La historia demuestra que en Venezuela más que el ejercicio de la fuerza, la eliminación de la división de los poderes y el “fascino” de la propaganda para los desposeídos han impuesto una metodología del caos para instaurar una “democracia revolucionaria comunista”, cual mito productor de la hipótesis del cambio social que se ha sustanciado en el aumento de la pobreza crítica.

Se ha recurrido a una metodología del caos para inducir un estatus de inseguridad y tensión en los ciudadanos: promovido a través de la práctica de una política macroeconómica adrede se ha logrado, con la perfección del principio de causalidad, un círculo vicioso entre el constante aumento de la inflación y el sucesivo y subitáneo de los salarios por un porcentaje “no indexado” alrededor de 50% del valor del alza de los precios.

En silencio, pero con eficacia, se ha instrumentalizado la edición venezolana del “corralito” que había caracterizado en el año 2000 la crisis de Argentina: se ha reducido drásticamente la disponibilidad monetaria de los recursos pertenecientes a los ciudadanos, también a través de una aplicación indirecta de límites administrativos a la funcionalidad del uso de la chequera y se ha inducido el sistema económico a aceptar pagos solo por transferencia o en efectivo en razón de la limitada cantidad otorgada por los bancos y a través de las tarjetas de crédito. De su parte, la política cambiaria y la escasez de dólares del Banco Central han determinado en el mercado la subida del valor de la moneda estadounidense y la penuria de alimentos y medicinas, favoreciendo la especulación, el contrabando y el acaparamiento.

Por consiguiente, se ha reducido la capacidad adquisitiva del bolívar, comprimido el dilatar del activo circulante, disminuido la demanda de bienes y servicios, aumentado exponencialmente el valor de la cesta alimentaria y familiar, cuyos datos conocidos por todos los venezolanos da vergüenza reportar porque ofensivo de la dignidad humana, máxime en un país supuestamente petrolero.

Una sola referencia es suficiente para representar la tragedia: el PNUD, institución de la ONU, considera el límite de pobreza con un ingreso per cápita de 1 dólar diario, mientras que el sueldo mínimo de los venezolanos, después del aumento de 40% declarado por el presidente Maduro el 31 de diciembre de 2017, es de 248.510 bolívares: integrado por la cesta ticket es, al 3 de enero de 2018, de 797.510 bolívares. Es decir, que, a la fecha indicada, al primero corresponden 0,067 dólares diarios y al segundo, 0,21 dólares diarios. Al mismo tiempo, a pesar de las sanciones, el ingreso del ciudadano cubano es de 0,666 dólares diarios, más de 3 veces del venezolano. Cada quien puede sacar sus conclusiones.

La búsqueda desesperada del carnet de la patria y de la caja CLAP, en el intento de aliviar la pobreza extrema y tener un mínimo para sobrevivir, es una condición programada de dependencia del régimen político, el resultado de la “guerra económica” aplicada en contra del pueblo venezolano por la ejecución  del Plan de la Patria 2013-2018, cuyo objetivo prioritario es “fortalecer a través de procesos electorales la revolución bolivariana”, en conformidad con la estrategia de la izquierda internacional definida en el Foro de Sao Paulo de 1990, que ha sido facilitada por la complicidad y corrupción de la MUD.

Después del imprevisto y abrumador suceso de 2015 en las elecciones de la Asamblea Nacional, la sabiduría del pueblo, con su abstención en las tres elecciones de 2017, ha condenado esta coalición de presumidos políticos por haber desilusionado las expectativas o ilusiones de cambio, debido a la manifiesta incapacidad para formular una estrategia que permitiese la afirmación del sistema democrático: al contrario, su comportamiento se ha traducido de una forma u otra en protección del régimen dictatorial. Pues, entre varios aspectos nunca la Asamblea Nacional en la cual la MUD es mayoría absoluta, como era y es en sus facultades constitucionales, ha propuesto la nómina de una nueva directiva del CNE,  e impuesto la revisión y la transparencia del sistema electoral sin las cuales cualquier resultado es alterado y falaz.

Aumentar la dependencia económica, alimentaria y sanitaria del ciudadano ha sido una finalidad conseguida por el ejercicio del poder social comunista: ahora, con la actuación de la asamblea constituyente y las elecciones presidenciales, se trata de asumir en forma irreversible el poder absoluto, así como lo aclaró desde 1998 Hugo Chávez Frías en el libro Habla el comandante: “Una ruptura histórica es una confrontación de dos sistemas”, el liberal democrático y el social comunista. Un choque de civilizaciones en las formas de concebir la política, el Estado y la sociedad: se contraponen por valores, métodos y oportunidades que ofrecen al ciudadano, sus hipótesis de libertad, autonomía y desarrollo, su ética y su comportamiento en el Estado de Derecho, su apego a la democracia, su rechazo del uso instrumental del poder al cual puede ser sometido.

Es una confrontación que se realiza en el territorio nacional y sobre las espaldas del pueblo venezolano, así que este se halla obligado a hacerle frente. ¿Cómo? “Aprender a vivir”, según la fórmula de J. J. Rousseau, es prepararse para enfrentar los problemas de la vida personal y cívica. La dignidad del Ser del hombre y del Ser ciudadano se unifica en tomar consciencia del riesgo del error y de la ilusión; lidiar con la incertidumbre, el azar, lo inesperado que se presenta en la lucha para afirmar los valores de la libertad individual y colectiva, con coraje, conocimiento, en defensa de los principios que constituyen la fortaleza de la sociedad y que Ulpiano desde el año 222 así sintetiza: “Honeste vivere, alterum non laedere, sui quique tribuere”, es decir, vivir honestamente, no hacer daño a los demás, dar a cada quien lo suyo.

A través de la propia autodeterminación seguramente se podrían reconquistar la autonomía, la soberanía y la libertad perdida para reconstruir la emancipación de cualquier nueva colonización e impedir el condicionamiento que derivaría por la consiguiente repartición de la “República moribunda” y sin oxígeno. Pues, como ha sido provocativamente pregonado por la pasión que suscita una patria destrozada, por libertarias que sean las intenciones, no es un ejército invasor que garantiza el sistema democrático, el funcionamiento de las instituciones del Estado, el desarrollo del país, pero sí lo es la voluntad de los ciudadanos, civiles y militares, que asumen las decisiones para lograrlo.

Las confrontaciones con otras experiencias históricas pueden indicar los diferentes caminos con los cuales los pueblos han solucionado las dificultades, pero no pueden ser consideradas como parámetro de referencia, porque las condiciones objetivas de Venezuela tienen peculiaridades nunca experimentadas por la amplia complejidad de intereses nacionales e internacionales que se sobreponen. Los factores del conformismo constituido y la inedia que lo caracterizan no le permiten aportar soluciones para la recuperación política, económica y social del país, pues la entelequia correspondiente requiere coraje, estrategia, toma de decisiones y organización.

La posición geográfica y sus riquezas naturales, las ventajas comparativas y competitivas existentes hacen de Venezuela un área de conquista y de confrontación de las superpotencias de Rusia, China, Estados Unidos y de la Unión Europea. Desde un punto de vista geopolítico queda todavía la toma de consciencia y responsabilidad de los venezolanos, quienes deben decidir si continúan perteneciendo a la civilización occidental o si prefieren aceptar las consecuencias de la transformación definitiva de Venezuela en Estado perturbador y provocador de la perenne inestabilidad del Caribe y de Latinoamérica y de los pródromos de guerra fría o de cualquier otro tipo que la situación puede inducir.


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