Es comprensible el desaliento que produce, de vez en cuando, en el ánimo de la oposición los inicuos y criminales manejos políticos que practica el régimen chavista-madurista, abusando del poder que le fue conferido democráticamente por el pueblo venezolano y utilizando para ello a la Fuerza Armada Nacional, cuya existencia se justifica por el desempeño de funciones diametralmente opuestas al mal uso que de sus facultades le impone la cúpula gobernante.

La matanza del 11 de abril de 2002 y la grosera manipulación de la resultante renuncia de Chávez (la cual aceptó) devenida en ridículo golpe de Estado; las maniobras que retardaron y finalmente desnaturalizaron el referéndum revocatorio del mandato presidencial de Chávez en 2004; el desconocimiento continuado del rechazo popular de la reforma constitucional propuesta en 2007; la inhabilitación de la Asamblea Nacional elegida por 14 millones de venezolanos en 2015; el escamoteo del referéndum revocatorio del mandato de Maduro en 2016; la manipulación del proceso de elecciones regionales del mismo año, ignorado primero, fijado con desgano y atraso para diciembre de 2017 y adelantado ahora para octubre, de acuerdo con la conveniencia del régimen; la convocatoria írrita de la asamblea nacional constituyente convertida en un supra poder inconstitucional y el megafraude electoral del 30 de julio pasado, entre muchas otras fechorías, son suficientes para producir desasosiego y abatimiento momentáneos en la voluntad opositora.  

No obstante, el duro y abnegado combate librado por ella contra el régimen chavista a lo largo de diecinueve años, mucho mayor que cualquier otra lucha llevada a cabo por otro pueblo del mundo contra los gobiernos militares despóticos de América Latina y los sistemas comunistas totalitarios de Europa Oriental, no ha sido en balde. El régimen se ha debilitado mucho en esa lucha y hoy está desnudo y solo ante las naciones de la región y del mundo. Solo lo acompañan algunos países indecorosos que se han aprovechado inicuamente del manejo arbitrario, personalista y sin controles de los recursos nacionales.

La lucha de la oposición por el rescate de la democracia en Venezuela ha sido larga y dolorosa, especialmente en los últimos meses, pero es también una lucha que cada vez se acerca más a la victoria. Es, como dijo alguna vez Mao Zedong de su guerra contra los nacionalistas chinos: “Una lucha que va de derrota en derrota hasta la victoria final”. Y así será, sin duda alguna, en Venezuela porque, al fin y al cabo, el veredicto final no dependerá del gobierno ni de la oposición, sino de la historia, que en estos casos es infalible.

Un régimen que arruinó al país en medio de la mayor bonanza petrolera que haya existido jamás, que es incapaz de estabilizar, ni siquiera medianamente, la economía nacional con un precio promedio petrolero de 43 dólares por barril, más de cinco veces mayor que el que regía en 1998, cuando Chávez asumió el poder, y que ha ido profundizando cada vez más la escasez, la inflación, la caída de la producción nacional y la miseria, entre muchos otros males, no puede ser considerado, bajo ningún concepto, ganador.  

Los supuestos éxitos del régimen, logrados mediante maquinaciones tramposas, no pueden considerarse verdaderos triunfos. Han sido logros efímeros, obtenidos mediante engaños, actos de fuerza y pillerías, que solo le han proporcionado fugaces ganancias, sin traducirse, ninguna de ellas, en logros o mejoras en las condiciones económicas y sociales del pueblo venezolano, que ha ido de mal en peor en este proceso final. ¿Hasta cuándo es sostenible esa situación? ¿Quién puede creer que la ANC, inconstitucional y parcializada, contribuirá a la paz, la estabilidad, el diálogo y el progreso nacional? La pasmosa simpleza del razonamiento oficialista en ese sentido, hace pensar que el propio gobierno tampoco cree lo que dice y que solo está tirando una parada desesperada para ganar tiempo, rogando a Dios (o al diablo) que se produzca un milagro que lo salve del desbarrancamiento definitivo que se avizora ya en la próxima curva, medianamente forzada, del camino que le resta por recorrer.


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