Nuestro país está aquejado de salud, vive enfermo, está grave y en críticas condiciones. Anda boqueando, como diría un o una camarada haciendo cola de horas bajo el sol. Peor es que en vez de un tratamiento serio y profesional, está en manos de brujos incompetentes que solo saben aplicarle oraciones pomposas, pero vacías –que Dios no puede escuchar porque están dirigidas a ídolos muertos–, y paños calientes con alguna que otra pastillita cubana que ni curan ni resuelven.

Habría que intervenir y aplicar un tratamiento riguroso y completo, dicen los que realmente saben, pero los hechiceros, con sus trovas desafinadas, se aturden y ni oyen ni ven, solo cantan. El procedimiento no es suficiente ni hace efecto; hay que operar ya, pero no hay dinero y esperar por la carta aval del seguro no es posible, existen deudas sin honrar.

El cuerpo no soporta más. El tumor se ha generalizado y lo consume con inusitada rapidez, conduciéndolo hacia una muerte segura. Tratar de prolongar la vida sin un esfuerzo planificado en profundidad por especialistas es un sinsentido inhumano y si el médico responsable no toma las decisiones apropiadas, hay que cambiarlo y cuanto antes mejor. La familia venezolana habló y pidió, exigió, decidió cambio, se le consultó y fue contundente en su respuesta.

Y para que quede aún más claro lo delicado del asunto, no basta con un cirujano que debe ser en cualquier caso un súper experto; hace falta un completo equipo de especialistas porque los males del país se han profundizado en todo el cuerpo, no hay casi nada sano. La piel, que tiempos atrás se había puesto colorada, empalidece cada día que transcurre, lo rojo se va esfumando. Detallar los daños en un inventario de males constituye un acumulado funesto y agota enumerarlos.

Son demasiados los males con años en manos de brujos y videntes despistados; ya no son simples síntomas, son daños concretos tan profundos que incluso amenazan con gangrenar, extremo para el cual podría aparecerse un médico general conocedor de esas gravedades. Es un solo gran cáncer con metástasis diferentes que necesitan, cada una, un cuidadoso conocedor.

Daños como el desabastecimiento y la inflación, que originan a su vez colas infames y pauperización vertiginosa de los ciudadanos; crisis en los servicios y calidad de vida que empeora a velocidad acelerada, generadores de angustia, desgracias y adversidades. Una destrucción abrumadora del hígado productivo privado y desmantelamiento de las empresas del Estado que además llevan años sin funcionar, sobreviviendo de medicinas falsas que parece que van a curar, pero en realidad envenenan y el gravísimo, incalculable e incógnito endeudamiento.

Otro mal que empeora es la línea totalitaria del régimen que se acentúa, la negación rabanera del pluralismo democrático y la criminalización de la disidencia, la violación de los Derechos Humanos, la alarmante expansión infecciosa, contaminante y masiva de la delincuencia que junto con las amenazas y represión oficiales conllevan a una sociedad insegura, amedrentada y frecuentemente asesinada.

Otra señal terrible de ese mal absolutista es la imposición de un pensamiento único y el desconocimiento vulgar, deplorable y manifiesto de la división de poderes.

La hegemonía comunicacional es otra llaga que supura, así como con aún más secreción la difusión de una anticultura alimentando odio, violencia y exclusión, entronización de la mentira como política de Estado y la escandalosa, vergonzosa corrupción generalizada, tanto admitida como propiciada y oculta que examen a examen se va descubriendo.

Los chamanes recomiendan, y algunos médicos graduados al estilo cubano coinciden con ellos, no ser pesimistas, pero sí realistas aunque el realismo de ellos no es real sino variadas fantasías que buscan confundir a la gente para que dejen al paciente sin preguntas y solo con esperanzas ilusorias en las manos peligrosísimas e ignorantes de brujos y médicos graduados sin práctica y en apenas tres años. Tamaña irresponsabilidad.

Sin embargo, no todo está perdido. Nuestra paciente Venezuela tiene, al menos, una férrea voluntad de recuperarse, de vivir, es valiente, tiene los ojos que brillan con brío de cambio, sabe que hay especialistas preparados para curarla adecuadamente en cuanto logren quitarse de encima a los mediquitos teóricos e ignorantes. Son muchos los que se preocupan por ella y quieren actuar.

La sufrida Venezuela tiene futuro positivo, pero solo con un cambio profundo de dirección. El deterioro general del país es manifiesto y se profundiza día tras día de manera insoportable si continúan los mismos especialistas, el mismo equipo, la misma línea dominante ideológico-partidista.

Empecinarse en seguir tutelando así es poner al pueblo venezolano contra la pared; es exponerlo a una estampida social indeseable, a una ingobernabilidad suicida, a enfrentamientos fratricidas de consecuencias imponderables. Esta obcecación soberbia e imprudente es muy peligrosa.

La nueva junta médica, ahora reunida en la Asamblea Nacional, debe propiciar, como protagonista principal, una operación de amplio espectro, de encuentro y transición que abra el paso a una solución de largo aliento constitucionalmente fundada, un amplio y profundo tratamiento para frenar y vencer la gravísima crisis. No pretendamos, sin embargo, una recuperación casi perfecta, ideal, pero tenemos que exigirla, sí, suficientemente democrática, moral, ética, sensata, honesta, capaz y eficiente; un objetivo con el cual todos debemos contribuir. De lo contrario, la grave, gravísima Venezuela sucumbirá a la penosa enfermedad que hoy sufre.


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