El diálogo volverá a fracasar. Con efectos que podrían llegar a ser irreparables: profundizar el desprecio y el desprestigio en que ha caído la oposición oficialista venezolana ante la comunidad internacional por sus vaivenes y veleidades incomprensibles, y darle tiempo a la dictadura para que continúe su trabajo de devastación de los despojos que aún restan de Venezuela

Al fragor de la conmoción y las graves consecuencias de la derrota histórica de la sociedad civil el 11 de abril de 2002, causada por la nefasta intervención de las fuerzas armadas bajo control de uno y otro bando y la actuación de políticos aficionados e inexpertos, escribí unas reflexiones que titulé “Dictadura o democracia, Venezuela en la encrucijada”. Pretendí esclarecer el contexto de dicho fracaso: la profunda decadencia y crisis del establecimiento puntofijista, el asalto de la barbarie que venía a llenar el vacío dejado por la claudicación de las élites democráticas y la emergencia de la dictadura, cuya entronización me parecía inevitable y que supuse apuntaba al establecimiento de un régimen totalitario de sesgo castrocomunista. Un pronóstico que en 2002 muy pocos compartíamos y que se cumpliera al pie de la letra.

El objetivo estratégico que entonces me parecía impostergable como respuesta posible de las fuerzas democráticas, inconscientes del grave peligro que enfrentábamos, no iba más allá de afianzar y profundizar la lucha asumida en solitario y sin el concurso de los partidos políticos del viejo establecimiento por la sociedad civil, que hacía su estreno como principal protagonista del nuevo escenario político venezolano: ir tras el restablecimiento de la democracia. Aquella democracia de partidos, estatólatra y clientelar, que se dejara arrasar por la barbarie y ya no sobrevivía en ellos, prácticamente desahuciados, sino en esa pujante e insurgente sociedad civil. Hasta el día de hoy es la única reserva estratégica de nuestros afanes libertarios. Todavía creía posible por entonces restaurar el antiguo régimen y volver a la vida del pasado perdido. Estaba profundamente equivocado.

La democracia puntofijista ya había muerto tras el mortal golpe de Estado del 4F, así pretendiera sobrevivir en un liderazgo partidista miope y mezquino, atento exclusivamente a sus propias ambiciones, incapaz de estar a la altura de los desafíos históricos que el tiempo nos imponía, ahora con mucho mayor urgencia: construir la democracia del siglo XXI, profundamente liberal, sustentada en la sociedad civil, no en sindicatos políticos de mala muerte, gerenciados por virtuales capos de mafia, veinte años después dispuestos a transar todos los anhelos depositados en las urnas el 30 de julio pasado por una sociedad civil que no ceja en su empeño por salvar a Venezuela. 
La misma noche del 15 de agosto de 2004, fecha del monumental fraude cometido por un gobierno que ya se había entregado de rodillas al dominio cubano, encargado de montar toda la operación de lo que Petkoff llamara “un fraude continuado” –desnaturalizar el referéndum revocatorio, postergar su realización y montar las misiones para recuperar el perdido respaldo ciudadano–, enfilado hacia una dictadura totalitaria, comprendí que la restauración del pasado era un objetivo equivocado, amén de imposible.

La crisis del viejo liderazgo, entonces a cargo de la llamada Coordinadora Democrática, estalló esa noche en una manifestación de impotencia ominosa e irremediable. La madrugada del 16 de agosto de 2004 me quedó claro que la democracia de Puntofijo había muerto y lo que sobrevivía era un simulacro opositor, lo que posteriormente devendría en la MUD, y su peor herencia: el chavismo. Un proceso de claudicación en toda la línea que a partir de las elecciones presidenciales de 2006 y la candidatura de Manuel Rosales, bajo el patronato del mismo Petkoff y Julio Borges, apartó a la sociedad civil de todo protagonismo y dejó el proceso de transición compartido con el régimen en manos de los nuevos y viejos partidos políticos: AD y sus derivaciones en Un Nuevo Tiempo y Avanzada Progresista, y Copei y los suyos: Primero Justicia y Voluntad Popular. De la extraña simbiosis de esos apéndices contra natura nació la MUD. Y de la muerte de Chávez, el madurismo. Dando a luz este monstruo de dos espaldas que ha precipitado a Venezuela en los abismos de su devastación. Y recicla de cuando en vez sus fuegos de artificios en diálogos que simulan para las galerías la hobbesiana guerra de todos contra todos. Arcana, los llamaba el mismo Hobbes: simulaciones, triquiñuelas, operaciones de engaño y fraude, simulacros.

De hecho y más allá de la conciencia de sus protagonistas, desde entonces se instauró una transición hacia el totalitarismo soportado por una extraña alianza jamás declarada del chavismo con la llamada oposición democrática puntofijista. Un compartimiento de espacios recíprocamente tolerados, afianzado primero por los altos precios del petróleo y la magia seductora del encantador de multitudes. Incrustada luego en esa alianza contra natura, a la que muy pronto junto a AD y Copei se incorporó Primero Justicia, en primer lugar, y Voluntad Popular después. Esa oposición estructurada desde 2009 en la llamada Mesa de Unidad Democrática jamás se planteó el desalojo del gobierno que, tras la sumisión de Hugo Chávez a Fidel Castro, ya se había convertido en un régimen militar cívico dictatorial con claras tendencias totalitarias, como fuera definido en su momento por Pompeyo Márquez. Y que sólidamente aliado a las fuerzas armadas terminara por consolidar dicha transición hasta alcanzar el clímax de la crisis humanitaria y la insurrección popular que vivimos hoy.

