Quiero comenzar diciendo que hace quince días me condujeron a un quirófano para una intervención de riesgo que consistía en sacarme un intruso alojado en mi colon con muy malas intenciones. Que apenas hoy me dieron de alta y en observación porque el proceso es largo y duro. Que siempre tuve fe en los médicos, fuerza de espíritu para superarla y mucha premura por salir de este inoportuno tropiezo porque es mucho lo que me queda por hacer todavía. Hay libros en construcción que esperan por mí, poemas que van por buen camino, en revisión piezas de teatro que dan cuenta de historias y personajes que nos conciernen, observaciones, sugerencias y críticas pendientes, sobre el derrumbe de un país que no lo merece, dedicarle algo del tiempo a la segunda edición de mi libro de poemas Estado de sitio, ya en la calle y salida por haberse agotado la primera en apenas tres meses, hecho que me contenta, todo esto sin contar mis más caros deseos de permanecer un poco más de tiempo rodeado del afecto de mis seres más cercanos. No creo que esto sea mucho pedir a ese Dios con el que converso a diario, escucho y discuto a diario, y creo y amo a toda hora.

Mi mayor deseo se cumplió, era despertar, sentir mis piernas, mover mis brazos, ver el tipo de luz que alumbra el espacio, hilar algunos pensamientos y constatar que mi relativa coherencia sobrevive, mirar si hay alguien y estrechar su mano y preguntarle, cómo está todo, incluida su vida. Una manera de no sentirme tan solo en una fría sala de recuperación, o en una sala de terapia intensiva que es una pasantía obligatoria para los viejos, cuando sufrimos desde una gripe mal curada hasta la extirpación de algún intruso que abusivamente se ha instalado en tus entrañas con la intención de devorarte.

Pero más que eso quiero, al despertar, retomar mi agenda civil, seguir pensando en el país, ver sus heridas y comenzar a sanarlas, y cuando digo eso no me estoy refiriendo solamente a curar su economía, recuperar las instituciones hoy secuestradas, regresar a la justicia y a la democracia, sino, y sobre todo, comenzar de una vez por todas el largo camino de la reconciliación nacional, sin la cual es imposible reconstruirlo. Volver a la normalidad, recuperar un estado de ánimo que nos facilite la empresa de ordenar una memoria constructiva dejando de lado todo prejuicio, y elaborar un proyecto que nos conduzca a recuperar la paz social, abandonar la ruta del resentimiento y la guerra entre hermanos, desterrar el odio sembrado con el discurso de la intolerancia. Soy un convencido de la fuerza sanadora de la pacificación.

De todos los daños que esta dura, dolorosa y fallida experiencia que nos trajo una inexistente y mal llamada revolución, fue haber sembrado la intolerancia y el odio en el seno de la sociedad venezolana, haber liquidado incluso la paz y abierto los gritos de la guerra, en el seno de la misma familia venezolana. Ninguno de los otros daños, como son los sufridos en la economía, la herida a muerte a la democracia, el triunfo de la arbitrariedad y la barbarie sobre el sentido común y la razón, en el colapso de las instituciones, en la mentira sobre la verdad, tienen la importancia del quiebre de la paz, el entendimiento y la armonía en el seno de la sociedad.

Para poder recuperarla, nos espera un largo camino lleno de brincos, recaídas, recuperación, intentos de entendimientos que siempre tendrán tanto aliados como enemigos en acecho. Será el esfuerzo de varias generaciones pero que tenemos que comenzar los que estamos ya de partida y que, para bien o para mal, tenemos una responsabilidad en todo este desastre que hoy nos asusta y nos está pidiendo a gritos unión y más unión de todas las fuerzas, para rescatarlo y hacerlo ejemplo de libertad y democracia. Entender que la educación, la enseñanza de la convivencia que nos haga mucho más ciudadanos de verdad constituyen la más alta prioridad de la agenda nacional. En esa cruzada quiero estar de pie y con la voluntad y el entendimiento intactos, a ella quiero contribuir con respeto, pero con la decisión de quien ama a su país por sobre toda circunstancia y quiere, para las futuras generaciones, la paz y la armonía necesarias para convertirlo en un gran país lleno de logros y esperanzas. Y esto, mis queridos lectores, no se puede lograr con presos de conciencia, con una diáspora que no solo nos deja sin fuerzas vivas para enfrentar el futuro, sino que pone océanos muy grandes que nos separan de nuestros hijos, con un pueblo en crisis de supervivencia, con perseguidos y perseguidores, con un país en bancarrota.

Sin una verdadera y profunda reconciliación nacional capaz de hacernos poner el amor a Venezuela por encima de nuestras personales ambiciones, seguiríamos tragados por este remolino mortal. Esto hay que comenzarlo por la oposición, porque desunida seguirá siendo vapuleada. Los liderazgos que no puedan sustraerse de esa tentación deberían dimitir en su intento y dar paso a un liderazgo nuevo capaz de construirnos un horizonte y una memoria nueva.

La tarea pendiente, más allá de la agenda política en manos de los partidos políticos que luchan todos los días contra los agentes de la antipolítica, es muy grande y no admite demoras.

Creo firmemente en Dios, sé que lo que ha ocurrido en este país es una nueva prueba que nos ha puesto, y para que aprendamos a respirar el mismo aire, para que aprendamos a ser ciudadanos con una clara visión de nuestros derechos y deberes, para que nos formemos mejor, estudiemos mejor y no sigamos creyendo en esos mesías que con intenciones ocultas nos hacen pensar que ellos son la solución.

Si bien es necesario reconocer que, a pesar del esfuerzo hecho por la generación de relevo que apareció a finales del siglo XX, ella fue derrotada, y lo más cruel del caso, derrotada por ella misma, por su premura, por no entender ni los tiempos ni el enemigo que los enfrentaba con ánimo de exterminio. Esa es una historia que deberá ser contada sin trabalenguas, señalando errores, aciertos, colaboracionistas, incluidos los enemigos de la MUD que fueron muchos y los torturadores del teclado. Por ahora que cada quien, con honestidad asuma su culpa y rectifique.

Apenas mi humanidad esté de pie bajo este enjambre de sombras que desdibuja a mi país, me reincorporaré a esta cruzada por la unidad nacional contra la barbarie, por la pacificación y el reencuentro de todos los venezolanos de buena voluntad que somos la inmensa mayoría de quienes la habitamos. Hasta más tarde.


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