La gran mayoría de países y gobiernos en el mundo reconocen, con enorme preocupación, la dramática crisis humanitaria que sufren los venezolanos. Muchos de ellos acogen a una diáspora que aumenta de manera incesante, consecuencia de un modelo totalitario que crea hambre y escasez y destruye las libertades y la democracia.

También las organizaciones de carácter global y multilateral se han pronunciado con mucha angustia ante la catástrofe venezolana: las Naciones Unidas y como parte de ella Acnur, la Unión Europea y el Grupo de Lima. Además, han manifestado su entera disposición a apoyar con medicinas y alimentos a los ciudadanos venezolanos en el país y a quienes se encuentran en una situación vulnerable en los países de acogida. Por su parte, la OIT, organismo centenario en el que están representados los trabajadores, los empresarios y los gobiernos, acaba de adoptar la decisión de crear una Comisión Encuesta para Venezuela, lo que supone un claro reconocimiento de la gravedad de la situación que padecen los venezolanos.

El régimen, al desconocer y negar la existencia de esta honda crisis, priva a los venezolanos de la muy necesitada ayuda internacional. Prefiere condenar a sus ciudadanos a la desnutrición, el hambre y la muerte, hecho que solo es explicable por una rabia secular o una ruindad extrema.

No contentos con impedir la ayuda, como una vez hicieron con el apoyo de Estados Unidos después del trágico deslave en Vargas, llegan al extremo de mofarse de los ciudadanos, a quienes tratan como estúpidos. Lo hacen cuando afirman que los anaqueles de los supermercados están vacíos debido al incremento del consumo; o cuando sostienen que las fallas permanentes del sector eléctrico forman parte de una estrategia del “reino de las iguanas”; o cuando hablan de patria-país-potencia, en lenguaje orwelliano, en un contexto hiperinflacionario, de desconfianza, en un país que se cae a pedazos en el que no solo ha desaparecido más de 60% del parque empresarial, también ha mermado de manera significativa la producción petrolera, la única empresa que genera divisas. Su desprecio es proporcional a su ansiedad de destrucción y a su odio hacia los ciudadanos venezolanos. Por ello, ya ni siquiera se conforman con “raspar la olla”, simplemente se la roban y en su total asilamiento optan por convertir el país en cenizas, como han señalado algunos de sus voceros.

También se desentienden de los millones de venezolanos que integran la diáspora, cuyo vertiginoso aumento resulta indudable e irrebatible. La negación del hecho inhabilita al régimen para atender esa realidad, secuela directa del “socialismo del siglo XXI” que han impuesto, uno de cuyos atributos es el de favorecer el crecimiento de la diáspora allí donde se ha instalado. No contentos con negar la existencia del fenómeno, se burlan de ella cuando fingen preocuparse porque quienes han emigrado limpien baños, como si el trabajo fuese una deshonra.

El desentendimiento y la actitud sarcástica con la que se refiere a los más de 3 millones de venezolanos, esparcidos en más de 90 países y más de 300 ciudades, contrasta con el interés, el afecto y la atención que prestan los países vecinos a los migrantes venezolanos. Lo hacen formulando políticas ad hoc a escala nacional, regional y local, con el apoyo de organizaciones internacionales como Acnur, la Iglesia, Cáritas, organizaciones sociales y políticas de esos países y las creadas por los venezolanos de la diáspora. Todos ellos atienden a decenas de miles de venezolanos que atraviesan las fronteras a pie, en autobús o en peñeros, mientras la dictadura venezolana repite machaconamente que ese fenómeno no existe.

La diáspora, un desplazamiento inédito en la historia venezolana, de carácter masivo, vertiginoso, complejo y heterogéneo. Diversidad que es preciso comprender para evitar incurrir en generalizaciones inadecuadas y para poder trazar políticas públicas más apropiadas y eficientes y acordes a las propiedades de cada segmento. Esta multiplicidad incluye a los propios “enchufados”, a sus testaferros y cómplices que han esquilmado los recursos de los venezolanos y que merecen un tratamiento particular.

