Hoy, 2 de junio, las poblaciones indígenas del continente deberían estar de plácemes: se cumple un año más de la publicación, en 1537, de la bula Sublimis Deus debida a la pluma y misericordia del papa Paulo III –y al botín misionero, claro–, cuya importancia estribó en considerar «seres humanos dotados de alma» a los nativos de estas tierras. También los ingleses y los lectores y fanáticos de Hola Corazón, corazón tienen motivos para el jolgorio: en data similar a la presente, fue coronada reina en la Abadía de Westminster Isabel II, God save the Queen! Hay, además, una celebración ecuménica: es el Día Internacional de la Trabajadora Sexual, justo homenaje a las practicantes del oficio más antiguo del mundo –en el Código de Hammurabi se normó al respecto–, desafortunadas mujeres estigmatizadas, de la A de aguanta pollas hasta la Z de zorra, con un sinnúmero de adjetivos y sustantivos: hetaira, buscona, pelandusca, cortesana, ramera, trotaconventos, casquivana, ninfa, golfa, perra, calientacamas, caminadora y un ignominioso etcétera. Lo de «trabajadora sexual» no pasa de ser un eufemismo por prostituta, vulgo puta, vocablo aplicado con asiduidad a las progenitoras de ustedes saben quién(es). ¿Por qué se escogió este día a tal efecto? Porque se evoca una sonada rebelión de meretrices acaecida en Francia, y así está registrado en la enciclopedia de los perezosos: «El punto de partida del Día Internacional de la Trabajadora Sexual es el 2 de junio de 1975, cuando más de 150 prostitutas ocuparon la iglesia de Saint-Nizier de Lyon –Allons enfants de la Patrie/ le jour de gloire est arrivé–, a objeto de llamar la atención sobre su mala situación y las represalias sufridas de continuo a manos de la policía: abusos y violencia, multas y encarcelamientos». Hay, desde luego, otras efemérides dignas de atención, pero sería tedioso listarlas. Vayamos a lo nuestro.

«Tres jueves hay en al año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión», reza un refrán de acento castizo e índole litúrgica. Lo escuché por vez primera, hace ya mucho tiempo, una veraniega y madrileña tarde de Corpus en Las Ventas, después de la memorable faena de un diestro colombiano. Si lo recuerdo ahora es porque esto escribo el 30 de mayo, día de la Ascensión del Señor, última de las festividades mencionadas (no en orden cronológico) en el muy católico proverbio. Aunque los meteorólogos presienten, o suponen a ver si aciertan, precipitaciones y nubosidades asociadas a vaguadas, torbellinos y otros devaneos propios del trópico, seguramente el astro rey resplandecerá; los augures del tiempo nunca, o casi nunca, la pegan. Tampoco suelen ser muy atinados los análisis apriorísticos del acontecer nacional, en especial cuando la información es escasa o abruma por interesada, confusa y contradictoria, como ocurre con el cacareado careo (perdonen la cacofonía) de Oslo, alrededor del cual hemos leído noticias imprecisas en la prensa digital, temerarias hipótesis colgadas en Internet, un comunicado pasteurizado de la Cancillería noruega y otro sanforizado de la presidencia encargada de la República deseada, dirigido «al pueblo de Venezuela, la Fuerza Armada (¿vas a seguir jodiendo con el guanajo?) y la comunidad internacional», insistiendo en defender la hoja de ruta. Mucho ruido y pocas nueces. Suficientes, sí, para meter la pata con diagnósticos y pronósticos reservados a profetas y zahorís. No es diálogo, sostuvo Guaidó. Sí lo es, porfió Maduro. Facilitación, no más, mediaron los escandinavos. Si nos atenemos a su zurda, absurda, burda y palurda conducta, los emisarios bolicubiches querrían alterar el orden de los factores y adulterar el producto, pues en su peculiar aritmética no existen ni suma ni multiplicación, sino sustracción y división. Les da lo mismo dialogar, negociar, transar o discordar: procuran fatigar al oponente y entrampar a la población con falsos dilemas –paz o guerra, patria o muerte–, apelando a la manipulación mediática y a la propagación de noticias falsas –fakes news–. Aprendieron de un mitómano de altos vuelos: el padrecito Hugo.

Hoy domingo, cuando se publican estas líneas, el festejo religioso es recuerdo desvaído, a pesar del feriado bancario de mañana; en cambio, el (des)encuentro en la capital noruega, alguna vez llamada Cristanía y referida como Tigerstaden por el premio Nobel de Literatura Bjørnstjerne Bjørnson –amigo íntimo del mismísimo fabricante de armas, inventor de la dinamita y filántropo por arrepentimiento, Alfred Nobel–, no porque allí morasen tigres sino por ser un lugar frío y peligroso cual el temible felino, quizá sea comidilla de los opinadores de oficio y, ¡ojalá!, pábulo de vindicación de la fe en el presidente interino. O de condena. Depende. Si el trío de exploradores enviado por Guaidó a tantear el gélido terreno nórdico no se dejó intimidar por la omnisciencia de Odín, ni atemorizar por el martillo de Thor, y le dijo ¡nanay! a la avanzada del gobierno de facto, buena parte del país respirará aliviada. El birlador de Miraflores se rasgará las vestiduras y tildará de intransigente al adversario. ¿No quieren entrar por el aro? ¡Aténgase a las consecuencias: no nos temblará el pulso para darles bien (Ma)duro!, gritará el tonante y atorrante Cabello, subrayando con golpes del mazo sobre imaginarias cabezas de opositores, cada sílaba de su amenaza; Padrino, con enrojecida retórica revolucionaria pasada de moda, invocará en vano el nombre de Bolívar para seguir enmierdando a las fuerzas armadas con ideología piche y consignas anacrónicas. «El lenguaje de la demagogia se genera en el ano», según el ácido caricaturista español Andrés Rábago García, El Roto.

No sé si la tenacidad vikinga logre reunir de nuevo a los actores del drama nacional. Caminando a tientas en las arenas movedizas de la conjetura, doy por finiquitado este dilatorio capítulo; en nuestro caso, no procede una negociación, y tiene razón Luis Almagro cuando afirma, palabras más, palabra menos: «El acercamiento de Noruega a la cuestión venezolana es equivocado. ¿Cómo se devuelven las garantías fundamentales a la gente? ¿Cómo se detienen las violaciones sistemáticas de los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad y se resuelven las variables de la crisis humanitaria?». Tiene razón: no se trata de resolver un conflicto o de pactar un armisticio; se busca y se quiere salir de una dictadura (cese de la usurpación). Por otra parte –seguimos en sintonía con el secretario general de la OEA–, Noruega reconoce a Maduro, no a Guaidó, alegato suficiente para desconfiar de la imparcialidad o neutralidad de quienes han sido capaces de otorgar el Premio Nobel de la Paz a Theodore Roosevelt, Henry Kissinger, Yasser Arafat y Aung San Suu Kyi e Isaac Rabin, y de negárselo a Mahatma Gandhi. No podía prosperar ni siquiera un intercambio de hipócritas saludos, cuando en al patio, el ilegítimo mandón alborota el gallinero poniendo en guardia a la montonera del PSUV con miras a participar en anticipadas y fraudulentas elecciones parlamentarias. Y uno se pregunta: ¿cómo carajos países amigos se empeñan en conducirnos al matadero, cebándonos previamente con la paja del diálogo y el indigesto gamelote de la negociación? Se entiende entonces por qué hoy habrá quienes se dediquen a homenajear a sus madres: es un día muy especial.

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