El máximo vocero del régimen ha formulado las más variadas y contradictorias declaraciones en torno a la diáspora. Expresiones dignas de un sainete o quizá parte de una estrategia de “divertimento”. Veamos. En su última intervención en Naciones Unidas negó la existencia de la diáspora y de la tragedia humanitaria, la cual atribuyó a una campaña mediática mundial cuyo único propósito es destruir su maravilloso gobierno, pura envidia, pues.

Después de negarla, en un verdadero acto de fingimiento de humanidad, afirma: “Me conmueven los testimonios de quienes se han ido, han caído en la mendicidad”, y agrega: “Vengan a Venezuela a pasar la Navidad”, para luego rematar con una frase fanfarrona: “Somos los únicos que tenemos un proyecto de país” porque hemos elaborado por “enésima” vez un nuevo plan, este sí definitivo-definitivo (le faltó añadir) de “recuperación económica y prosperidad”. Este sustituye el interminable inventario de planes y de los famosos “motores de desarrollo” hoy maltrechos e inoperativos. Con esta declaración se desdice a sí mismo y, por si fuera poco, invita a los 4 millones de venezolanos a dejar sus trabajos, como el de lavar retretes, y regresar a Venezuela como, según él, muchos miles ya están haciendo.

La simulación no acaba allí. Se conduele de los migrantes centroamericanos que huyen de la pobreza y se dirigen a Estados Unidos, NO a Cuba, Nicaragua o Venezuela. Si el dolor fuese real, los habría invitado a refugiarse en Venezuela. No lo hace y se cuida de aplicar los mismos argumentos a la diáspora venezolana, la cual huye de la pobreza, la escasez y la gran inseguridad. Aprovecha la ocasión para criticar el gobierno de Estados Unidos, enemigo favorito en el guion de cualquiera que se precie de ser revolucionario, país al cual pide encarecidamente abrir sus fronteras a esta inmigración. Precisamente lo que han hecho los gobiernos latinoamericanos con la diáspora venezolana, gesto que el régimen venezolano debería agradecer hasta por razones elementales de educación.

El colmo de la negación de lo dicho en la ONU es la invitación que hace a la diáspora, denominada “vuelta a la patria” y, para asegurarla, la acompaña de un generoso gesto: crear un puente aéreo para traer a los venezolanos de vuelta. ¿Por qué tanto empeño en el retorno de la diáspora cuando hasta hace nada negaba su existencia? ¿Por qué ese interés en hacer una inversión de esa magnitud cuando, primero, no tiene recursos y segundo, hay muchas y acuciantes necesidades que atender? Tal insistencia en el discurso podría obedecer al hecho de que los 4 millones de venezolanos son el testimonio innegable del monumental fracaso del socialismo.

Es más que una invitación; de acuerdo con sus palabras usted ha ordenado la creación de un puente aéreo para traer de regreso a la diáspora. ¿Es posible un mandato de esa naturaleza sin previamente evaluar si usted posee los recursos necesarios para hacer realidad esa orden? ¿A quién ha dado la orden, a los pilotos?, ¿a las líneas aéreas? (cobran por cada pasajero, es la orden que admiten), ¿al BCV?, ¿al CNE?, ¿al TSJ?, ¿a su asamblea? Y si la respuesta de los ciudadanos es contraria a su orden, como es de esperar, ¿no se convierte en una nueva fanfarronada? A los ciudadanos no se les ordena, se los convoca, se los atrae: sin el beneplácito de la diáspora sus órdenes carecen de sentido. Supongamos, por una vez, que la diáspora acepta su invitación para retornar al país. Ella lo invitaría a hacer una lista de chequeo de las implicaciones del retorno de 4 millones de venezolanos.

Sepa usted que estarían igualmente dispuestos a limpiar pocetas en Venezuela, ya que el trabajo no denigra. Lo invitan a que se conduela, pero no de ellos y su precaria situación como emigrantes, sino de la ausencia de empleo que, entre muchas otras razones, los obligó a salir en primer lugar. A la diáspora le preocupa la terrible escasez de agua, detergentes y todo tipo de implementos de limpieza, situación de la cual usted está plenamente informado, sin los cuales es imposible realizar la tarea. Y no hablemos del valor de cambio de cualquier salario percibido por ella.

Los “alumbrones” esporádicos, ya que lo normal es el apagón, confirman que su gobierno tampoco está en capacidad de garantizar el suministro de electricidad y, como bien sabe, en el caso de la región capital guarda una relación directa con el suministro de agua. Los ciudadanos sufren largas jornadas sin electricidad, pues los animales (ratas e iguanas, en ese orden) se han encargado de destruir la infraestructura, un rasgo particular de las ratas venezolanas: su negocio es el sector eléctrico. Los montos de inversión y los recursos gerenciales necesarios para recuperarlo descartan la posibilidad de garantizar el servicio.

