Vuelvo al tema bajo la demanda de la crisis.

No es un valor establecido, aun cuando, como término, es de uso frecuente. Se le encuentra también, y más filosóficamente, como “otredad”La condición de la gente que no es como yo o está más allá de YO. Ahora se hace imperativo su cultivo, tanto en su compresión política como en su acepción ética de mucha mayor amplitud. Necesidad de los otros, de los que no son como yo tanto para el juego social como para la propia realización.

En las artes, se discute cuestionando la existencia es sí misma de la obra de arte, argumentando que ella realmente comienza a existir solo cuando otro la contempla. Implica comunicativamente pasar del dominio actual del discurso leccionario y predicativo, tanto en los medios como en las aulas, de quien asume la posesión de una verdad preexistente, que solo requiere ser expresada –o impuesta– insistentemente y con todo tipo de argucias técnicas y desde el poder que en ello se guisa, al conocimiento y la verdad como procesos constructivos que se fecundan en el acopio de lo que ya se tiene, del acervo, activado por la demanda y el asedio de los problemas y que tendrían que ser procesados socialmente.

El autoritarismo niega la diversidad y, por tanto, la riqueza de los procesos constructivos.

La instalación de la diversidad como valor exige una práctica reiterada y consiguiente y unas maneras, que podemos llamar métodos, de cultivarla. Estos no son enunciados nuevos. Tienen tiempo militando en las discusiones epistemologías y pedagógicas. Pero ahora y para esta muy difícil situación del país, toma la vigencia de lo urgente.

Puede ser molesta y hasta repugnante la actitud y posiciones de los diversos, y puede resultar cómodo, confortable (cuando no muy útil) encerrarse en la absolutización de los propios intereses o convicciones. Pero la exigencia actual es de diversidad y su verificación en la negociación comunicativa, social y, por supuesto, política.

Un imprescindible aprendizaje. La diversidad supone no solo esa necesidad del otro sino que ese otro seguirá existiendo. El ir y venir político, y en sus usos más frecuentes, no es raro que deje vencedor y derrotado y la amargura de los segundos. Sobre todo cuando se había cultivado una suerte de predestinación fácil y presuntuosa que implicaba una natural superioridad que ha resultado violada.

Independientemente de los resultados de las posibles elecciones, la construcción del país será larga y compleja, y pasará por una necesaria comprensión de sus condiciones y características, que escapa de estándares o estereotipos, fáciles de abordar con paquetes de “medidas”.

Estamos en ese trajín que puede resultar en grandes aprendizajes y, con ellos, una profundización de la democracia.

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