Han sido días convulsos, en los que la información o, mejor diría, el exceso de información logra y consigue un efecto inverso. Tanta información desinforma. Venezuela podría ser fácilmente un ejemplo de estudio y de análisis en las escuelas de Comunicación Social.

Las redes sociales han dejado de ser de información para convertirse en redes de desinformación: Hay un excedente de nuevos periodistas queriendo informar sin verificar, sin contrastar y, peor aún, creyéndose dueños de la verdad absoluta.

Escribir es un ejercicio liberador, pero también de presión. Se piensa o se supone que por el solo hecho de escribir se debe saber qué sucede y, peor aún, qué sucederá. Es un ejercicio que requiere pie firme, criterio y hasta sangre fría.

Analizar, evaluar y opinar sobre lo que ocurrió, ocurre y ocurrirá en el país puede llegar a representar un peso enorme de conciencia, más aún cuando siguen en el país nuestra familia, nuestros afectos y amigos, incluso, perturba nuestra conciencia conocer tantos casos de desconocidos que sobreviven ese pequeño, pero inmenso drama de vivir en Venezuela.

Duelen todos los casos, los conocidos o no. Laceran el ánimo las fotografías colgadas en las redes en las que se representa la miseria humana en la que se ha convertido toda una nación. Ya no importa de qué color pensabas ideológicamente, la miseria se pluralizó y se hizo un todo para todos y todas.

Se intenta animar, impulsar y dar esperanza desde frases que ya suenan vacías. Aquello de que “el tiempo de Dios es perfecto, fuerza y fe, y ánimo, que la cosa está por acabar”, se vuelven una ofensa a la inteligencia. Se intenta criticar a quienes mantienen los pies en la tierra. Aquello de “mensos, pero no mansos”, que sería una de las frases de monseñor Antonio José López Castillo en la procesión de la Divina Pastora del año 2016, está más vigente que nunca.

La figura de Juan Guaidó es lo que se estaba esperando; es el outsider necesario y esperado. Es una bocanada de oxígeno para una sociedad asfixiada por el populismo de una clase política desgastada y fracasada. No es la figura del mesías. Es la representación de un discurso coherente y diáfano a las necesidades de un pueblo insultado, menospreciado y desgastado por los mensajes de una falsa oposición, pero Guaidó también es la solución a todos los problemas del chavismo que gobierna con la fuerza de la represión de la bota militar. Sí, paradójico que quien pueda representar la esperanza de un final sea también la esperanza de quienes oprimen desde hace 20 años a toda una nación.

El fracaso de Guaidó es el triunfo del chavismo para mantenerse en el poder; es la estocada final a una sociedad acostumbrada a perder; así lo hemos visto y así podría verse de no concretarse la salida del poder de Maduro y sus cómplices. Es allí donde se requiere como siempre la presión en las calles de Venezuela y de acciones internacionales que permitan conseguir los objetivos propuestos por el presidente encargado.

Dejar de ser y dejar de hacer: dos significados necesarios para entender lo que ocurre en el país. La inmensa mayoría ha dejado de ser afecto al gobierno. La repulsa cotidiana hacia ellos es un verbo común en las conversaciones de todos los sectores en todas las ciudades. Cada día son menos los que son y más los que han dejado de ser. Pero qué pasa con el dejar de hacer…

Las calles venezolanas siguen encendidas, todos los días durante todo el año se manifiestan. Según datos aportados por el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, en el año 2018 se realizaron en el país 12.715 protestas, un promedio de 35 cada día. Un año en el que se vuelve a batir este lamentable récord de conflicto.

Más allá de los datos numéricos y de lo que puede llegar a representar una cifra es lo que significa: a la par de dejar de ser, no se ha dejado de hacer.

Distrito Capital, Bolívar y Lara son los estados donde más se ha protestado, principalmente por lo que se conoce como los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales. Una muestra clara y contundente de cómo el venezolano no ha perdido la voluntad de reclamar sus derechos en las calles, a pesar de la fuerte respuesta represiva del gobierno de Maduro.

En paralelo, las juntas de condominios, los grupos de padres y madres de los colegios, las organizaciones de la sociedad civil y los venezolanos en el exilio siguen en la lucha incansable y diaria de organizar actividades que permitan paliar y contrarrestar el efecto destructor de la dictadura. Estas actividades ciudadanas y de rescate, organizadas y promovidas por todo el país, son una muestra clara de la voluntad y la necesidad de toda una sociedad que ha decidido mantenerse a flote y de pie. Estoy convencido de que saldremos bien parados y con la lección aprendida.

Es la reivindicación de poder dejar de ser y seguir haciendo; es un triunfo pequeño que logra cada grupo, pero con un significado inmenso en la sociedad civil venezolana porque cada día son más lo que han dejado de ser y más los que siguen haciendo.


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