Releyendo la excelente biografia de Manuel Pérez Guerrero de Giannina Olivieri Pacheco, publicada en la Colección Biblioteca Biográfica Venezolana bajo los auspicios de El Nacional y Bancaribe, observo nuevamente no solo la obra como funcionario diplomático y responsable de varias carteras ministeriales claves para el desarrollo de Venezuela en su momento, sino también la personalidad profesional, de vasta cultura, políglota y sobre todo de las dotes de un funcionario educado, respetuoso,  apegado a las formas que se manejan dentro de los ámbitos del mundo de las relaciones internacionales, especialmente las Naciones Unidas, lo cual le permitió extraordinarios logros, no solo para Venezuela, sino también para aquellos países del tercer mundo que estaban levantando su voz en el concierto internacional en justos reclamos de sus derechos por una mayor justicia política y económica frente a los países desarrollados.

El legado de Pérez Guerrero significó un cambio en la burocracia gubernamental y la politica exterior a través  de una élite de profesionales que contribuyeron en diferentes espacios a darle impulso de manera exitosa, no solo a las políticas de Estado durante el período de la democracia, sino a valores como la meritocracia cuyo impacto en la industria del petróleo y en la Cancilleria fue evidente.

La obra de Pérez Guerrero, un venezolano universal como lo describió Simón Alberto Consalvi, me trajo a mi mente el servicio exterior y sus diplomáticos durante estos últimos veinte años. No pude menos que comparar dos conceptos de diplomacia: el apropiado y el otro.

En efecto, durante la semana pasada pudimos observar  la actuación de dos representantes -ilegitimos para la gran parte de la comunidad internacional- de Nicolás Maduro tanto en el Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos como en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En ambos escenarios el tema único fue Venezuela. Los que observamos sus intervenciones destempladas, su gestualidad agresiva, sus argumentos cuasi insultantes para quienes expresaban sus posturas oficiales e incluso sus repetitivas falsedades e incongruencias, no pudimos menos que sentir pesar por el nivel tan bajo y fuera de todas las formas en el que se manejan en esos foros. Hay una expresión en francés, “La mouche dans la lait”, la nota discordante, el desubicado en una reunión, que se hacía más patente en la medida que observábamos el nivel serio, educado y de cortesía, correspondiente al tratamiento que se deben los Estados en esos organismos como lo demostraron los otros embajadores que hicieron uso de la palabra.

Hay quienes postulan que en la diplomacia es tan importante la forma como el fondo, elementos difíciles de distinguir en estos llamados representantes. Es por ello que acompañamos y acompañaremos al gobierno interino de Guaidó en la medida que proponga un servicio exterior de profesionales no solo con conocimiento de las responsabilidades que les sean asignadas, sino que no quede ninguna duda de su experiencia, vocación y manejo apropiado de lo que debería ser una verdadera diplomacia de Estado. Ejemplos sobran.


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