A falta de un Estado que se ocupe de la diáspora, la responsabilidad ha recaído sobre la sociedad civil, que ha demostrado la tesitura de la que está hecha y las capacidades que posee y que de este accionar global saldrá muy fortalecida, lo que augura una relación más exigente en la futura relación con el Estado. De hecho, la diáspora ha debido sustituir un servicio exterior, hoy muy disminuido, y han fungido como los verdaderos agregados culturales, comerciales, sociales, políticos, científicos y tecnológicos y como verdaderos defensores de toda la colectividad a la que representan y lideran.

La sociedad civil venezolana, de manera voluntaria y desde las propias comunidades, desde la base, ha liderado la creación de las organizaciones para articular la nueva geografía del país. Organizaciones que se han desarrollado de manera descentralizada, que exhiben altos niveles de autonomía y compromiso y una enorme energía con gran capacidad de movilización. Además, ha preservado y fortalecido los mecanismos organizativos ya existentes para conectar y articular los esfuerzos que se adelantan dentro y fuera de Venezuela.

Tuvimos ocasión de hablar de ello en una reciente reunión con parlamentarios de la Asamblea Nacional en la que se abordó el tema de la diáspora. Expresamos de manera telegrafiada los esfuerzos voluntarios de miles de ciudadanos, de sus organizaciones y de su liderazgo en todo el mundo. Una labor que han fraguado con mucha intensidad, desplegando un trabajo de “hormiguita” y con escasos recursos.

Decíamos, para comenzar, que en sí misma la diáspora es la más clara denuncia a escala global y en cada localidad en las ciudades de acogida, del monumental fracaso del modelo socialista. Quienes, intentando plagiar la práctica que se usó con la diáspora cubana, a la que calificaban de “gusanos” y ahora afirman que la venezolana es la de los ricos, han fracasado en su intento. Esa estrategia propagandística de quienes se autoproclaman progres carece de asideros, puesto que quienes integran la diáspora trabajan y además deben enviar remesas y medicina a familiares y amigos.

Su presencia, igualmente, permite informar lo que realmente ocurre en el país y de este modo contrarrestar la propaganda de los socios y franquiciados de la dictadura venezolana en el mundo. Por ello, la diáspora venezolana también es semilla democrática y antídoto contra el totalitarismo. Esta fortaleza reviste un interés particular, pues la gran mayoría de los ciudadanos venezolanos han internalizado la consigna de que la democracia hay que defenderla todos los días y en todos los espacios.

Asimismo, se ocupan de defender los derechos humanos que la dictadura conculca a los ciudadanos. Esa capacidad de movilización la convierte en poderoso activo del país, además, en todos los frentes. Activo que se está movilizando desde la diáspora y desde el país. La diáspora y sus organizaciones, conjuntamente con aquellas que en el país han logrado sobrevivir a la colonización del régimen, están fraguando la estrategia para la recuperación y reconstrucción de un país que ha sido destruido.

Las organizaciones desarrollan proyectos, establecen puentes y buscan recursos que posibiliten la concreción de las iniciativas. Su carácter descentralizado les imprime un mayor dinamismo y versatilidad y propicia un espacio para que Venezuela pueda recuperar lo perdido en el terreno de la descentralización y la autonomía en las dos últimas décadas. En las regiones, las organizaciones privadas, los gremios y colegios de profesionales que todavía no han sido colonizados por el régimen, es factible iniciar la promoción de iniciativas y el desarrollo de alianzas estratégicas a escala global.

La diáspora también está interesada en jugar un papel más activo en el terreno de la representación política. Ha hecho un análisis de experiencias como la italiana, la ecuatoriana y la francesa, entre otras. Es consciente de que en este terreno será necesario realizar reformas legales que respondan a esta nueva realidad.

Tenemos mucho qué aprender de la experiencia internacional y de aquellas que se están desarrollando en el país. La articulación de la diáspora es un asunto que no es exclusivo de sector alguno. Por el contrario, les concierne por igual a gremios empresariales, colegios profesionales, universidades, sindicatos, partidos políticos y las más diversas organizaciones que la diáspora ha creado. El propósito es facilitar la articulación y la cooperación a escala global para poder superar el modelo de la barbarie y el pensamiento único y abrirle espacio a la modernidad y la pluralidad para, de este modo, lograr un verdadero aprovechamiento del conocimiento que se encuentra disperso en la nueva geografía del país.


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