Días ajetreados en la reunión anual de la Asamblea General de Naciones Unidas. Mucho movimiento, muchas noticias, mucha zozobra. Mientras tanto, el mundo sigue su curso, la guerra en Siria, la emigración de miles de venezolanos y africanos, la pobreza galopante en el mundo, incluido nuestro país, y la violación de derechos fundamentales del hombre a pesar de las declaraciones universales y los llamados de atención a los principales protagonistas.

Sobre este tema, si hubo algo consecuente fue el retiro de Estados Unidos de la comisión con argumentos que tienen sentido; mientras que, por otro lado, el propio presidente denigraba de la Corte Penal Internacional y la ONU aún secuestrada por acuerdos del siglo pasado y para otra dimensión del mundo posguerra, como lo es el derecho al veto por cinco potencias.

No han estado exentos los pasillos de lo que denominamos una diplomacia infantil, esta es la que difiere de la diplomacia formal, la que no tiene como esencia el arte de la negociación, la no que es reservada y, por el contrario, da espacio al espectáculo, la que no busca resultados por la vía de la moderación, del tacto y por cumplir con sus compromisos bilaterales e internacionales. Es esa diplomacia del micrófono, de los dimes y diretes, de la confusión mediática. En la diplomacia no debe  haber emoción ni pasión, ni se deben dar giros bruscos; los gobiernos llevan su política exterior con criterio y objetivos a largo plazo. Sus diplomáticos, jefes de misión o cancilleres no se deben prestar al espectáculo mediático, deben medir sus palabras y recordar que sus pronunciamientos son palabra de Estado, que cada paso tiene como objetivo a largo plazo promover los intereses de la nación.

No hay acuerdos fructíferos cuando estos los originan individuos y no como resultados de la evaluación o de las conversaciones por canales regulares. Para que la diplomacia sea eficiente, como en cualquier negocio, se debe generar confianza y esta, a su vez, es el resultado de permanentes demostraciones de respeto, de poder y capacidad de persuasión.

Los gobiernos populistas fracasan por lo general en su práctica diplomática en Naciones Unidas, el foro por excelencia de la diplomacia, porque al final son inconsistentes, son maniobreros y confunden la diplomacia con la propaganda. Mienten sobre su vocación multilateral y por lo general denigran del organismo cuando su visión de mundo no encaja en su interés o cuando sus formas de gobierno son contrarias al espíritu progresivo de la convivencia internacional. La soberanía y la no intervención la usan como bandera permanente para tapar sus propios déficits.


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