Esto es, Evo Morales ¿habrá tomado conciencia y se habrá dado cuenta de que no es Dios?

La Corte Internacional de Justicia de La Haya (CIJ) trastocó sus planes: le dijo no.

Por 12 votos contra 3 el cuerpo estableció que Chile no está obligado a negociar una eventual “salida al mar” para Bolivia. Desestimó el reclamo boliviano.

Evo hipotecó la suerte del sueño, la aspiración y la pretensión de los bolivianos de la costa propia. Pero quizás no sea esto lo que al presidente más le inquieta; en definitiva, lo del “mar” era un medio con otros fines: su permanencia en el poder. Ser reelegido por cuarta vez. La Constitución se lo impide, y además los bolivianos en un referéndum expresamente rechazaron esa alternativa. Evo no cejó y ya tenía “interpretaciones” de cuerpos institucionales favorables a su maniobra. Un viejo mecanismo que comenzó a aplicarlo durante su primera presidencia: usaba disponer lo que quería y después le decía a los abogados y juristas que “lo acomodaran” al régimen jurídico y a la Constitución. Él lo explicó en su momento; bien simple.

Con ese botín –mar para Bolivia– podía seguir tranquilo en la presidencia. Se fue en fija. Trató incluso de meter en la bolsa a ex presidentes. Los perdonó. Lo anunció una semana atrás; obsérvese el tono todopoderoso: “He tomado la decisión de que ningún ex presidente, salvo acusación de delito de lesa humanidad o genocidio, tenga juicios pendientes (…), he tomado esta decisión de manera personal, sin solicitar a los ex presidentes beneficios para nada personal, a cambio solo de que defiendan a nuestro pueblo y una salida soberana al océano Pacífico”.

Al que no “perdonó” fue al ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997 y 2002-2003), quien está refugiado en Estados Unidos y está procesado por genocidio. Así tipificó la justicia boliviana la muerte de casi 70 manifestantes en los disturbios de octubre de 2003 que precipitaron su renuncia. Este es uno de los temas que de todas formas está pendiente y sobre el que nunca se investigó bien que pasó, cómo se gestó todo, quiénes fueron los de “afuera” que se metieron a defender sus negocios y quiénes los cómplices de adentro. Es un tema que seguramente a Evo le inquieta, sobre todo si tiene que dejar la presidencia y volver a llano.

En su desborde, soberbio y divino, Evo se lanzó y “anticipó”: “Ahora que la Corte Internacional de Justicia va a emitir su sentencia abriendo la etapa decisiva de negociaciones para la realización de nuestro derecho [al mar], esta unidad ejemplar de los bolivianos debe reforzarse”.

Y se fue a Europa, exuberante, a subir al podio y recoger el trofeo. Se olvidó de que allí no tenía abogados y juristas para que le “acomodaran la cosa”.

Hablé con dos colegas bolivianos a los que, dicho sea al paso, cada vez se les hace más ardua la tarea de informar frente a la conducta autoritaria del gobierno y la existencia de restricciones y obligaciones crecientes. En Bolivia está dispuesto constitucionalmente que la “información debe ser veraz” (y el que sabe cuál es la verdad es Evo; casi nunca le yerra, aunque en alguna ocasión sí, como acabamos de ver). Se anunció, además, una “ley contra la mentira” y se obliga a la prensa escrita a ceder espacios gratuitos para información del gobierno y de la campaña electoral.

Noté pena y desazón en mis colegas por cómo se manejó y se malbarató la cuestión del mar. También mucha inquietud: “Después de este papelón Evo debería renunciar, pero no lo va a hacer y va a subir la apuesta”, me dijo uno de ellos.

Quiere seguir en el poder, necesita esa impunidad. Es el “síndrome Assad”, el mismo que atacó a Nicolás Maduro y Daniel Ortega, con los tremendos costos que están pagando sirios, venezolanos y nicaragüenses.


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