A nadie, en su sano juicio, se le ocurre aceptar la dirección de quien lleva una organización o un país al fracaso: llámese equipo de fútbol o baseball, partido político, fundación, asociación, ministerio o gobierno. La inadecuada gestión lleva a la expulsión de quien funge de gerente y, si quien conduce tiene dos dedos de frente, a su renuncia. Ello es así en todo el mundo, excepto en los regímenes totalitarios. Se aferran al poder sin importar la magnitud del daño perpetrado a la organización o el país, siempre habrá un responsable: los yanquis o Merkel.

Pensaba en el tocayo del usurpador, Nicolás Ceausescu, quien también se aferró al poder pese a los estragos ocasionados a su país y, junto con su esposa, ante un tribunal militar fue destituido y acusado de haber destruido la economía rumana. Lo responsabilizaron del hambre de sus ciudadanos, del genocidio y en el juicio le decían: “Solo le dan 200 gramos de salchichón por día al pueblo”, una bolsa CLAP rumana. Quienes fueron su único sostén, pues se encontraba desconectado de los sufrimientos de sus ciudadanos y de la tragedia ocasionada, terminaron ejecutándolo. A diferencia de aquel Nicolás, al venezolano se le ha tendido un puente de plata para que se vaya. A mi mente vinieron los videos e imágenes, virales en la red, con la respuesta automática de la sociedad a la sola mención del apellido del Nicolás de Venezuela.

Cuando constatamos la capacidad corrosiva del socialismo, adquiere pleno sentido la expresión popular “se parece igualito”. Los amigos rumanos comentan que el racionamiento en ese país incluía la energía eléctrica. Contaban con ella hasta un cierto momento de la noche y reaparecía a las seis de la mañana del día siguiente. La destrucción propinada a ese servicio en Venezuela hace que resulte difícil hasta el racionamiento, está descartado poder alcanzar el benchmarking de la ineficiencia rumana.

Las similitudes no acaban allí. Igual que la dictadura rumana, la venezolana deja una abultadísima deuda, que se contrajo para desarrollar un inmenso saqueo acompañado de un extenso compendio de ideas inútiles: gasoducto del sur, gallineros verticales, ruta de la empanada, cooperativas por imposición, la revolución doctrinaria de la lumpia, motores y más motores y un incuantificable número de proyectos carentes de sentido y recursos. Igual que en el país de Nicolás C, en el del Nicolás usurpador campan la escasez, el hambre, las colas, el racionamiento y el empobrecimiento de toda una sociedad y su único pilar es la monstruosa represión. Lo insólito es que mientras el presidente Juan Guaidó presiona para el ingreso de la ayuda internacional, el Nicolás de por estas tierras la impide.

El clan Ceaucescu en Rumania fue protagonista de un enorme elenco de abusos y escándalos. El de Venezuela baila sobre la muerte y la sangre derramada, hace grandes comilonas con chefs reconocidos y cual bofetada restriega el hambre a sus ciudadanos, y de manera ostentosa exhibe los jets y apartamentos de lujo obtenidos a costa del robo de los recursos pertenecientes a los venezolanos.

La caída del régimen rumano estuvo precedida por movilizaciones y huelgas que culminaron en baños de sangre, pues el Nicolás de Rumania ordenó disparar contra los manifestantes, algo semejante a lo ocurrido con las movilizaciones de estas dos décadas en Venezuela, en particular las de los tres últimos años: 2017-2019. En ambas la represión costó un elevado número de vidas.

Miseria y represión son consustanciales al modelo socialista, pero resulta inevitable encontrar paralelismos entre ambos Nicolás. El Nicolás C. se consideraba un emisario de la sabiduría y el gran “coach” en todos los campos. De lejos, su más importante descubrimiento es haber identificado la utilidad del estiércol para la agricultura. Por ello, entiendo, se consideraba merecedor de un Nobel. El Nicolás M. no se queda atrás; “cultiva” pollos, lo que constituye un verdadero milagro, oye y sobre todo comprende a pájaros y palomas.

Ese modelo ha sido el responsable del generalizado y continuo apagón nacional, de una acelerada destrucción de los servicios de Internet, salud, educación, agua, etc., la sensación que queda es la de una plaga de langostas devoradoras de todo lo que consiguen a su paso. Como el país, la diáspora está desesperada por acabar con la plaga, acabar con la usurpación y entrar de lleno en acción e integrarse al trabajo en cada una de las áreas para recuperar el país.

