A un año de le sorpresiva elección de Donald Trump, cabe hacer un primer balance.

Aun cuando en el plano doméstico lo económico sigue la buena marcha o tendencia que dejara en desarrollo la administración Obama, -se asoma, eso sí, una ligera ralentización-, Trump ha resultado un presidentesencillamente demagógico, sin agenda y rodeado por el escándalo. Hasta Paul Manafort, quien fue jefe de su campaña electoral fue aprehendido por la justicia con base en las investigaciones sobre la posible interferencia del gobierno ruso en las elecciones de 2016 para favorecer a Donald Trump con colaboración de su equipo de campaña y asesores.

Por otra parte, la incapacidad de gestión política de su gobierno lo ha llevado a confrontar múltiples fracturas y hasta abierta oposición de prestigiosas voces republicanas en el Senado. Senadores de la talla de John McCain y Jeff Flake (ambos republicanos de Arizona) han sumado su voto en contra de las dos propuestas legislativas presentadas por los aliados de la Casa Blanca en el Congreso para derogar la ley de acceso a la salud pública, conocida como Obamacare. Y el plan de reforma tributaria propuesto por Trump esta semana, que apunta a una rebaja de impuestos para las grandes corporaciones y quienes tienen mayores ingresos, puede correr con la misma suerte. A un año de su presidencia, afortunadamente, ni siquiera tiene presupuesto para poner un ladrillo de su alardeado y absurdo muro en la frontera con México.

Pero fue el senador republicano Bob Corker, presidente del poderoso Comité de Relaciones Exteriores, quien recientemente dijo todo lo que muchos piensan al declarar que el secretario de Estado, Tillerson, los generales Kelly y Mattis, jefe de Gabinete y secretario de Defensa, respectivamente, “son las personas que separan al país del caos”. Meses antes, frente al manejo irresponsable (y desde Twitter) por parte de Trump de delicados asuntos de política exterior, como el Tratado de no Proliferación Nuclear con Irán, así como las tensiones con Corea del Norte, Corker había afirmado que el Presidente carecía de la “estabilidad” requerida para desempeñar la Presidencia. Semanas después, el senadorCorker respondió con tuit el ataque que Trump había hecho a través de esa red social, y dijo que la Casa Blanca se ha convertido en un “hogar para el cuidado de adultos”. De este mismo tenor han sido muchos de los pronunciamientos del senador McCain, quien fuese candidato presidencial contra Barack Obama en 2008, y es una de las figuras de mayor peso político en el partido republicano. El senador Flake por su parte publicó un poderoso artículo en la página editorial del Washington Post titulado “Enough” (“Ya basta”), en el cual le pide a su partido que es hora de enfrentar la irresponsabilidad de Trump por el bienestar de las instituciones democráticas.

El lenguaje de los senadores Corker, McCain y Flake en sus críticas a Trump no ha sido adoptado con ligereza. La apelación a la falta de estabilidad y carácter del magnate para el ejercicio de la Presidencia cabalga sobre los términos de la Enmienda XXV a la Constitución de Estados Unidos, que no alude al impeachment (allanamiento y enjuiciamiento político del presidente) sino a su remoción cuando el vicepresidente junto con la mayoría del gabinete, con el apoyo de las dos terceras partes del Senado y la Cámara de Representantes lo consideren “incapaz” de ejercer tan elevado cargo.

No es una declaratoria de falta de salud mental o franca locura, previo dictamen médico, lo que plantea la Constitución estadounidense, sino una valoración política del vicepresidente, el gabinete y la mayoría calificada del Parlamento en el sentido de que el presidente carece de las condiciones mínimas requeridas para el ejercicio de la labor presidencial. Y no faltan los analistas que consideran que Trump no terminará su mandato, bien porque las investigaciones del fiscal especial Mueller deriven en su enjuiciamiento político o impeachment (o su renuncia para evitarlo, al estilo Nixon); o porque se le termine aplicando la Enmienda XXV de la Constitución. Y es que la relación de Trump se deteriora incluso con miembros clave de su gabinete. El canciller Tillerson estaba sentado con sus homólogos de China y Japón, buscando salidas diplomáticas a la crisis con Corea del Norte, cuando Trump lanzó un destemplado tuit en el que decía que Tillerson perdía su tiempo. Hay reportajes que relatan que se escuchó al petrolero convertido en jefe de la diplomacia de Estados Unidos referirse a Trump en voz baja como “un idiota”…

En realidad, cualquier final anticipado del mandato Trump es remotamente imaginable aún si los demócratas tomasen el control del ambas cámaras del Poder Legislativo en las elecciones de mitad de período de 2018, algo que luce muy difícil a pesar de la impopularidad de Trump, cuyo nivel de apoyo se encuentra en el nivel más bajo de la historia de todas las presidencias de Estados Unidos, al ubicarse en promedio por el orden de 35%. Y es difícil porque durante años las mayorías legislativas en los estados de Estados Unidos han producido un opresivo “gerrymandering” (diseño arbitrario de circuitos electorales) que les ofrece un rendimiento electoral desproporcionado en la elección de la Cámara de Representantes.

