La resurrección y la vida. La Semana Mayor ha sido excelente oportunidad para el recogimiento y la reflexión. Mientras más pensamos sobre el presente y futuro inmediato del país, más crece la convicción de que estamos muy próximos al desenlace deseado. Crece en los mayoritarios sectores democráticos y también entre los seguidores del régimen. Casi veinte años han sido más que suficientes para dejar establecido el fracaso más lamentable de la historia republicana. Por supuesto que los días finales serán duros y difíciles, pero no debemos lamentar anticipadamente lo que es inevitable. El cáncer venezolano, que ya ha destruido órganos vitales de la nación, debe ser extirpado de manera resuelta y definitiva.

El alto gobierno se ha despedido de todo sentimiento de decencia. Viola la Constitución, reprime, acosa y persigue, pero lejos de alcanzar el supremo objetivo de permanencia en el poder, se aleja generando graves controversias en su propio mundo hoy atrapado por la creciente incertidumbre que para muchos de ellos arroja la situación actual.

Debemos recordarle a la oposición democrática que cuando la resistencia se hace simple rutina, los ánimos decaen. La desobediencia civil en marcha, no necesita caudillos ni nada que se parezca. Mucho menos cuando en Venezuela está presente la iluminada palabra de la Conferencia Episcopal, incluidos nuestros dos extraordinarios Cardenales. Nuestra prioridad está centrada en la defensa de la persona humana, de cada individuo y su familia, frente al Estado, al gobierno e incluso frente a los variopintos colores de la comunidad.

Hagan lo que hagan, repriman todo lo que quieran, lo cierto es que no podrán detener la cuenta regresiva en marcha. En el tiempo que les queda deberían de tratar que este bravo pueblo no se les convierta en un eterno enemigo.

Para todos nuestros compatriotas llegó la hora de volver a los principios fundamentales y aferrarnos a ellos. No porque queramos ser fieles al pasado, sino por fidelidad al futuro que estamos construyendo desde el presente. Fidelidad para alcanzar metas no conquistadas todavía. En lo personal, lo he dicho muchas veces pero vale la pena repetirlo, no quiero ser fiel a lo que ya he sido o hecho, sino a lo que he querido hacer y aún no he podido concretarlo.

Invito a todos los lectores repasar y meditar sobre los Mandamientos de la Ley de Dios y sus consecuencias prácticas como ley de vida. También, a repasar con cuidado y devoción el Sermón de la Montaña. En ambos instrumentos está lo más importante de todo lo que deberíamos saber y asimilar como norma permanente de vida.

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