Imposible desconocer la voluntad antidictatorial y profundamente liberal y democrática de la sociedad civil, que rechaza todo contubernio con el régimen, respalda con todas sus fuerzas las acciones de la Resistencia, desconoce el supuesto liderazgo de la MUD y apuesta por el desalojo del régimen y el inicio de una transición hacia la nueva Venezuela. Dejando un rastro de muerte y desolación: más de 130 jóvenes mártires que dieran sus vidas por una ilusión, ruin y vilmente traicionada por esos supuestos liderazgos.
Tres fechas recientes marcan el fin del pasado entendimiento de la sociedad civil y la Resistencia con la MUD y demarcan un cambio profundo en el escenario político venezolano. El 9 de julio, cuando sorpresivamente e iniciando un cambio de 180 grados en el comportamiento político de su principal protagonista los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez trasladaran al preso más emblemático de la dictadura a su casa: moría el mito del Mandela venezolano; el 16 de julio, cuando 7,7 millones de ciudadanos acordaran mediante un referéndum las líneas maestras que debía seguir la oposición, resumidas en 1) la búsqueda del desalojo inmediato del régimen; 2) el desconocimiento de la llamada asamblea nacional constituyente y 3) la conformación de un gobierno de transición. Y el 10 de septiembre, cuando el respaldo opositor a los partidos opositores de la MUD descendiera hasta menos del millón de votos y la sociedad civil le diera definitivamente la espalda a quienes se subordinaran y acordaran con el régimen la participación en unas elecciones regionales que no solo apartan de un manotazo el objetivo del desalojo sino que violan el acuerdo referendario del 16 de julio. Coronando la felonía con el humillante reconocimiento de los gobernadores con los que el régimen premiara la labor de zapa de Ramos Allup a la mayestática falsa potestad de un organismo de utilería.

Contrariando esa implícita voluntad mayoritaria de no volver a caer en la celada del diálogo, compartida por las altas autoridades de la Iglesia, según dejara constancia el cardenal Urosa Savino en sus declaraciones al salir de reunirse en Bogotá con el papa Francisco –“no se dialoga con una dictadura totalitaria”–, la MUD ha aceptado reiniciar una vez más el diálogo con el régimen. Sin otro objetivo que satisfacer la voluntad de quienes supeditan los intereses de la nación –desalojar al régimen e iniciar el proceso de transición, como fuera ratificado el 16 de julio– a sus propios intereses particulares: permitir la sobrevivencia del régimen a cambio de garantizar las elecciones presidenciales en diciembre de 2018 y sucumbir al espejismo de la candidatura presidencial de Henry Ramos Allup o Julio Borges. No es otro el objetivo del encuentro, una vez más en República Dominicana, una vez más bajo el patrocinio de José Luis Rodríguez Zapatero, una vez más con un presidente dominicano, una vez más con Timoteo Zambrano. Y la participación de AD, PJ, UNT e, insólita sorpresa, el auspicio determinante de Leopoldo López y Voluntad Popular.

¿A qué milagro esperan los mismos protagonistas con los mismos argumentos, que no sea el de darle tiempo a Nicolás Maduro, terminar por desgastar el espíritu de resistencia, ahora sin su preso emblemático, y extender la vigencia del régimen dictatorial formalmente hasta 2019, que de facto podría alcanzar hasta 2050, de imponerse finalmente y con el insólito respaldo de la MUD el modelo castrocomunista que busca entronizarse mediante estos subterfugios tolerados por la oposición oficialista? Que se opone al logro de la voluntad del pueblo venezolano, si su liderazgo desconoce de manera abusiva, irrespetuosa y flagrante el mandato que él mismo solicitara y le fuera concedido el 16 de julio. ¿Cómo entender un comportamiento tan contradictorio y funambulesco: convocar un plebiscito para desalojar al régimen, desconocer la ANC y exigir la conformación de un gobierno de transición para inmediatamente después aceptar ir a elecciones regionales bajo el mandato de ese mismo gobierno, esa misma ANC y su mismo CNE, volando luego a República Dominica a reafirmar los términos de esa última claudicación? Lo entenderán los claudicantes. No lo entienden nuestros aliados internacionales, que comienzan a dudar de nuestra racionalidad. Con un nuevo elemento que deslegitima la operación y permite le sean vistas las cicatrices y costuras al contubernio MUD/PSUV: la denuncia del alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, convertido en el principal portavoz de la oposición democrática ante el mundo.

El diálogo volverá a fracasar. Con efectos que podrían llegar a ser irreparables: profundizar el desprecio y el desprestigio en que ha caído la oposición oficialista venezolana ante la comunidad internacional por sus vaivenes y veleidades incomprensibles, y darle tiempo a la dictadura para que continúe su trabajo de devastación de los despojos que aún restan de Venezuela. En cualquier caso, y si se lo permitimos, impedirá el desalojo, entorpecerá la resistencia, le cerrará las puertas a la nueva Venezuela y dejará incumplido el principal anhelo de las mayorías venezolanas: salir de Maduro al más corto plazo, llevar a los principales culpables de la inmensa tragedia que ha azotado a Venezuela desde el asalto al poder del chavismo a los tribunales internacionales, permitir una transición de los mejores y terminar por erradicar de cuajo el castrocomunismo militarista y narcoterrorista reinante. Salvo que termine por imponerse al más breve plazo un modelo unitario diametralmente distinto al de la MUD: un Frente Amplio de Unidad y Resistencia de los mejores, que conduzca las luchas finales del pueblo contra la tiranía. Es el proyecto que comienza a tomar vida en Soy Venezuela. Bajo sus banderas, María Corina Machado en Venezuela y Ledezma en el exilio, ha nacido un nuevo escenario político.

Son los Idus de noviembre. La suerte está echada.

 


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