Me cuido de hacer afirmaciones rotundas, pero lo que está ocurriendo, sus efectos y consecuencias, me conducen a considerar que estamos en presencia del desmoronamiento progresivo, paulatino y, quién sabe si irreversible, del régimen chaviano.

Desde hace un tiempo hay evidencias del agotamiento del proyecto chavista, y de su declive y pérdida de legitimidad y apoyo por su incapacidad de gratificación tanto simbólica como material. La cacareada “democracia participativa y protagónica” ha devenido en una dictadura (de nuevo tipo, mas dictadura al fin) y la “economía solidaria” puerta de entrada al bienestar y la justicia social no pasó de un boom de consumo y terminó causando la crisis humanitaria en progreso.

El sistema chavista ha resultado ser una distopía, porque pretende reproducir el modelo imperante en Cuba, y conducir al país a un retroceso claro en todos los órdenes de la vida nacional. Su modo de conducir al Estado es un cóctel ingesto de atraso, ineficacia, corrupción e indolencia sin precedentes, desde hace un siglo más o menos.

La tragedia humanitaria en progreso, profundizada por el colapso de los servicios públicos originada en marzo (anunciada hace tiempo, sin que el gobierno tomara las medidas apropiadas para evitarla), demuestra que quienes dirigen el Estado están superados por los acontecimientos y no disponen ni de la voluntad política (han hecho gala de una indolencia e insensibilidad humana altamente reprobable) ni de la experticia y los recursos materiales para revertirla. El país está semiparalizado, en marzo la actividad laboral y educativa se redujo y, por los vientos que soplan, tal situación puede hacerse crónica.

La prioridad absoluta de la nomenclatura roja es el continuismo a toda costa. Propósito que es resistido por la mayoría abrumadora de la nación y por los Estados democráticos del mundo que son los principales actores económicos del orbe. Es cierto que China, la segunda economía del mundo, apoya al régimen, pero su apoyo, al igual que el de Rusia, no llega hasta el punto de subsidiar al gobierno de Nicolás Maduro.

Considero sumamente improbable que los propósitos continuistas tengan éxito en un panorama tan grave y complicado. La coalición de fuerzas nacionales e internacionales que se le oponen es más fuerte e influyente que las que lo apoyan. Como he dicho en otras ocasiones, la carta que le queda al chavismo es el terrorismo de Estado, está la FAN (su único sostén significativo) dispuesta a embarcarse en tal despropósito, porque con los colectivos no basta para tal empresa.

La estrategia del chavismo para enfrentar la operación “Guaidó, presidente” no solo ha sido errónea, sino demostrativa de la debilidad del régimen. Por mucho menos de lo que ha hecho y significado Juan Guaidó como amenaza para la estabilidad del gobierno de Maduro, se encarceló a Leopoldo López, se inhabilitó a Henrique Capriles, se obligó a exiliarse a Julio Borges, se violaron flagrantemente los derechos humanos de muchos y, lo que es más grave, se asesinó a Fernando Albán y a otros.

Reseño todo esto para poner de bulto que quienes han demostrado una vocación represiva de tal calibre han actuado con una contención, al menos sorpresiva e inusual. Inhabilitar a Juan Guaidó y amenazarlo con levantarle la inmunidad parlamentaria luce como rollincitos al pitcher en las presentes circunstancias. No descarto que ese talante cambie, pero hasta ahora han jugado su principal carta de modo comedido.

Lo del anunciado y no desmentido cambio de gabinete es llamativo, y desata inevitables especulaciones y conjeturas porque a dos semanas del anuncio, este no se concreta.

Finalizo por donde comencé: creo que el régimen sufre de algo parecido a un cáncer en fase de metástasis. Predecir el momento exacto de la conclusión fatal de esos procesos degenerativos no es sencillo.


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