En un marco de normalidad democrática sería comprensible que un jefe de bancada parlamentaria usara el privilegio que le concedió la nación, al votar por una coalición electoral que le otorgó la representación popular, para discutir sobre peligros de una asonada militar. ¡Pero hoy día no!  No en nuestra Venezuela ultrajada por una dictadura morbosamente genocida, que se ha mantenido en el poder utilizando precisamente a nuestra Fuerza Armada Nacional, también ultrajada y secuestrada institucionalmente por el narcocastrismo y su hambreadora corrupción, con Nicolás Maduro y sus adláteres como marionetas. 

La historia, que ha querido ser tergiversada, una y mil veces por el castrocomunismo, y sus aliados, como por ejemplo las narcoguerrillas colombianas, han infectado países importantes en buena parte de Latinoamérica. Con Venezuela a la cabeza, como gran plataforma de movimientos de tráfico de drogas y legitimación de capitales; México en el propio norte; Honduras y Nicaragua en el centro; y Bolivia silenciosamente desde el sur, intentando legalizar el tema de la coca, como supuesta tradición de identidad histórica boliviana. Estas realidades que dieron paso al necesario y contundente Plan Colombia, cuando en las calles de Florida se enfrentaban las mafias del negocio maldito, son prueba irrefutable de que las naciones pueden encontrar el modo de acometer sus luchas por la libertad, la democracia y el progreso. Como pueblo venezolano presionamos a políticos y militares y en diciembre de 2015 obtuvimos una victoria parlamentaria. De allí, nuevamente, con políticos y ciudadanos honestos presionamos la consulta del 16 de julio de 2017 y obtuvimos nuestro Tribunal Supremo de Justicia, que aunque tuvo que replegarse en el exterior, juzgó y condenó al tirano por corrupción y legitimación de capitales. Ahora debemos seguir adelante con él, y no permitir que nos traicionen los mismos sectores políticos e intereses contrarios a la recuperación de nuestra libertad y democracia.

Cuando el 19 de abril de 1810, “en defensa de los derechos de Fernando VII”, el Cabildo caraqueño tomaba el control del poder de la Capitanía General de Venezuela y, ya en diciembre de ese mismo año, Bolívar, Bello y López Méndez marchaban a Inglaterra para buscar el auxilio de Miranda y de los países europeos en contradicción con el imperio de España, hubo errores e intereses que contrariaban la lucha necesaria por la libertad. Estaba claro que se había decidido acometer el desafío de la independencia hispanoamericana. Desde Miranda, y a partir de entonces, nos graduamos como país de luchadores por la libertad; al igual que nuestros hermanos de Europa y del norte. Fue, claro que sí, un ayer histórico durante aquellos años de la segunda década del siglo XIX, cuando actores e intereses que pretendieron impedir el advenimiento de la independencia latinoamericana se estrellaron contra la corriente de los tiempos. Hoy así mismo, sin lugar a dudas, existen intereses y actores que intentarán, inútilmente en mi opinión, impedir el advenimiento de una nueva era de cooperación e integración americana. Los pueblos y sus diásporas han entendido los peligros y desafíos de los tiempos históricos transcurridos que, en estos dos siglos, marcan la necesidad imperiosa de nuevas definiciones geopolíticas, junto a nuestros hermanos de América del Norte y Europa, y no los que imponen la sí verdadera intromisión e injerencia china y rusa en América, junto con el castrocomunismo servíl.

Narcotráfico, terrorismo, migraciones incontroladas y tráfico humano son expresiones de una mundo global que nos exige enfocar con nitidez nuevos marcos de políticas internacionales eficaces, para detener a tiempo las plagas en un mundo que requiere conocimiento, solidaridad, planes y proyectos conjuntos, región a región, en integración del planeta democráticamente universal como un todo. La necesaria administración inteligente de la fuerza se requiere para establecer las garantías de la gobernabilidad regional en América, Europa y a nivel mundial.

Hoy el caso venezolano debe pasar a ser ejemplo de injerencia humanitaria indispensable y oportuna.  Debemos pasar nuevamente a ser parte de la solución, y no del terrible problema. Venezuela fue país receptor de grandes migraciones desde Europa por la guerra civil española (1936-1939) y a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial.  Esto provocó que estuviera dentro de los países de mayor crecimiento demográfico del mundo. Combinado con un acelerado proceso urbanizador y gracias a la renta petrolera, nos permitió avanzar en niveles civilizatorios ejemplares. Así construimos aquellos inicios de institucionalidad democrática. La dolorosa y prolongada guerra colombiana contra la narcoguerrilla junto con los procesos dictatoriales de los setenta y ochenta de Centroamérica y  del Cono Sur con sus luchas, continuaron enseñándonos lo duro de los procesos migratorios de desplazamientos forzados. Lo preciado de tener un país con oportunidad democrática. Sin embargo, no logramos entenderlo a cabalidad y superarnos como Estado moderno democrático para usar esa fuerza poblacional y los recursos del petróleo para abrirnos al desarrollo de mercados, con una economía competitiva privada y diversificada.

Sin embargo, o precisamente por lo sucedido, ha llegado la hora de la madurez americana para asumir el cambio necesario e integrador. Esto es una lucha unida y sin cuartel por la libertad y la democracia. No solo de Venezuela, sino de Cuba, Nicaragua, Bolivia, Colombia, México, Brasil, Argentina, es decir, de toda nuestra América.  

catedrainternacionallibertad@gmail.com                      


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