De tal forma que, sin reformas estructurales, luce siempre más probable que los demócratas puedan controlar el Senado, pero no ambas cámaras. Es importante destacar que en las elecciones de 2018 se renueva toda la Cámara de Representantes, pero solo un tercio del Senado. La última vez que los demócratas lograron el control de ambas cámaras fue en 2008, cuando la elección presidencial de Obama, pero en elecciones de mitad de periodo la participación suele ser más baja; por ende, se dificulta una operación político-electoral de esa magnitud. No obstante, el rechazo a Trump se ha convertido en una fuerza política movilizadora de proporciones equivalentes a la emoción que se asocia a las elecciones presidenciales. Incluso, bastaría un avance importante en el número de escaños por parte de los demócratas para imaginar un terremoto político que anticipe desenlaces fatales para Trump, desde el impeachment o la aplicación de enmienda XXV, hasta la posibilidad de que los republicanos presenten un opositor en primarias a la candidaturas Trump. Un hecho que solo ha ocurrido excepcionalmente en la política estadounidense. En todos esos escenarios, el puesto en primera fila lo tiene el actual vicepresidente Pence, pero francamente, para muchos, es una figura ideológicamente también polarizante, aunque es más presentable y confiable que Trump para muchos en el partido.

Por otra parte, hay que entender el secuestro por los extremos que atraviesa el Partido Republicano. Gente sensata, como Corker, Flake, McCain o el ex candidato presidencial Mitt Romney, no tiene el “gravitas”, la influencia, de hace una década. La base electoral republicana ha sufrido una metamorfosis; y desde el fenómeno del Tea Party y ahora el de Trump, existe una primera minoría muy movilizada y extremista, incluso rayana en la xenofobia, racista y prejuiciosa, capaz de definir procesos en primarias si hubiera más de un precandidato. A eso precisamente apuesta Trump, a que las voces sensatas que se le oponen deban confrontar a sus peones en primarias del partido, donde su influencia es todavía determinante. ¿Cómo es esto posible? Porque Trump tiene solo 35% de aprobación en el promedio nacional, pero en muchos estados de tendencia republicana afinca su aprobación en más que eso. En cualquier caso, la militancia republicana es cercana a 35% de la población total, en consecuencia, el peso relativo de Trump y su excéntrico radicalismo puede magnificarse en elecciones internas. Por ello, algunos senadores, como Corker y Flake, han decidido oponerse, pero simultáneamente han anunciado que no aspiran a la reelección.

No obstante, esta semana ocurrió un terremoto político que anticipa una elección legislativa de mitad de periodo muy preocupante para Trump y sus aliados en el Partido Republicano y el movimiento de extrema derecha que lo sustenta. Hubo elecciones en los estados de Virginia, Nueva Jersey, y locales en otros estados, incluida la ciudad de Nueva York. En esta última, el alcalde demócrata Bill de Blasio se reeligió, como era esperado… pero con 66,5% de los votos. En Nueva Jersey y Virginia los demócratas arrasaron por avalancha (en Nueva Jersey con ventaja de 13%, y en Virginia con un histórico margen para este estado de 9 puntos porcentuales), llevándose las gobernaciones y la mayoría de los cargos de elección popular. Incluso en Virginia, por primera vez en años, los demócratas lograron el control de la cámara de delegados o diputados regionales, aun cuando ello depende de un par de reconteos que se encuentran en desarrollo.

La clave de estas derrotas republicanas fue que estos candidatos recurrieron a la retórica de Trump para galvanizar su base de apoyo duro; y al hacerlo, los demócratas capitalizaron el rechazo que tiene Trump. Por ejemplo, en Virginia, donde la aprobación de Trump es más alta que el promedio nacional (se ubica en 42%), el candidato republicano se vio obligado a buscar el voto del elector de Trump con una campaña contra el candidato demócrata y en la cual se asumió la retórica antiinmigrante y prejuiciosa de Trump. El día de la elección el candidato demócrata, Ralph Northam, recibió, además del apoyo de tradicional de su partido, un caudal de votos de independientes, mujeres, jóvenes, inmigrantes, latinos y afroamericanos. De hecho, las encuestas de boca de urna (exit polls) indican que en Virginia 30% de las personas que votaron en la elección, al margen de toda otra consideración, lo hicieron en rechazo a Donald Trump. Además, la vicegobernación de Virginia la ganó el dirigente afroamericano Justin Fairfax, y en la legislatura regional alcanzaron escaños tres latinos y una mujer transgénero. Esto es, en la propia composición de la nueva legislatura regional quedó configurada una diversidad social a contravía del discurso reaccionario de Trump y sus seguidores radicales.

Así las cosas el “efecto Trump” se hizo sentir en el estado de Virginia de forma muy contundente. Ahora el “efecto Virginia” puede devenir una pesadilla para Trump, porque lo que pasó en Virginia podría repetirse en las elecciones legislativas de mitad de periodo, no solo en muchos estados sino incluso en muchos distritos o circuitos electorales para la elección de diputados.

Es un alivio comprobar que las figuras extremistas y autoritarias llevan en sí mismas el germen de su desmantelamiento; y que las sociedades a veces se permiten un retroceso en sus avances civiles y democráticos, pero no tardan en recapacitar en aras de la tolerancia, el respeto al otro y el bien común.

@lecumberry


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