Todos sabemos que cualquier invitación requiere de un mínimo de coordinación y con más razón una de estas dimensiones, nada más y nada menos que regresar al país. Si la invitación es a lavar retretes y no hay agua, conviene dejarla de lado. Si existe una altísima probabilidad de que no habrá luz, cambiemos la invitación para el día. Si no hay comida, ni bebidas o no hay recursos para adquirirlos, mejor invitemos un café (eso solo si se consigue y a un precio que no descalabre el precario ingreso familiar) y si el espacio es muy pequeño es necesario reducir el número de invitados.

Nos imaginamos que cuando ordenó (sus palabras) establecer el puente aéreo lo pensó debidamente e hizo los cálculos necesarios. Suponemos que consideró las resistencias internas que podría ocasionar en los distintos grupos de su gobierno. Algunos, con tal de no ver a los retornados, se largarán a aquellos países con poca o ninguna presencia de venezolanos: Cuba, Rusia, Corea del Norte, Turquía o Irán. Otros no desean el retorno de la diáspora de ninguna manera, y quienes se creyeron su discurso del show mediático en la ONU no pueden comprender su capacidad para desdecirse.

Además, su decisión podría acarrearle muchas enemistades entre la red de testaferros, representantes de su gobierno y “empresarios sanguijuela”, quienes quedarían en evidencia. Su plan no fue el de robar para invertir en el país. Su deseo es disfrutar lo robado en otras latitudes. La justicia internacional da cuenta de ello con nuevos datos cada día (a las pruebas me remito, Andorra, las confesiones de los apresados por la corrupción en Pdvsa, el decomiso de drogas por parte del gobierno francés de manera unilateral, y un extenso listado de desfalcos).

Asumo que tiene una idea de los impactos y costos de esa invitación. Uno de los efectos consistirá en una mayor demanda de pasaportes a la cual no podrá responder. Con el retorno de los millones de venezolanos que se han ido aumentará la demanda de electricidad, agua, transporte, alimentos y medicinas y usted es consciente de la tragedia humana que ha creado y de que nadie en su sano juicio invertiría hoy en Venezuela a fin de crear nuevas fuentes de riqueza y empleo.

Imaginamos que usted es consciente de cuánto le cuesta su “orden” al país. Nosotros utilizamos como referencia un avión Boeing 700-400, con capacidad para transportar 660 pasajeros. Con esa capacidad será necesario hacer, aproximadamente, 6.000 viajes y, asumiendo un precio promedio de 1.000 dólares por persona, el costo de cada viaje rondaría los 700.000 dólares. Esto arrojaría un costo total de aproximadamente 4.000 millones de dólares. Supongamos que logra usted conseguir una ganga y reducir el precio a la mitad, la cifra se situaría en 2.000 millones. Albergamos serias dudas de que las reservas internacionales alcancen para cubrir esta inversión. De contar con esos recursos sugerimos utilizarlos para atender la crisis humanitaria que ha creado. Si por el contrario, como todo parece indicar, estas cuentas preliminares no se han sacado, la propuesta es una fanfarronería o una nueva burla.

Abandonemos las declaraciones y concentrémonos en los hechos, las decisiones de su gobierno en torno a la diáspora. La primera de ellas: el envío de remesas. Redujeron el alcance de la propiedad sobre la cuenta bancaria: solo la puede utilizar cuando se encuentre en el país, cuentas y tarjetas de crédito de alcance limitado. Les importa poco si ello afecta al propietario de la cuenta. Su objetivo es ejercer un control sobre las remesas y evitar las transferencias de divisas directas entre ciudadanos. Fijaron una tasa de cambio para la remesa, muy por debajo de la tasa de mercado, con los respectivos porcentajes que por cada transacción percibirá el Estado e intentarán utilizar una estrategia similar a la de Cadivi que tantos beneficios les reportó. Como valor añadido, van a recabar información con la cual perfeccionar el control social.

Quienes reciben remesas, medicinas y alimentos, teléfonos de nueva generación, llamadas internacionales o pasajes para movilizarse, representan un importante porcentaje de la población. Sobre el restante, el régimen intenta ejercer un control directo a través de las escuálidas bolsas de racionamiento (Clap), de pésima calidad y sobrefacturadas, como demostró la Procuraduría General de México. La decisión del régimen es clara: no regresen pero no dejen de enviar remesas.

La otra medida, también sin fisuras o disidencias, es la creación de una policía migratoria, cuyo propósito es ejercer un control sobre la diáspora, atender la seguridad ciudadana y la realidad de las fronteras. Nos preguntamos, ¿no es exactamente eso lo que corresponde a la Policía Nacional y a la Fuerza Armada? ¿Obedecerá a la multiplicación de las denuncias en las redes acerca del secuestro de títulos, confiscación de prendas y efectivo en los puntos fronterizos? Lo cierto del caso, más allá de la palabrería del régimen, es que la política real hacia la diáspora se inicia creando mecanismos de control y represión: decisiones que hablan más que la fanfarronería inútil.

@tomaspaez


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