La cultura económica del venezolano adolece de numerosas carencias. Deficiencias que a su vez se han venido reforzando gracias a la propaganda inclemente de quienes hoy detentan el poder fáctico del país bajo el esquema de una sociedad planificada y centralizada dentro de los designios del Estado. Estas carencias van desde cosas simples como el uso de la incorrecta expresión “aperturar cuentas bancarias”  (“aperturar” no es un verbo) hasta expresiones conductuales mucho más complejas como aquellas que se esconden bajo el estribillo “es que los comerciantes abusan”.

Dentro de estas fábulas esotéricas del estatismo imperante quisiéramos hoy salir en defensa de las personas que especulan. Porque gracias a la campaña que de forma sostenida ha desarrollado el gobierno venezolano, aunada a la ya enraizada mentalidad izquierdista de una parte nada desconsiderable de nuestra población, en Venezuela la “especulación” se volvió un delito cuando, ironías de la historia, por el contrario se trata de un proceso económico que permite a los seres humanos intercambiar bienes y servicios a través de la información que transmite dicho proceso al construir el sistema de precios.

Dicho de otra manera, la especulación es esencial para que se transmita información en la economía, y con ello, exista la vida misma y los intercambios que derivan de ella. Todo ser humano es un especulador. Cada decisión que tomamos tiene consigo una expectativa relativa al futuro que no es absolutamente cierta. Y al tomar una decisión se asumen riesgos que pueden traducirse en ganancias o pérdidas. Este planteamiento trasciende al plano económico y puede extrapolarse a casi cualquier aspecto de nuestra vida. Tomamos decisiones en función de nuestras expectativas, pero cualquier acción humana puede verse afectada por eventos insospechados, desde un terremoto hasta una bala perdida. A pesar de las certezas que se creían absolutas.

Llevemos este planteamiento al área del comercio y el empresario, que tan vilipendiados han sido en nuestros tiempos. Cuando un comerciante coloca un precio determinado está especulando. La acción de especulación representa una expectativa que tiene dicho agente económico en relación con el sistema de precios y las preferencias del potencial consumidor. En esa relación comerciante-consumidor se revela un conjunto de información que de otra manera fuera imposible conocerse. Y esa información permea todo el sistema económico, especialmente cuando la información se transmite de forma libre y entre mayor cantidad de comerciantes y consumidores.

Ahora bien, el comerciante puede equivocarse. Y si lo hace tiene que asumir sus pérdidas. ¿Qué sucede si un determinado bien baja su precio en el mercado cuando el comerciante previó su alza? El comerciante tiene que asumir sus pérdidas como consecuencia de su acto especulativo. De allí que la especulación implique un riesgo, pero es el mismo riesgo que deriva de ser libres y la responsabilidad que ello implica. Hay quien pudiera argumentar que nuestra premisa es falsa porque al menos en el caso venezolano “los precios siempre suben” y por eso “el comerciante especulador siempre gana”. Dicha falacia, por supuesto, tiene lugar en un esquema –como el nuestro– de precios regulados, ataques a la propiedad y, la joya de la corona, la hiperinflación.

No es culpa del comerciante, por ejemplo, el incremento desaforado de la base monetaria (responsabilidad del Banco Central de Venezuela), como tampoco lo es el empecinamiento de fijar una y otra vez, cual Sísifo, largas listas de productos con precios controlados. Mucho menos son responsables de otros delirios monetarios digitales. Aunque parezca difícil de creer para los venezolanos, es bueno recordar una y otra vez que existen otras partes del mundo con economías libres y sin precios controlados en las cuales los precios de los productos sí bajan, incluso en tasas tan impresionantes como 70% u 80%, y los “márgenes de ganancia” tienden a ser de un solo dígito, y que incluso así se genera desarrollo y prosperidad.

Dada la aberración que vivimos, nos vemos en la obligación moral de salir en defensa de los comerciantes y empresarios, por lo que representan para el país y por su función vital para Venezuela. Y la razón es muy sencilla: sin zalamerías ni adulaciones, la realidad es que sin empresarios en el país los pocos vestigios de civilización que todavía quedan en la nación terminarán por desaparecer, con todo lo que ello implica. No quiero que más emprendimientos, más empleos y mayores proyectos de vida sigan abultando el largo recorrido de recuerdos de un país que siento perdido.


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