“Sobreseídas sus causas, alcanzaron el poder para eliminar lo inservible pero también útil: porque, según ellos, los comandantes mueren y las luchas siguen hasta la victoria siempre”

Diré que “rasgan sus vestiduras pontificias” quienes, desde los medios de comunicación adquiridos por un gobierno explícitamente hegemónico, disciernen respecto a transiciones políticas: como si ignorasen que, en Venezuela, la descomposición social e institucional urdida antes de la irrupción del bestiario cívico-militar está consolidada.

Cuando reflexiono sobre los actos vandálicos del gobierno que golpearon las elecciones estudiantiles internas en la autónoma Universidad de Carabobo, recuerdo que, al final de la década de los años ochenta del siglo XX, un “guerrillero urbano” e intelectual pegaba afiches en áreas del Rectorado de la Universidad de los Andes, donde, con traje de campaña, aparecía junto al comandante alias “Tirofijo” (Marulanda, FARC).

Por padecer insomnio, yo solía llegar muy temprano al área de prensa de la cual fui uno de los fundadores. Cortésmente, lo encaré y traté de impedir que colocara propaganda terrorista en nuestras paredes. No pude con él y sus amigos, miembros de la Federación de Centros Universitarios (algunos de ellos son hoy funcionarios de la dictadura socialista del siglo XXI). Cuando llegó el rector ordenó que los afiches fuesen retirados.

Ese “guerrillero urbano”, igual que otros muy activos en la sociedad merideña, no era perseguido por la policía política de la cuarta República (Disip). Me desafiaba a discutir, en el café París del traspatio rectoral, respecto a todo cuanto él creía que eran las bondades de la revolución cubana. Acepté cada vez que me invitaron intercambiar ideas ahí. Las de mis adversarios pro castrocomunistas y guerrilla colombiana (FARC-ELN) y las mías, profundamente contrarias al despotismo.

No recrearé cada uno de los sucesos posteriores al 4-F 1992, harto difundidos. Solo mencionaré algunos, como el nefasto sobreseimiento a los golpistas (1994) que catapultó en el poder a un grupo sedicioso que debió purgar una larga condena. Respecto a eventos electorales, no olvido la descarada exhibición de varias cédulas de identidad por parte de idólatras del supremo presunto. Las usaban, sin problemas, para multiplicar los votos a favor de quien luego iniciaría la destrucción material y moral de la nación venezolana.

En ejercicio de funciones paramilitares fomentadas por los socialistas al mando, el “guerrillero urbano” (que ya falleció) desapareció de la ciudad de Mérida por meses. Durante una visita que hice a mi madre, lo vi en la Avenida 20 de Barquisimeto y dialogamos. Me dijo:

—Estoy en régimen de presentación semanal, con prohibición de salida del estado Lara (…). Un coronel de la dividida Fuerza Armada Nacional me detuvo con un cargamento de 300 fusiles y municiones, pertrechos destinados al entrenamiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Venezuela. Soy uno de los instructores en el centroccidente del país.

—¿Para qué crean ustedes un grupo guerrillero aquí, donde ya gobiernan? —lo interrogué—. ¿A quién combatirán si ya tienen el poder de mando?

—Necesitamos purgar a la FAN y a la disidencia civil, hasta la victoria siempre.

—Las victorias deberían tomar distancia del vandalismo y fomentar mejores condiciones de existencia —sentencié mirándolo fumar, y me despedí.


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