Que la actual crisis sea o no terminal para el régimen chavista no depende del chavismo. En realidad, dependerá de la claridad, la firmeza y la consistencia de las fuerzas que, interna y externamente, se oponen al régimen. En otras palabras, las condiciones materiales y objetivas para la caída de la dictadura venezolana han estado dadas desde hace varios años. Pero la ausencia de una oposición consecuente y la complicidad de la comunidad internacional le han prolongado la vida a este régimen que es agónico desde tiempos de Chávez.

Casi con precisión matemática, cada vez que el régimen chavista necesita sortear una crisis importante hace una hábil combinación de fichas en el tablero: elecciones, diálogos o negociaciones. Siempre alimentando la ilusión de un cambio, al mismo tiempo que aprovecha la tregua electoral o negociadora para pisar el acelerador y ganar más terreno del que ya tenía.

Así ha sido, sin excepción, desde las rondas de negociaciones que inauguró Chávez con la falsa oposición en 2002 hasta ahora. Entre unas elecciones y otras, entre unas negociaciones y otras, siempre median eventos a veces poco visibles que tienen que ver con la adjudicación de prebendas y la concesión de posiciones en el sistema político para legitimar la componenda.

Sin duda, esta dinámica combina además la política del garrote y la zanahoria como un sistema casi perfecto de recompensas y castigos, que los chavistas han aplicado a la falsa oposición para inducir un movimiento reflejo de colaboracionismo.

Nuevamente, el régimen afronta una crisis para la cual necesita el auxilio de la falsa oposición. No se trata del absurdo e irrelevante argumento de que Nicolás Maduro perderá legitimidad el 10 de enero de 2019, que además es de un simplismo insultante, solo potable en ciertos círculos diplomáticos.

En realidad, más que a esa supuesta pérdida de legitimidad que alentaría a más acciones simbólicas de presión de la comunidad internacional, lo que preocupa al régimen es la formación de un frente internacional dispuesto a intervenir militarmente en Venezuela. Eso sí justifica una nueva ronda de negociaciones para que sea, una vez más, la falsa oposición la que se ofrezca como garante del régimen.

Esta nueva ronda de negociaciones que intenta el régimen tiene el mismo propósito que las anteriores: lograr prórrogas y seguir en el poder. Pero esta vez tendrán que ser más creativos en los temas y la fraseología, dada la escasez de argumentos racionales para justificarla. Además, este sería el intento más sofisticado, quizás el último, que le quede al régimen para detener la casi inevitable intervención militar internacional en Venezuela.

Contrario a lo que se cree, los mejores aliados del régimen de Maduro para enfrentar esa acción militar no serán ni Rusia ni China, sino operadores y dirigentes de la falsa oposición y gobiernos dispuestos a participar en una nueva ronda de negociaciones a lo chavista. Desde allí sembrarán una vez más “mentiras frescas” que podrían darle al chavismo dos o tres años más de vida, si así lo permitimos.

La única negociación posible será después de la derrota militar del régimen. No antes. Mientras tanto, si se acude al falso diálogo propuesto una vez más por la dictadura, se le dará vida a un régimen que sin esas maniobras ha debido estar fuera del poder hace más de una década.


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