El día después será propicio para autoexaminarnos. Enumerar los errores cometidos y comenzar un tránsito que deje atrás la estela de muerte y dolor que han representado estos lustros de populismo y demagogia. En una suerte de unidad pasiva, los venezolanos nos declaramos víctimas de esa hiriente experiencia padecida. Identificamos un enemigo común, Maduro, como el sucesor elegido por Chávez, después de haber aceptado la orden de arriba, o sea, de la nomenclatura cubana. La reconstrucción del país requerirá no solo de un torrente de recursos financieros, sino también de mucho esfuerzo colectivo de sus ciudadanos.

Con emprendimiento, innovaciones, trabajo creador y solidaridad entre todos con todos. El país saltará de esta tragedia en la que nos metió el duo de las mentiras. Los motores del desarrollo que ambicionamos para Venezuela estarán, primero en sus instituciones. Ha quedado claro, después de este derrape de arbitrariedades, que sin ellas no funcionará nada bien el Estado. Será menester echar las bases sólidas donde se plante la República, tan fuertes deben ser sus columnas, para que soporten las embestidas de terremotos golpistas.

En segundo lugar, hay que aprender la lección de que con una Constitución basta, solo falta que sea respetada y acatada sin reparos para ahorrarnos esas borracheras telúricas de los falsos mesías que encandilan a los incautos seducidos por ofertas engañosas. En tercer lugar, para encaminarnos por la senda del crecimiento será menester deslastrarnos de esos esquemas primitivos, que se reducen a simples ensayos mercantilistas. Ya es tiempo de acoplarnos a una economía solidaria de mercado, donde se respete sin fórmula de juicio la propiedad privada y que por ningún respecto se invada la esfera de los derechos individuales desenvainando esas viejas espadas del intervencionismo estatal.

En cuarto lugar, hay que acoger el concepto de la igualdad de oportunidades, pero que de verdad funcione, garantizando servicios de calidad en educación, salud, seguridad personal y social para todos. Y en quinto lugar, que el empleo sea estable y bien remunerado, donde habitar una vivienda digna no sea la excepción a la regla, sino la realidad que predomine como posibilidad para las mayorías. Por último, que la ética y la moral sean las reglas de oro.

Ha quedado demostrado que donde esos valores son el código acatado por los gobernantes y gobernados, la prosperidad es la consecuencia, porque habrá eficiencia al usar prístinamente los recursos públicos.


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