Es admirable la gallardía del joven futbolista integrante de la selección sub-20 de Chile, quien reconoció su error luego de decirle “muerto de hambre” al joven jugador de la selección sub-20 de Venezuela. El primero admitió su desacierto con estas palabras: “Quiero decirles a todos que lo que dije en el partido no lo siento de verdad. Mi familia y yo tenemos muchos amigos venezolanos y respeto muchísimo a toda la gente que ha venido a Chile a trabajar y ganarse la vida de buena forma”. El segundo evitó, con actitud madura y sagaz, con el pulgar levantado, una innecesaria confrontación.

Actos xenófobos y racistas de este tipo son frecuentes en el ámbito deportivo: lanzamiento de conchas de cambur al campo, gritos y cánticos, agresiones verbales y físicas y peleas entre fanáticos que, desafortunadamente, han culminado cobrando vidas. El acto vandálico se hace noticia y opaca la realidad: millones de personas se congregan semanalmente en todo el mundo sin que se produzca percance alguno; son unos pocos fanáticos quienes empañan los encuentros deportivos.

Un reducido número de fanáticos perjudica a millones de aficionados, a los equipos y al deporte en general, un sector de enorme importancia económica capaz de movilizar aproximadamente 700.000 millones de dólares. De ellos, a distancia, el mayor volumen corresponde al fútbol. Conscientes de los perjuicios ocasionados por la xenofobia y el racismo, equipos y federaciones, además de condenar ese flagelo, han desarrollado diversos programas y estrategias para combatirlos. Esas manifestaciones se solapan con las más rancias y convencionales, aquellas de acuerdo con las cuales los migrantes quitan trabajo, se aprovechan del Estado de bienestar, ponen en riesgo la seguridad nacional: posiciones contrarias a la pluralidad, intolerantes e incompatibles con la libertad y la democracia.

El incidente ocurrió en Chile, país signado por la migración, cobijo de Andrés Bello y del exilio político en la época de las dictaduras venezolanas durante la primera mitad del silgo pasado. El golpe de Estado de 1973 en Chile convirtió a este en un país de emigrantes. La embajada de Venezuela, junto a otras de la región, sirvió de cobijo y resguardo a la vida de muchos perseguidos. Luego, el exilio chileno fue recibido con los brazos abiertos por la sociedad venezolana y latinoamericana.

Viene a mi memoria nuestra participación en la primera marcha organizada por la juventud universitaria muy temprano el día 12 de septiembre para repudiar el golpe de Estado en Chile perpetrado el día anterior. También recuerdo la proliferación de organizaciones creadas por profesores y emprendedores, con el propósito de facilitar la inserción de los chilenos, las cuales se convirtieron en “agencias de empleo”. Recuerdo en particular a todos los amigos chilenos que formaron parte de ese hermoso proyecto de la democracia venezolana, el Banco del Libro.

En el caso de Venezuela podemos hablar de un “golpe de Estado continuado”. Comenzó con los fallidos golpes del año 92, el posterior arribo al poder por la vía democrática de quienes habían fracasado usando la fuerza, y su primer gesto al llegar al poder fue despotricar de la Constitución sin la cual no habrían podido acceder a él. Ese acto digno de malagradecidos inauguraba la era del golpe de Estado sistemático. Las dictaduras de ambos países forzaron e hicieron forzosa la migración de sus ciudadanos, que en el caso venezolano alcanza cotas sin precedentes en Latinoamérica.

Las dos dictaduras, la de Chile en la década de los setenta y la de Venezuela en el siglo XXI, están impregnadas de semejanzas muy hondas y de significativas diferencias. Dos años antes del golpe, 1971, el gobierno chileno invitó al régimen cubano, plusmarquista en dictadura, a visitar  el país. Su jefe máximo se instaló en Chile durante casi un mes. En el caso venezolano ha sido la dictadura quien ha invitado al régimen cubano, al que ha cedido el control de la información de sus ciudadanos y con él ha establecido convenios onerosos en los sectores de la salud, la educación y el deporte.

Ambas dictaduras siembran la represión, la persecución y el terror y anulan la competencia electoral. Las dos han violado la Constitución y los derechos humanos básicos, comparten su ilimitada capacidad para reprimir y perseguir el disenso. Una diferencia elocuente es la tragedia humana y la escasez de todo, ocasionada por la venezolana, debido a su implacable desdén por la propiedad privada y el individuo, aderezado, además, con una creciente inseguridad y una absoluta impunidad.

