El Premio Nobel tiene su magia, su ritual y sus secretos, tal vez porque en él cristalizan unas cuantas paradojas. En el fondo el galardón nunca puede renegar de su origen como vehículo expiatorio del acongojado Alfred Nobel, que no solo inventó la dinamita sino que amasó una fortuna fabricando cañones y armamento. Pero, llegado el segundo semestre de cada año los rumores, las especulaciones y las zancadillas nacionalistas preceden al momento mágico en el cual los bendecidos se alzan con la medalla. El de literatura es el que más publicidad recibe, probablemente por ser el menos técnico de todos. En todo caso el Nobel fue siempre un señuelo que el cine usó en una gama que va desde la trama de espionaje (El premio, 1963 con Paul Newman) hasta la muy cáustica Ciudadano ilustre de hace un par de años.

El primer rasgo de originalidad de esta película es que se centra no solo en el ganador de, precisamente, el Nobel de Literatura del año 1992, sino en una presencia que empieza por ser lateral. La de la esposa del título. La trama apenas empieza allí describiendo sutil pero firmemente el estoicismo con el cual la ya setentona esposa tolera los pequeños desaires, el nombre mal pronunciado, la reverencia del público que a veces la ignora y otras veces le dedica comentarios tan corteses como vacuos. Su personaje empieza a ocupar un espacio con peso específico a raíz del menos esperado de los encuentros. Un fisgón,  huelepantaletas detestable, logra rescatarla del tedio de las ceremonias y ensayos del premio y desliza insinuaciones que la buena esposa desmiente en una secuencia de gélida crueldad. Pero el relato oficial –recordemos que estamos en la pasarela de la literatura mundial– va por un lado y los flashbacks, precisos, dolorosos, reveladores, empiezan a contar una historia levemente disfuncional y diversa.

La película despliega un aura de elegancia que mima, con mucha habilidad el mundo señorial con el cual la civilización occidental premia a uno de sus elegidos. Y es cuando la corte mira para otro lado que las rajaduras de ese mundo tan exquisitamente coreografiado empiezan a notarse. Porque el hijo es un aspirante a escritor que el padre ningunea con una displicencia que busca ocultarse a sí misma, mientras que la madre intenta tender puentes entre los dos bandos. Pero el punto crucial está lejos de ser el resto de la familia, o el muy natural enfoque de la atención de todos en el laureado en desmedro de sus allegados. Hay un algo que rechina y que pertenece al ya mentado recuerdo de tiempos menos gloriosos, pero que también contrasta dos posturas ante la vida. El joven profesor que hacía sus primeras letras soportaba una harpía que será desplazada y seducía a su mejor alumna ha dado paso al seductor envejeciente que ha perdido las garras pero no las mañas. Las actuaciones de Glenn Close (de merecidos galardones y menciones) y de Jonathan Pryce (un actor injustamente subvaluado en muchos casos), van delineando un duelo en el cual los papeles de dominador y dominado se intercalan e intercambian. Al mismo tiempo van dibujando una historia de casi 35 años en los cuales la pasión por la escritura siempre ha estado acechada por la no menos acuciante búsqueda de la fama. “Un escritor tiene que escribir”, dice en algún momento la joven escritora en ciernes, a quien una colega fracasada contesta: “No querida, un escritor tiene que ser leído”. El intercambio, temprano, breve y ácido, es un excelente planteo de la tensión que rodea permanentemente a un escritor que, siempre con exquisita cortesía, sabe ubicar a su ego en el centro de los acontecimientos.

Queda el desenlace, que no conviene revelar y que es tal vez el punto más débil de la película, aunque no carezca de un previsible ingenio. El problema es que el conflicto de la esposa del escritor famoso, relegada al papel de telonera, era suficientemente rico para necesitar el efectismo del final. No importa, para cuando ese final llega el espectador ha disfrutado de un drama tenso, realista, de impecable actuación y que no deja prisionero a salvo. Los caminos hacia el Nobel son siempre despiadados.

La buena esposa. (The Wife). Estados Unidos, Inglaterra, Suecia. 2017. Director: Bjorn L. Runge. Con Glenn Close, Jonathan Pryce, Max Irons, Christian Slater.


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