El lunes popular me acerqué al cine para ver Locos y peligrosos, la película venezolana de las estrellas (exiliadas), según le mientan sus productores.

En la sala habíamos unas quince personas. A las 8:00 de la noche no se reportó mayor acción en la caramelería y en los alrededores del local.

Las cadenas de exhibición siguen sufriendo las consecuencias de la crisis, de la migración, del alza incontenible de precios. Al menos resisten y permanecen en pie. Pero su futuro es incierto como el de la industria audiovisual del país. 

Puedo recordar un escenario similar en los noventa, cuando se controlaron los precios de los boletos y los establecimientos independientes del negocio comenzaron a perder su encanto.

De igual modo, la oferta de largometrajes nacionales no encontraba a un público entusiasta, salvo contadas excepciones, todas ellas derivadas de la explotación del lenguaje chabacano, pornográfico y sensacionalista. Cintas del morbo de la farándula como Muchacho solitario de los niños de Salserín. Piezas de la crónica roja con títulos de reclamo alarmista (Sicario y Huelepega). 

La asistencia cayó en picada en innumerables puntos icónicos de la ciudad, por la decadencia de los clásicos lugares de proyección.

En el Unicentro Marqués asistí a funciones vacías de cintas supuestamente comerciales. Las pésimas condiciones del contexto desanimaban a cualquier espectador. Las ratas circulaban entre las butacas en mal estado, buscando desperdicios y desechos de comida. Las intentaban exterminar en vano con métodos rudimentarios. En las puertas colocaban trampas y cartones con pega. Era el principio del fin de un ciclo.

Lo demás es historia. La burbuja terminó de estallar en el epílogo del siglo XX, provocando la definitiva irrupción de otro paradigma.

Ante el dilema de sobrevivir o morir, las empresas del ramo se concentraron en un mismo nicho de diseño prefabricado.

Surgieron así las franquicias del estándar Multiplex, borrando identidades particulares y singulares en el perfil de las construcciones pragmáticas.

Imperaron las líneas y las formas publicitarias del mall, de la feria de comida rápida, del parque temático, del espectáculo serializado, esterilizado, mercadotécnico e hiperconsumista.

Llegaron los éxitos de taquilla y las respetables ganancias calmaron las potenciales críticas, siempre prudentes y condescendientes en los medios tradicionales. Sin embargo, no faltaron voces agoreras y descontentas en los principales periódicos y columnas del país.

Como sea, el tiempo se encargó de nivelar las expectativas y de neutralizar las angustias ante la llegada de una nueva etapa de bonanza, la cual duró hasta 2014.

La convulsión política de la protesta anunció el crack de una depresión hoy generalizada. A la dictadura se le acabó el petróleo para maquillar su falsa imagen de prosperidad.   

Una generación de relevo creció delante de un período de pantallas divididas, blockbusters de verano y promesas falsas de reventón eterno.

En efecto, el cacareado y sobrevalorado boom del cine venezolano duró solo diez años. Irónicamente, en vez de evolucionar, hemos retrocedido al tiempo del camino de la perdición de la década de los noventa.

Dos filmes revelan el estancamiento y la vuelta a patrones abolidos: Locos y peligrosos y Muerte en Berruecos.

El segundo debe probar que la fórmula de Archivo criminal funciona al adaptarse al desgastado filón de la épica de los hombres a caballo, las charreteras y los próceres de la Independencia. No conviene seguirle el juego al Chalbaud de La planta insolente, a menos que se le quiera deconstruir, que no es el caso.   

El primero es un sucedáneo humorístico de lo peor de CheverísimoBienvenidos, las aventuras del Conde, El show de JoseloQué Locura y 800 Risas. Una parodia que se escuda en la complacencia de un gusto popular para reflotar sus argumentos manidos.

Su cantidad de figuras quemadas es directamente proporcional a su expansión de un arte conformista, que en nada inquieta a la tiranía. Lo que sí demuestra Locos y peligrosos es que la comedia de la quinta república no existe si la comparamos con su equivalente de la cuarta.

Los protagonistas de la farsa nos logran extraer algunas sonrisas, más por su veteranía que por el oficio de la ejecución, ostensiblemente chata, pirata y plana.

Me pregunto de dónde salió la plata para financiar el subproducto. ¿Cuál es su audiencia? ¿Qué objetivos persigue en estos momentos?

Locos y peligrosos brinda trabajo, en el exilio, a un sector que arrasó Nicolás Maduro y que diezmó su cacería de brujas. Lamentablemente, la película genera, si acaso, escasos beneficios para sus creadores, siendo incapaz de trascender las fronteras de sus pequeñas ambiciones.

Los jóvenes prefieren abstenerse de participar en la partida de colaboración con el régimen. Razón tienen de renunciar a degradarse, comprando el boleto de una propuesta inane. En redes, al alcance de un click, acceden a contagios análogos, quizás superiores y que se parecen a ellos.

Por tanto, la impronta de Locos y peligrosos obliga a replantear la cadena de producción, exhibición y distribución de contenidos hechos en casa.   

De lo contrario, el proyecto destructivo del fascismo se afianzará.


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