El autoritarismo, en sí mismo, genera una dialéctica de abuso, mentira, manipulación, disimulo y violación de derechos humanos cada vez más profunda y sorprendente.

A un abuso le sigue otro de mayor alcance. A una mentira le sigue una de mayor dimensión. A una manipulación le siguen actos cada vez más burdos  para justificar el aferramiento inmoral al poder. La violación de los derechos humanos alcanza cada vez niveles espeluznantes.

Esa ha sido la historia de todos los autoritarismos de la historia, especialmente los que llenaron de muerte y destrucción a la humanidad durante el pasado siglo XX. El fascismo y el comunismo, en todas sus variantes, son el testimonio de una irrefrenable dinámica a la muerte.

En este siglo XXI ha resurgido la barbarie del fanatismo religioso con una fuerza brutal, convertido en proyecto político, y con una carga de violencia en esencia igual a la de los autoritarismos clásicos.

En Venezuela hemos visto la metamorfosis del militarismo, disfrazado de “democracia participativa y protagónica” hacia una dictadura, tratando de disimular su verdadera naturaleza, pero sin poder esconder su esencia en razón de que la cultura y la modernidad no permiten encubrir por mucho tiempo una realidad que supera la ficción, y que la propaganda no puede esconder.  

En efecto, “la revolución bolivariana”, hija del mal autodefinido “movimiento bolivariano” surge a la vida pública por medio de un acto de fuerza, el 4 de febrero de 1992, buscando la toma del poder. 

Toneladas de tinta y papel, infinitas horas de radio y TV, millones de mensajes en redes sociales, múltiples obras de cine, teatro y música para mostrar ese militarismo, como un movimiento promotor de una “democracia participativa y protagónica”, como un movimiento humanista, cristiano y popular han terminado por ser lanzados al basurero de la historia, por la cruda realidad del comportamiento de su líder histórico, y por el despreciable desenvolvimiento de quienes han asumido “su legado”, de odio, corrupción, muerte y pobreza.

El tiempo ha sido suficiente ya para mostrar la verdadera naturaleza del socialismo del siglo XXI.

El chavismo no fue nunca, y obviamente no lo será, un movimiento ni humanista, ni cristiano, ni mucho menos democrático.

Desde su nacimiento fue militarismo puro. Una logia de militares golpistas que buscaron el poder por el poder mismo. Que traicionaron su juramento para tratar de asaltar el poder, justificando su felonía con las dificultades y carencias de la democracia real. 

El fracaso militar, con la ayuda de sectores civiles, lo capitalizaron en el plano político. Asumieron la lucha electoral sin abandonar su esencia militarista-golpista, y usaron las reglas de la democracia para tomar el poder total del Estado. 

Mientras disfrutaron de la bonanza petrolera, con el control de todas las ramas y niveles del Poder Público, derrocharon la riqueza nacional, propiciaron el saqueo de las finanzas públicas y justificaron su poder con elecciones. De esa manera colocaban un telón democrático para esconder la realidad de nuestra verdadera escena, la que vivía el desarme institucional del Estado, la que sufría el avance de una máquina de poder que reducía progresivamente nuestras libertades, la que destruía nuestra economía.

La comunidad internacional se desentendía de nuestra tragedia. Mientras muchos de nosotros alertábamos y denunciábamos en diversos escenarios el camino a la dictadura, nuestra propia sociedad poco oía, distraía como estaba en cazar las sobras del festín de Baltasar, que la camarilla político militar les lanzaba, bajo la forma de subsidios corrompidos, cupos de Cadivi, importaciones y contratos millonarios impulsores de la nueva casta de los boliburgueses que hoy derrochan obscenamente sus “riquezas socialistas” en las principales plazas del capitalismo global.

La ruina económica de la nación, no la de la casta político-militar de la revolución, trajo para ellos la ruina política.

Un pueblo hambreado ha reaccionado y ha repudiado el socialismo del siglo XXI, y con él a sus principales mentores y representantes.

La elección de la Asamblea Nacional de diciembre 2015, resultó el punto de quiebre para desnudar a la revolución bolivariana.

Un Parlamento no controlado por la cúpula roja jamás sería aceptado por quienes asumen al Estado como su propiedad particular. Esa dialéctica social ha acelerado el proceso político al autoritarismo del siglo XXI que padecemos los venezolanos.

Con la ruina política, la camarilla roja ha acelerado la represión. Hoy tenemos más presos políticos. Hoy registramos el mayor número de muertos a manos de las fuerzas militares, policiales y paramilitares de la dictadura. Hoy presenciamos un discurso más agresivo y vulgar en los voceros de la camarilla gobernante. Sin embargo, tratan de disimular. Tratan de esconder su basura detrás del telón democrático que buscan afanosamente mostrar, pero el telón, en sí mismo, es una muestra de lo que busca esconder.

El telón lo quisieron cocer desde el cenáculo judicial. Las costuras mostraron de inmediato su pobreza. Las sentencias del TSJ, para autorizar a la camarilla en su enfermizo comportamiento autoritario de desconocer al Parlamento legítimo, resultaron tan contraproducentes, que generaron en el mundo civilizado la más clara evidencia de la sumisión de la justicia, a la dictadura instaurada.

Ella necesitaba una réplica de Parlamento que les permitiera mostrar un Legislativo avalando sus irresponsables procederes. Al comienzo se inventaron el parlamento comunal, el congreso de la patria, pero al final se la jugaron completo, se inventaron su asamblea y de la manipulación más burda inventaron que podían convocar una asamblea constituyente sin el voto del pueblo.

A sangre y fuego montaron su “nuevo parlamento” con el cual saltarse a la torera el orden constitucional y terminar de desconocer a la verdadera Asamblea. La que elegimos 14 millones de venezolanos.

La decisión de la semana anterior mediante la cual, la asamblea fraudulenta y usurpadora asume las competencias de la verdadera asamblea, es el fruto de ese camino hacia el fondo del barranco autoritario que hace tiempo emprendieron, pero ya esa constituyente usurpadora les resulta muy grande e inmanejable. Ahora será una comisión de funcionarios constituyentes los que asumirán funciones legislativas, y además serán tribunal inquisidor que, sin fórmula de juicio, ordene el paredón político y económico de toda manifestación disidente expresada en dirigentes políticos o actores económicos que resultan incómodos a los agentes de la dictadura.

La dialéctica del autoritarismo bolivariano no tiene vuelta atrás. Cada día observaremos mayores y más escalofriantes abusos. Solo su salida del poder permitirá rescatar la democracia. La camarilla roja ya no se devuelve de su carrera a la tiranía.


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