2017 ha sido uno de los peores años en la historia de Venezuela. No me atrevo a decir que el peor, pero está muy cerca de merecer tal calificación. En lo social, en lo económico, en lo internacional, en lo político y, entre otras cosas, en materia de seguridad nacional y defensa integral de la soberanía. Que yo recuerde, jamás habíamos estado peor. A veces trato de ser cuidadoso con el lenguaje para evitar exageraciones. Después de hacerlo pienso que me quedo corto ante la realidad que trato de describir con prudencia.

De las últimas cosas importantes del inconcluso año podemos señalar la prohibición de viajar a Lima a 120 niños y a quienes los representaban, con todos sus papeles en regla. Les anularon los pasaportes y al régimen no les importaron los enfermos. Iban a encontrarse con sus padres para estar juntos al menos en Navidad y Año Nuevo. En medio de tanta tragedia y desesperanza esto pareciera una tontería, pero no lo es. El señor Maduro se fue a Turquía, con varias escalas repetidas de ida y vuelta. Suma su voz a la de los más radicales islamitas en contra de Estados Unidos y, al igual que Chávez, maldice a los judíos y ofende gravemente a Israel. Viaja en avión cubano y utiliza un lenguaje más condenable que el de sus protectores y jefes reales. Pobre país el nuestro, gobernado como sabemos.

No es necesario continuar la descripción de jornadas deplorables que se suman a la miseria alimenticia, sanitaria, de servicios y al deterioro de la planta física de la nación. Pareciera un ejercicio adicional de masoquismo como desahogo sin mayores consecuencias prácticas. Lo hago para ratificar mi convicción de que mientras este régimen exista no hay, ni habrá, solución posible a ninguno de los problemas existentes. Básicamente, porque la existencia del régimen es el problema y es lo que debemos resolver por encima de todo lo demás.

Las conversaciones, diálogos, negociaciones, paseos conjuntos o lo que hacen en Santo Domingo, lejos de generar esperanza y animar la ilusión de cambio, siembran desconfianza y recelo con relación a los verdaderos objetivos de la parte no gubernamental. Luego de observar y analizar detenidamente cuanto sucede, concluyo que, por lo menos a mí, no me representan. Están enfermos de electoralitis aguda. Lo electoral es importante, pero no es lo único. Ni siquiera lo más importante.

Para el cierre de este año reafirmo principios y valores que en esta hora tienen más vigencia que nunca. Están cada día más y mejor representados por la Conferencia Episcopal Venezolana. Bajo su orientación podemos ver con mayor claridad el camino.

Estas líneas volverán a publicarse en la segunda quincena de enero de 2018.

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@osalpaz


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