Nuestro país vivió, en diversas etapas de su evolución histórica, crisis de naturaleza variada. En el último medio siglo se presentaron crisis políticas, económicas, naturales y sociales. Ninguna había alcanzado las dimensiones de la actual situación nacional. En estos últimos tres años hemos pasado de la crisis a la catástrofe. Sí, a una catástrofe cada día más dramática, y con visos de profundizarse hasta niveles aún más letales.

Nunca antes, Venezuela había aventado de su territorio a millones de sus hijos, huyendo de la muerte generada por una criminalidad desbordada, por el hambre y la falta de medicinas. O, dicho de otra forma, por un sistema político y económico nocivo, destructor.

Nunca nuestro pueblo había sido sometido a tan variados procedimientos para acceder a los alimentos: terminal de la cédula de identidad, marcaje de los brazos, huellas dactilares, carnets partidistas y otras formas.

Pero, sobre todo, nunca el salario había sido tan insignificante como en estos tiempos del “socialismo bolivariano”. Maduro pulverizó el salario y lo hizo el más miserable del mundo occidental.

Nunca en nuestra historia la delincuencia había dominado extensas porciones de nuestro territorio. El submundo del delito abarca todos los sectores sociales y toda la geografía nacional.

Frente a esa catástrofe, la angustia se apodera del ciudadano. A diario la pregunta es recurrente: ¿hasta cuándo debemos soportar esta tragedia?

¿Cuánto más tiene que ocurrir para que los responsables de este drama sean aventados de los espacios del poder?

Los venezolanos buscan afanosamente un desenlace a esta tragedia. Buscamos un orden social, político y económico diferente. Un orden auténticamente democrático, moderno, eficiente, equitativo y próspero.

Y no solo los venezolanos que no respaldamos a la camarilla destructora. Sino que ya ese anhelo está entre quienes aparentemente están en responsabilidades de gobierno, o cercano a los personajes que participan o sostienen a la dictadura.

Parte de la burocracia que soporta a la cúpula roja es consciente de la incapacidad de su gobierno para enderezar ese rumbo, para rescatar un mínimo de calidad de vida. Saben que no hay forma de conseguir superar la trágica situación que afecta a la nación, y de la que ellos y sus familias no escapan. Ellos también quieren escapar de su laberinto. Entraron allí y no pueden salir. Esperan un desenlace que les permita zafarse de un compromiso que los ha traído a un mundo al que jamás pensaron llegarían.

Por momentos, densos sectores de nuestra sociedad pierden la esperanza en el anhelado cambio, y limitan su acción y su lucha. Piensan que estamos frente a la definitiva cubanización de nuestra sociedad, con una camarilla instalada en los aposentos del poder, que se conforma con sostener una logia de civiles y militares usufructuando los pocos recursos que pueden transar, para atender sus necesidades operativas y de vida, en medio de una población famélica y desesperanzada que ya no tiene fuerzas ni para salir a ejercer el derecho a la pacifica protesta, mientras otros, sacando fuerza de sus entrañas y rematando lo poco que aquí puede tener, intentan salir por las fronteras terrestres a buscar vida en otros confines del continente.

Lo cierto es que Maduro y su camarilla ya no gobiernan. No tienen capacidad ni posibilidad de tomar decisiones para hacer medianamente viable la vida del país. Su presencia y la de su entorno político y militar son de mera subsistencia en los escenarios del poder. Allí medran, amparados solo en el control institucional de la Fuerza Armada, a la que le exigen “máxima lealtad” para un régimen que ha perdido toda su legitimidad en el desempeño del poder, y su legitimidad de origen, luego del monstruoso fraude del pasado 20 de mayo de 2018.

El desenlace vendrá por la total paralización de la sociedad fruto de la destrucción de la infraestructura y los servicios: transporte, Metro, agua, electricidad, salud, y educación. Y saltarán del mismo cenáculo del poder los actores que abrirán las compuertas hacia un cambio político. Simplemente, porque este modo de vida es inviable.

No seremos los actores políticos de la oposición quienes vamos a producir el desalojo físico de la camarilla de sus burbujas de poder. No somos nosotros quienes tenemos armas o ejercemos influencia en quienes las tienen.

Serán los mismos que hoy les cuidan las puertas y los muros de sus centros de poder los que crearán las condiciones para que se produzca ese desenlace.

Pero sí nos corresponde la obligación ética y política de acompañar la lucha, la limitada protesta que se genera, y ofrecer una alternativa para trabajar en la reconstrucción de la patria, una vez que el desenlace positivo se produzca.

Mantener encendida la luz de la esperanza, el espíritu de lucha y la voluntad de resistencia que repudia la inmoral actuación de la barbarie roja es una tarea de todo venezolano de bien, que de verdad desea un nuevo amanecer.


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