“En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta –simultáneamente– por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan.” (El jardín de los senderos que se bifurcan, Jorge Luis Borges)

Hubo y hay diversas formas en las cuales la transición puede tomar forma. Ha tomado una. No era inevitable, pero ha tomado una basada en el artículo 233 de la Constitución de 1999 (la Constitución chavista).

Han podido ser otras: la salida de Maduro producto del resquebrajamiento final del poder rojo; una acción militar doméstica; una acción militar foránea; una asfixia mecánica por las sanciones, u otras que podemos imaginar tan poco como la que actualmente tiene lugar.

El país se ha unido sin fisuras para apoyar a Juan Guaidó como presidente encargado. Las dudas sobre si debía juramentarse que asediaban a algunos de sus compañeros fueron disipadas con coraje por el propio Guaidó y las masas populares en la calle. Hay presidente y ha comenzado a ejercer su cargo dentro del país con efectos prácticos fuera de él; por cierto, una singular alquimia de un gobierno dentro de las fronteras y un gobierno en el exilio.

¿Quedan eliminados los otros porvenires, las otras opciones? La respuesta es no. Todos ellos danzan en los intersticios de la crisis y dependerá de la evolución que ocurra en estos días cómo uno de esos porvenires se condensará finalmente. El artículo 233 señala un camino: elecciones en 30 días; todos sabemos que es imposible en ese lapso, pero el camino tiene que conducir a las elecciones tan pronto se pueda, lo que requiere el nombramiento del nuevo Consejo Nacional Electoral por parte de la Asamblea Nacional.

¿De qué depende la forma final que adquiera la transición ya emprendida? Del grado de resistencia que oponga el régimen a su sustitución. Si su núcleo duro civil y militar llega a comprender que no tiene fuerza para mantenerse en su ciudadela asediada, podría avenirse a una negociación final con país que los reciba incluido. Si, por el contrario, piensan que tienen que resistir y que pueden hacerlo, generará una violencia tal vez incontrolable, que no impedirá su salida pero lo hará a un costo mucho mayor para la sociedad.

¿Por qué no actúan con mayor violencia contra el poder emergente? Primero, porque saben que sus movimientos están totalmente supervisados por los poderes mundiales que ya no están dispuestos a cohabitar con Maduro; segundo, porque juegan al desgaste del incipiente gobierno de Guaidó.

Confiscar el nuevo gobierno por intereses parciales sería mortal. Me parece que la clave en este momento es darle amplitud, apoyo y capacidad de acción.


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