El miércoles, día atravesado, oblicuo y distante del domingo, me dispuse a hilvanar mis divagaciones y, sin saber adónde irían a dar los dardos, temí fastidiar a los lectores ofreciéndoles más de lo mismo en un envoltorio diverso, a pesar de mi empeño en estrenar 2019 con un enfoque singular del tema de rigor: la yuxtaposición de la legalidad de la Asamblea Nacional –en peligro de ser disuelta por la comparsa constituyente a solicitud del tándem Maduro-Cabello– y la ilegalidad del juramento presidencial (usurpación del poder y fraude constitucional), ante el espurio tribunal supremo de (in)justicia, dos caras de una moneda cuya circulación presagia la imposibilidad, a corto plazo, de destrancar el juego político, lo cual beneficiaría al gobierno de facto, en razón de su monopolio de la mentira mediática y la violencia armada, y perjudicaría a una oposición atrapada en su esquizofrénico vaivén entre electoralismo e insurgencia. Pero ser original es muy común: todo el mundo quisiera serlo o aparentarlo. De allí tanta extravagancia rayana en la ridiculez. Para no llover sobre mojado, decidí ensayar la escritura automática. Nunca antes me había entregado a semejante ejercicio y por ello indagué un poco sobre el asunto con la inevitable guía del Dr. Google.

El sistema empleado profusamente por médiums, chamanes y charlatanes –en sesiones de espiritismo transcribían a parientes y dolientes mensajes de consuelo dictados por ánimas en pena– fue herramienta metodológica de los surrealistas defendida con denuedo por André Breton, quien, apoyado en ella –“auténtica fotografía del pensamiento”–, habría compuesto los versos de su “Unión libre”: “Mi mujer con sexo de yacimiento aurífero y de ornitorrinco/ mi mujer con sexo de alga y de viejos bombones/ mi mujer con sexo de espejo…”. Algunos críticos han tildado de patraña el “levantamiento de la autocensura del inconsciente” y, alegan, no hay forma de “desconectar la conciencia objetiva del acto creativo en sí”. No le paré al reproche y el jueves, ignorando el entierro del Estado de Derecho, seguí ad pedem litterae las directrices de un blogger aficionado a la literatura vanguardista y admirador irrestricto de la aventura superrealista. Procuré relajarme y despejar la mente. No pude. La búsqueda de lápiz y papel –artículos condenados a la obsolescencia por la tecnología informática y la telefonía celular– me impidió concentrarme y dar con una postura confortable; sin embargo, conseguí acoplarme al computador esperando fluyese mi conciencia. No sé si me dormí en el intento o caí en trance hipnotizado por la pantalla en blanco. Sin orden respecto a la corrección lingüística, mi sonámbulo alter ego tecleó una sarta de aparentes disparates: Maduro 15 letras, vindicación de los infames, insostenible soledad del ser o no ser, inquisición bolivariana, cachicamo y morrocoy o lo contrario (¿?) persuasión, castigo y zoológico fantasmagórico.

Nada poéticas y un tanto incoherentes, las frases apuntadas resultan no obstante harto sugerentes y contribuirán a redondear nuestra entrega dominical sin regresar a la maniquea disyuntiva de la introducción. Las 15 letras y Maduro no son clave de un mensaje cifrado o un secreto codificado: sabemos de sobra qué significan y no ahondaremos en su vulgaridad. La vindicación de los infames, supongo, nos remite a desertores y delatores negociando impunidad cuando ya el daño está hecho. El autómata escribidor no fue indiferente al impacto de la fuga del magi(arra)strado Christian Tyrone Zerpa y la desmentida (sin entusiasmo) detención, por seguir su ejemplo, de dos de sus colegas, Francia Coello y Yanina Karabin, a quienes, rumorología mediante, se les habrían confiscado sus pasaportes. Por si la moscas. La insoportable levedad del ser es título de una de las obras más conocidas del novelista checo Milan Kundera, publicada en 1984 y cinematografiada cuatro años más tarde con singular dominio del oficio por el realizador estadounidense Philip Kaufman. De su asociación con la duda hamletiana emergió –¿un guiño a Shakespeare?– la soledad del ser o no ser en relación con el aislamiento de quien interpreta un papel inmerecido y se proclama presidente, violando el espíritu y la letra de la ley de leyes, es decir, de la carta magna de la república bolivariana (las minúsculas adjetivan). No se requiere de especial perspicacia para adivinar en la mención del cachicamo y el morrocoy una alusión al argumento ad hominem esgrimido por el presidente de la suprema corte de los milagros revanchistas, el ex policía dos veces acusado de homicidio Maikel Moreno, con la calculada finalidad de desacreditar las revelaciones de Zerpa –en 2016 vio y escuchó al embajador cubano dar instrucciones políticas a Nicolás Maduro–. ¡Es un acosador sexual!, aseguró el juez máximo por la gracia de Diosdado, y, por arte de birlibirloque, salió a relucir el nombre de la hermanita de Jorge, el Maquiavelo de pacotilla. Ello resta credibilidad a la imputación y estaríamos hablando no de un lascivo y garfañonero picaflor, sino de un gravísimo caso de esperpentofilia. Tampoco es de zahorís intuir que la zoología fantasma es la colección de indóciles reptiles y espectrales y quirópteros responsables de las crónicas deficiencias de los servicios públicos. Y hasta aquí la hermenéutica y el trujamaneo. La interpretación de lo copiado ficticia y maquinalmente por un escriba robotizado ha de ser tenida como estratagema para insinuar lo que no podemos publicar explícitamente sin ser encarcelados, porque la persuasión no es el fuerte del engendro cívico-militar a cargo del coroto. Sí lo es el castigo. Cuando la (des)información y las fake news no convencen, se apela a la punición. El miedo es la carta oculta de la dictadura. Pero el temor no es eterno y en la subconsciencia colectiva laten el coraje y, ¡cuidado si no!, la temeridad. Ojo, pues, con los dictados del subconsciente.

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