A principios de 1899, el poeta nicaragüense Rubén Darío desembarcó en Barcelona, España. La ciudad le impactó profundamente por su belleza, el civismo de sus habitantes y su floreciente industria. Le llamó especialmente la atención el generalizado sentimiento separatista que se respiraba entonces. Poco después, cuando se trasladó a Madrid, percibió que la capital ofrecía un panorama diferente. El choque fue tal que en una crónica que escribió para el diario La Nación de Buenos Aires señaló: “Hay en el ambiente madrileño un hedor de organismo descompuesto”. En verdad, todo faltaba allí: ciencia, entusiasmo, civismo. Su mejor biógrafo, el hispanista Ian Gibson, toma de su prosa esta trágica expresión: “Solo había la palabrería sonora propia de la raza, y cada cual profetizaba, discurría y arreglaba el país a su manera. La verbosidad nacional se desbordaba por cien bocas y plumas de regeneradores improvisados. ¡Qué desolación!” (Gibson, Ian, Yo, Rubén Darío).

Habiendo transcurrido poco más de un siglo, no podemos dejar de reconocer que la misma verbosidad se oye y se lee en nuestra nación, en forma de acordes no consonantes, por parte de la oposición democrática. Con esa actitud se olvida que la tolerancia y el respeto son parte de la esencia misma de la democracia, y que ellas se hacen efectivas cuando se aceptan las diferentes opiniones de nuestros compañeros de ruta como aportes o enriquecimientos a la discusión y no como simples entorpecimientos u obstáculos. De esto se deriva que ningún demócrata o grupo de ellos puede aspirar a la posesión exclusiva de la verdad.

Hay que apuntar siempre al consenso, lo cual no puede implicar formas ramplonas de “ir hacia el pueblo” o de “actuar por el pueblo”, sino de convertir al pueblo en protagonista, en sujeto y no objeto de la política, con lo cual no se excluye que extraordinariamente se le consulte de manera directa.

La disonancia nos divide y nos aleja del cambio que anhelamos. Además, no es fácil desterrar nuestras más profundas convicciones; pero al participar en el juego democrático, definiendo la posición que debemos adoptar frente al régimen opresor de Nicolás Maduro, tenemos que ponernos de acuerdo respecto a la forma o formas de lucha que vamos a instrumentar para el logro de nuestros propósitos.

En lo personal considero que todas las vías o mecanismos que ahora están sobre la mesa son válidas, sin que prevalezca una sobre las otras. La gran decisión es el orden de su instrumentalización. Eso, lamentablemente, es lo que nos divide. ¿Estamos realmente ante un camino sin salida? ¿O, en realidad, lo que hay son egos autoritarios e insuflados que en definitiva son los Nicolás y Hugo Rafael de siempre?

No evadamos o ignoremos el reto que tenemos frente a nosotros. Hay que restaurar la democracia en Venezuela y solo unidos podremos hacerlo.


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