El efecto combinado ha producido una tragedia humana de proporciones desconocidas previamente en Latinoamérica y un éxodo masivo en muy poco tiempo. En su despropósito de perpetuarse en el mal, ha infligido un daño de tal magnitud que ha ocasionado una conmoción mundial. Países y organismos como Naciones Unidas han expresado su deseo y su compromiso de atender la crisis humanitaria que hoy padece Venezuela.

En la fase inicial, el destino más concurrido de la diáspora chilena fue Latinoamérica, mientras la venezolana se orientó, en la primera etapa, a los países del norte, principalmente Estados Unidos. En la última fase los destinos de ambas diásporas se invirtieron. La chilena optó por los países del norte y la venezolana escogió a los países latinoamericanos: de balseros del aire a “balseros de la carreteras”, “del calzado” y los “peñeros”; la pobreza ocasionada por el “socialismo del siglo XXI” destruye las opciones de movilidad.

Una de las similitudes de las dictaduras es el robo por parte de quienes fungen como jefes de tales regímenes. En Chile se comprobó que algunos oficiales del ejército “sustrajeron recursos para beneficio particular”. En Venezuela la corrupción se entronizó y rebasó lo inimaginable. Muchos de esos militares golpistas del año 92, cuya consigna central fue la de la lucha contra la corrupción, después de haber estado en el gobierno, hoy están en prisión, juzgados y sentenciados. Han confesado formar parte de complejos tramados de corrupción, milmillonarios. Y es solo la punta del iceberg. No es de extrañar, pues su proyecto se inició con un inmenso acto de corrupción, apropiarse para fines personales de las armas de la nación.

Las diásporas de ambos países arrastran consigo a sus países y testimonian el horror de la dictadura y de la barbarie. Una y otra se han empeñado en recuperar la democracia y son muy activas social, económica y políticamente. Aprovechan todo aquello que ofrece el país de acogida y sacan partido de los conocimientos y competencias adquiridas, de las redes personales tejidas y de las esperanzas con las cuales preparan sus maletas para poder circular libremente.

La diáspora chilena contó con el apoyo de la comunidad internacional, cuyo respaldo incluyó la enseñanza de idiomas, la asesoría laboral y en algunos países subsidios para viviendas y becas de estudio. Salvando las distancias, algo similar ha ocurrido con la diáspora venezolana. Han recibido vacunas, se les ha otorgado permisos de permanencia, los países los reciben sin documentos de identidad y se les ofrece alojo en albergues, comidas, etc. La región ofrece la misma respuesta que Venezuela dio a la inmigración chilena, argentina, colombiana, ecuatoriana, peruana, dominicana y uruguaya.

Aunque por diseño las dictaduras silencian los medios de comunicación, no han podido impedir a las diásporas ventilar por otros medios los acontecimientos de sus países de origen. La diáspora venezolana tiene a su disposición una gran cantidad de medios de comunicación de fácil acceso. Esas dictaduras tampoco han podido impedir a sus diásporas, la chilena antes y la venezolana ahora, desarrollar un trabajo conjunto con los partidos políticos execrados y con la sociedad toda en su propósito de contribuir a la recuperación de la libertad.

El aporte político de ambas diásporas es indudable. Propone, contribuye y refuerza los procesos de renovación política y se conecta a iniciativas de carácter global. Como se ve, no solo sigue lineamentos. Además, es una fortaleza cultural, económica y social. Hacen uso de todo su potencial para desarrollar campañas mundiales de denuncia y solidaridad y despliegan estrategias a favor de la democracia en Venezuela.

La venezolana despliega un intenso lobby político, solicita sanciones a quienes han robado los recursos de las medicinas, los alimentos, la salud, etc., de todos los venezolanos y construye organizaciones para recuperar lo robado. Los aliados de la democracia en el mundo desempeñan un importante papel, hace posible crear redes de enorme interés para el futuro del país.

Como la chilena, la diáspora venezolana participa de un modo muy activo en el proceso de transición. Lo hará con toda su fuerza cuando las condiciones en Venezuela lo permitan. Se convertirá en una importante pieza en el proceso de modernización y para la reconstrucción de Venezuela. El conocimiento de la experiencia de la diáspora chilena permite extraer muchas enseñanzas sobre el papel que le corresponderá desempeñar a la diáspora venezolana en la modernización del país.

@tomaspaez


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