la cabeza y elevar la vista porque el observado se encuentra en la cima. El madurismo ha logrado establecerse en una posición cupular desde la cual puede hacerse más fuerte porque su atalaya le permite contemplar un panorama que está vedado a unos rivales que solo captan fragmentos de la realidad. La posibilidad de una apreciación generalizada de una sociedad que se domina permite evaluaciones y maniobras capaces de producir un continuismo frente al cual carecen de alternativas de éxito los que miran desde una estatura inapropiada para captar los pormenores de la empresa que deben acometer. Si no hay razones de peso para que los de arriba dejen de usar el catalejo, ni para que sus rivales ocupen aunque sea un peldaño más cómodo para la captación del panorama, parece evidente la consistencia de los primeros y la fragilidad de los otros, sin que ninguna señal seria permita pensar en la mudanza de la situación.

Pero han sobrado los comentarios en torno a las divisiones del madurismo, es decir, contra la idea que ahora se asoma sobre su fortaleza en la cumbre. ¿Cómo rebatirlos? Advirtiendo que, en la mayoría de los casos, son rumores sin fundamento comprobable que habitualmente confunden la objetividad con los deseos, las cosas que pasan de veras con las que anhelamos desde nuestra debilidad. La existencia de fisuras en el comando de la dictadura corre a través de vicisitudes comunicadas sin ilación, es decir, sin una plataforma que permita su entendimiento mediante el seguimiento de pistas realmente dignas de atención. Hay versiones, pero jamás testimonios fehacientes de sucesos. Se participa así en un operativo de distracción que dirige los corolarios hacia situaciones que parecen próximas, pero que solo son parte de una forma de distraernos frente a nuestras falencias, o de que nos distraigan otros en forma interesada cuando las lanzan a postas. Puede suceder que en algunos predicamentos y ante problemas concretos tengan fundamento, pero no forman una cadena. Son piezas sueltas.

Sobre el basamento que puedan tener, es decir, para no negar las divisiones del oficialismo a rajatabla, pareciera que Maduro y sus íntimos tienen elementos de sobra, si no para acabarlas, para correr la arruga con tranquilidad. No se trata de un problema de doctrinas ni de ideas políticas ni de cosas por el estilo, pues ninguna de tales presencias existe en el alto gobierno, sino del manejo de recursos materiales y de cuotas de influencia con las que se puede jugar desde las arcas en atención de apetitos y temores particulares. Arriba nadie es más fuerte que Maduro, razón que le permite lidiar sin desafíos terminales con los desobedientes y con los pretenciosos. Arriba los medianos saben que deben conformarse con su medianía, a menos que se aventuren en guerrillas sin pronóstico positivo, en batallas que pueden ser mortales, todo después de sacar las cuentas de la mengua del tesoro y de cómo puede aguantar dádivas sobrevenidas sin que se les acabe el mundo. Recordemos que muchos ya se han marchado sin pena ni gloria, o han sido echados sin terremotos en la casa.

Si en las alturas de la dictadura las desavenencias son como piedras que se pueden triturar, como rémoras que no aguantan el peso de una aplanadora todavía con dientes y con plata, quizá sea mejor mirar la viga del ojo propio. En el caso de la fragmentación de la oposición no hay necesidad de inventar historias, de exagerar en la lectura de lo que pasa frente a los ojos, sino simplemente enfrentarla. Debe ser trabajo arduo, no en balde preferimos la fantasía de un ogro vacilante que marcha por su propio pie hacia el cementerio.

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