A veces siento dentro de mí una profunda desesperanza, una ola de desaliento me arropa, la impotencia me abruma ante el panorama que tenemos por delante en el país. Pero, así como aparecen esos sentimientos, también afloran fuerzas que vencen a la desesperanza, respiro un aire que me devuelve el aliento y cual ave fénix me levanto a seguir luchando y creyendo en Venezuela. Por eso decidí celebrar la Navidad con el espíritu que ella representa: esperanza de vida donde no hay vida, esperanza donde reina la desesperanza, acción en lugar de impotencia.

Vienen a mi mente unas escenas de la espectacular película que protagoniza George Scott, Patton, donde después de luchar una batalla desesperada, como él mismo la cataloga, dice al ver que está destruyendo los tanques de Rommel:   Rommel, son of a bitch, I read your book! Parafraseándolo, diré: “Desesperanza, soberana bastarda, yo leí tu libro y sé cómo atacarte”.

En la literatura universal, la Navidad ha sido y sigue siendo un motivo recurrente de inspiración de los grandes escritores. Desde los hermanos Grimm hasta la literatura detectivesca, como la de la insuperable Agatha Christie, podemos leer obras en las que se ha abordado el tema de la Navidad. Hay una tendencia a que los protagonistas sean niños pobres, mendigos, algunos duendes y sobre todo casi siempre ocurre un hecho cuasi mágico que termina representando el triunfo de la bondad y del amor, símbolos de la Navidad, entendida desde la concepción cristiana de esta festividad.

Bastaría con recordar el Cuento de Navidad de Charles Dickens, en el que el personaje central, Ebenezer Scrooge, es un viejo avaro, insensible, que odia la Navidad. El cuento comienza, justamente, un día de Nochebuena, siete años después del entierro de su socio, Jacob Marley. Scrooge no acepta invitaciones a celebrar la Navidad, le exige a su empleado horas extras de trabajo para recuperar las del día festivo y se va a su casa. Esa noche le visita el fantasma de su socio fallecido, Marley, quien ha sido castigado a deambular por toda la eternidad remolcando una enorme y pesadísima cadena, símbolo de sus actos de avaricia y egoísmo cometidos en vida.

El fantasma de Marley le anuncia a Scrooge que él también llevará una cadena mucho más larga y pesada si no cambia de actitud. También le notifica la visita de tres espíritus, quienes le proporcionarán la última oportunidad de impedir que se condene de igual manera. Los espíritus, el Fantasma de las Navidades Pasadas, el de las Navidades Presentes y el de las Navidades Futuras le muestran al viejo avaro tanto sus momentos de buenas acciones del pasado, como escenas de tristeza y dolor. Incluso llega a ver la tumba de un hombre que ha sido olvidado por todos y descubre con horror que ese hombre es él mismo. Al despertar comprende que ha sido un sueño, pero decide cambiar su vida. Scrooge, de viejo avaro, malhumorado, pasa a ser un dechado de bondad, generosidad y amabilidad, y la verdadera imagen del espíritu navideño.

La inspiración de Dickens para crear esta historia, publicada en 1843, se encuentra en sus propias vivencias como niño que vivió terribles humillaciones, así como en la miseria que sufrieron numerosas familias en la plena época de prosperidad y bonanza del siglo XIX en Inglaterra. Este extraordinario Cuento de Navidad, cuyo título en inglés es A Christmas Carol, ha sido considerado como una de las mayores influencias en el restablecimiento de la celebración de la Navidad en el Reino Unido y Estados Unidos. Ha continuado siendo tremendamente popular y llevado al cine y al teatro en numerosas ocasiones.

Muchas obras enfatizan que el verdadero espíritu navideño se desvirtuó y se convirtió en un escándalo de trompetas y luces artificiales, derroche de dinero y olvido de Dios, del Nacimiento de Jesús, verdadero significado de estas fiestas.

Hoy, a pocos días de esa fecha, 25 de diciembre, en medio de una crisis exasperante y desoladora, logré recobrar la visión de la Navidad. No importan los regalos, no importa el dinero, lo que celebramos es que hay un canto de esperanza, que hay vida donde no podía existir.

No es el despilfarro obsceno, ni las orgías desenfrenadas; no es el desprecio al mendigo, al enfermo, al desvalido. No me interpreten diciendo que condeno el tañer de las campanas o la reunión familiar. Al contrario, la Navidad destaca el valor de la familia. La luz, la alegría. Dice Juan (1; 4-9): “En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla”.

Esa visión navideña me ha permitido recobrar la esperanza, el aliento, la fe en la recuperación de nuestro país. Repito la frase con la que inicié mi escrito de hoy: “Desesperanza, soberana bastarda, yo leí tu libro y sé cómo atacarte”.


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