James Mattis, secretario de Defensa de Estados Unidos, es de los que piensa que es hora de apurar el paso para que los venezolanos y los Estados de la región se pongan de acuerdo, de una vez por todas, para colaborar y agilizar el proceso de normalización de la situación en Venezuela. Para no crear ilusorias esperanzas, hago hincapié en esto, la velocidad en la que pudiera recuperarse este país suramericano dependerá, en primer lugar, del pueblo venezolano, y en segundo orden, de los Estados limítrofes. Por supuesto que la ayuda del imperio no faltará. Imperio que, por cierto, es el paroxismo de cuanto truhán ha pasado por la administración de la corrompida “revolución” desde sus tiempos embrionarios.

La intención de abrir esta nota de hoy con las declaraciones del alto funcionario estadounidense, quien habla del “déspota irresponsable”, persigue encauzarla y entrelazarla con lo que ha sido el Manifiesto del Frente Amplio presentado al país el 26 de noviembre, desde la histórica Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela. Allí, en su cuerpo establece, precisamente, lo que debe ser el compromiso de la sociedad civil venezolana, de los partidos políticos y, a la par, de la comunidad internacional. En su contenido está plasmado lo que debe hacerse sobre la marcha para salir lo antes posible del régimen destructor de Nicolás Maduro.

Ese congreso nacional que le dio vida a ese manifiesto surgió de la idea de dos insignes sacerdotes de quien nadie puede dudar de sus capacidades; de su honestidad, de su amor por Venezuela, sin que en ellos prive ningún interés particular; ambos son una fianza de fidelidad, una garantía sin límite. Los sacerdotes Luis Ugalde y José Virtuoso, ex rector y rector de la UCAB, consecutivamente, son la mayor garantía de que ese documento, insisto, es la bitácora que lleva el registro de diversas acciones democráticas para rescatarnos de las garras de la oscuridad. Tanto, que de no sumarnos todos alrededor de este bien articulado y concebido instrumento para la lucha y para el rescate de nuestro país, tendremos, entonces, que esperar unos cuantos años más, sabrá Dios cuántos, para ver si alguna vez se presenta una mejor oportunidad.

Allí se enumeran, entre otros puntos importantes: la urgente necesidad de un gobierno de transición sin mayor dilación. La importancia de la unidad orgánica. La participación del chavismo disidente. Representación de nuevas caras. Mejorar la organicidad de los partidos políticos. Llamado a la Fuerza Armada Nacional y a la Asamblea Nacional como el organismo legítimo por donde debe canalizarse el proceso para el gobierno de transición. En fin, se prevé la participación activa y pacífica en el método de lucha. En las manifestaciones de calle… De manera que estamos ahora frente a una amplitud absoluta de la que lamentablemente se adoleció en los últimos años, que, como consecuencia, nos llevó a la fractura y nos condujo por los tormentosos rumbos de varias derrotas que han pesado un mundo y nos han convertido en la negatividad de lo más evidente; el peso muerto del pesimismo exagerado. Tanto, que nos paraliza el estado de pánico, de palpitaciones. El intenso temor de decir, por ejemplo, la nimiedad de que el próximo 10 de enero es una fecha emblemática para los venezolanos. Surge de inmediato el rictus socarrón del presumido impío a lapidarnos.

Concluyo, aquellos que aplauden el discurso coherente, coherente por la sola razón de que no cambia su contenido. Es decir, perpetuamente la misma monserga erguida por encima de las piedras. Por supuesto, esa cosa es un error dogmático. Es la coherencia, pero concebida desde el faro de la involución extrema. Es el discurso que no da resultados concretos, pero allí se mantiene firme, valiente, desafiante, autosuficiente… impenetrable, tozudamente inconmovible frente al atasco…

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