La terrible crisis que atraviesa Venezuela ha generado y genera cientos de opiniones distintas acerca de cuál será la solución que se debe dar para poner fin a tanto mal; mal que afecta la vida la vida de millones de habitantes.

Entre las tantas opiniones, dos son las que cobran fuerza, la salida pacífica-electoral que dé paso a la transición, y otra que la fuerce; de lograrse alguna, darían el tan esperado cambio que millones anhelan… el comienzo, la esperanza de un mejor futuro.

Para los que creemos que la solución a la cuestión venezolana debe ser derrocar por la fuerza a Nicolás Maduro y todo su entramado, ya que la vía electoral con las condiciones actuales (las mismas de siempre amañadas) y las que no cambiarán ya que producen el resultado que ellos esperan (siempre ganar), se nos suele dar una serie de motivos por lo cual esto no puede pasar, ni siquiera se debe alentar ya que según su visión esta opción está condenada al fracaso. Muchos de los que difieren de esta alternativa alegan que en primer lugar nosotros no tenemos a las FAN, ni las armas (a Dios gracias que los que comenzaron la gesta independentista no pensaron así), que veamos el resultado de las protestas de 2014 y 2017 que solo lograron que apresaran a muchos (Leopoldo con casi 5 años preso) y mataran a otros (estudiantes sobre todo).

En referencia a las protestas de los años 2014 y 2017 puedo decir que la visión y el objetivo de estas fueron muy distintos de lo que el grueso de la gente realmente quería y esperaba (el derrocamiento del régimen) y por eso se enfriaron y cesaron, mientras los liderazgos llamaban a protestar para que les diesen una opción electoral para de esta manera lograr un cambio político, la gente deseaba otra cosa… la salida inmediata de los narcos del poder.

El fracaso en ambos años fue producto de los errores tanto en comunicación como quizás de exceso de romanticismo pacifista al creer que estos vagabundos cederían a ese tipo de presión para abandonar el poder.

Esto nos lleva al punto de reflexión que nos hace preguntarnos dos cosas. ¿Es posible derrocar al tirano sin las FAN? y ¿la gente estará dispuesta a retomar la calle? Particularmente creo que para ambas preguntas la respuesta es un Sí rotundo, porque de lo contrario los sacrificios de los últimos años habrán sido en vano. A pesar de que el objetivo para las protestas de 2014 y 2017 no consiguieron el resultado esperado (por lo antes mencionado) y estas terminaron siendo protestas defensivas, sirvieron para desenmascarar ante el mundo el carácter autoritario y déspota del régimen de Maduro y sus secuaces, culpables de la situación que aqueja a nuestro país.

Organizar la protesta masiva y contundente es un deber ineludible de las fuerzas políticas democráticas en Venezuela, eso sí, bajo la premisa de derrocar al tirano, no bajo una petición electoral, eso ya vendrá después; crear excusas para no hacer esto aferrándose a que no tenemos las FAN de nuestro lado es simplemente un acto de cobardía, además de que ni siquiera se da la oportunidad a esos que dentro de las FAN están descontentos y que tienen a sus familias sufriendo el mismo mal que toda la población, negándoles además el ser partícipes en la solución que Venezuela necesita y la oportunidad de tomar bando (opresor u oprimido).

La protesta debe de regresar, la presión para derrocar al tirano tiene que ejercerse; si en el peor de los casos el miedo dentro de las fuerzas armadas los dominara dejando inmóviles a los que saben que se debe sacar del poder a todos los narcocorruptos padres de la tragedia venezolana gracias a la infiltración cubana en todos sus niveles y estos permitieran que salieran a asesinar a civiles desarmados, dudo que la comunidad internacional no actúe en defensa de los civiles.

En resumidas cuentas, se debe retomar la protesta, no como antes a la defensiva, sino a la ofensiva (caso Francia en contra de las medidas de Macron y su resultado) y generar de una vez y por todas la caída del régimen tirano, déspota, autoritario, corrupto y criminal que nos ha desgobernado desde hace ya 20 años.

Que hable la calle.

Fuerza y fe.


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