La palabra tiene usos y significados diversos, y es frecuente encontrarla en discursos y escritos políticos. Por ello he tratado de evitarla, pero confieso que no he hallado otra mejor. Aquí la ubico como valor, evitando las confusiones que implican expresiones como nevera digna, mueble digno, zapatos dignos. etc.

Para nosotros los venezolanos, en estas condiciones y en este tiempo, la dignidad es, tal vez, el valor prioritario. Ella refiere a la calidad de la persona, su emancipación, su respeto y reconocimiento y, desde esa condición, su disposición de participar, producir y crear. En la filosofía, las artes y en la política es un tema clásico que aparece en bellas versiones.

El autoritarismo, de cualquier índole o nivel, atenta contra ella. En la persona el autoritarismo, el peso del poder, la hace proclive a disminuir su propio ejercicio, a delegarlo en una espera infinita, en una figura o símbolo que tome las decisiones que a ella le toca, o imponga proyectos de vida correspondientes a ideologías o religiones.

Las dictaduras son las formas políticas más frecuentes del autoritarismo; han existido siempre y han depurado y afinado sus métodos y estilos. Algunas han sido muy efímeras, otras se han prolongado enmascarando su carácter, acentuando su condición violenta y represiva o administrando ambas cosas. Han sido frecuentes las dictaduras dinásticas, enmascaradas como monarquías por derecho divino o la necesidad impuesta por una ruptura de la dignidad de tal profundidad, que la gente termina por hacer del dictador –o a todo su régimen– un único camino. En esos cursos la tiranía toma una estética particular que incorpora muchos medios de expresión y comunicación. A veces en un desmadre que olvida corrección en el lenguaje o el uso de imágenes de ridiculez agresiva. La variedad es grande e incluye países de todos los continentes y de todas las religiones. Tampoco es extraña la corrupción. Las paredes que se levantan para esconder los abusos tiránicos también son útiles para los manejos y marramuncias. La corrupción se hace tan común que deja de ser “pecado” y se torna una manera de ser. El que no roba es “guate de perro” y entre las diversas especialidades se pierden los linderos, así se hacen territorios comunes los sobornos, los contrabandos, los tráficos de droga, el mercado negro y bachaquerismo, el tráfico de armas, gestores y lobistas, el lavado y reventa de divisas… un barrial compartido en el que todos chapotean.

En la jerga de políticos y periodistas perezosos no es raro encontrar las gavetas de dictadoras de izquierda y dictaduras de derecha. Los términos izquierda y derecha hoy solo sirven para descalificar al que no me gusta o para ahorrar explicaciones desestimando al interlocutor.

En la historia de Venezuela las dictaduras militares o militarizadas, descaradas o cubiertas han dominado el tiempo. Los dedos sobran para contar excepciones. La petrofila ha dominado el juego social desde principios del siglo pasado facilitando a los dictadores los recursos y actitudes para comprar y matar la dignidad de la gente.

El camino de la dignidad raramente es inmediato o fácil. Supone formación, práctica y ejercicio, cosas que retan a los poderosos que quieren ver sus pretensiones de dominio y corrupción realizadas.

Aquí vinculo la dignidad con la necesidad de profundizar la democracia llevando la educación, formal o no, a cultivar valores y competencias y en esa dirección transformar las aulas y escuelas en ambientes de aprendizaje que superen el autoritarismo tradicional y leccionario de maestros o profesores que monopolizan todos los turnos, propician el silencio convergente y la no participación. Así, mientras perviva el autoritarismo, en las aulas se le estará abriendo los surcos a la siembra de dictadores.


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