La diáspora venezolana es cuantitativamente relevante, aproximadamente 15% de la población y cualitativamente significativa, como lo revelan los datos del Observatorio de la Diáspora Venezolana. Muchos están vinculados a proyectos, pese a los obstáculos de la dictadura para desestimular y asfixiar su desarrollo. Las asociaciones “diaspóricas” participan con otras muchas organizaciones de migrantes, formulan proyectos, canalizan información, actúan como “consejos consultivos” y como nexos entre quienes integran la diáspora y el país. Tales asociaciones nacen en ciudades y localidades, allí donde realmente se origina el proceso migratorio. En ellas establecen nexos y promueven iniciativas de interés para vincularlas a regiones y localidades venezolanas, contribuyendo de este modo al rescate del proceso de descentralización. La promoción de tales vínculos facilita la creación de nuevos proyectos y empresas, y el fortalecimiento e internacionalización de las existentes. Es importante generar en ciudades de ambos países (origen y recepción) un desarrollo económico fuerte, más competitivo y sostenible en el tiempo que posibilite, asimismo, crear empleo estable y de calidad. En los encuentros de las asociaciones “diaspóricas” participan los nuevos embajadores de la democracia y el tema medular de la reunión es ¿cómo podemos participar en la reconstrucción de Venezuela?

Hoy es posible participar en la recuperación del país desde fuera, no es indispensable el retorno. Lo fundamental, por tanto, es el compromiso de participar, bien sea desde la distancia o retornando, con todo su nuevo bagaje profesional, con las nuevas competencias y habilidades adquiridas en el país receptor; en definitiva, un capital humano mejorado es un activo para el desarrollo regional y nacional. En este terreno hemos reivindicado la noción de circularidad del capital humano, la cual admite las más diversas formas de relación y participación de la diáspora en el mencionado proceso de recuperación.  El retorno no es el cierre del ciclo migratorio, ni siquiera es lo más importante en relación con la diáspora. Por tanto, es preciso diseñar nuevas líneas de actuación para lograr la  vinculación, atracción e incorporación del talento humano, todo lo cual refuerza y añade valor a todo lo realizado en este terreno.

Es una condición para poder aprovechar un potencial tan diverso en todos los ámbitos. Uno de los criterios de esta vinculación es la descentralización. Otro criterio es el referido a la participación de los actores reales, puesto que los individuos y asociaciones “diaspóricas” están preparados para identificar problemas, necesidades, soluciones y aliados en el plano local en el cual operan y también a escala global.

Para el trabajo con la diáspora es fundamental la inclusión del sector privado, las asociaciones civiles y las ONG, universidades y los gobiernos locales y regionales, que tienen reservado un importante papel al lado de la Asamblea Nacional. La ampliación de la base de apoyo al proceso modernizador contribuye a asegurar el éxito de manera más sólida y el aprovechamiento óptimo de todas las capacidades.

Contra esta visión atentan las prácticas rancias de este régimen que pretendió convertir la maquinaria del partido en el gran colonizador de la sociedad. Hay que evitar a toda costa este riesgo en el que la lealtad sustituye a la eficiencia, al mérito y al trabajo. Un esfuerzo como el descrito no puede abordarse de manera centralizada. El país va a requerir de proyectos, inversiones y va a necesitar un nuevo tejido empresarial, diverso, moderno y competitivo, y fuente de empleo local y global, de empresas con vocación internacional.

Un proceso descentralizado, con múltiples y diversos actores, apoyándose en el trabajo realizado por las asociaciones “diaspóricas”, con demostrada capacidad para convocar al emprendimiento, las alianzas estratégicas, las inversiones y la cooperación. Para ello, insistimos, es necesario crear una institucionalidad ágil, flexible, plural,  posiblemente adscrita a la propia Presidencia de la República. La agenda de temas es amplia: políticas efectivas de acogida y protección laboral, la creación de condiciones fiables, el papel de la cooperación internacional,  los procesos de integración y los impactos psicosociales, la transnacionalización de la empresa, el derecho a elección y representación de la diáspora, y los efectos económicos y socioculturales de un proceso que acumula dos décadas al día de hoy.


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