Era inevitable la decadencia del proyecto bolivariano, que pretendió durante 18 años mantener la fantasía de una democracia dizque participativa y protagónica. Lo que queda de la revolución es un esqueleto que tardará un poco más en convertirse en polvo.

Se construyó alrededor de ese sueño de la izquierda, buscando una igualdad de rasero y terminaron creando un clima de terror, en el que cada día se nos dificultaba respirar, porque en vez de diseñar un futuro mejor para los venezolanos, se exaltó el deterioro de los valores, el culto a la personalidad y la degradación de los principios democráticos.

Sin embargo el estallido de la sociedad, encabezada por los estudiantes, profesionales, obreros, amas de casa, en fin todos los estratos de la colectividad de la nación, es una réplica ampliamente acumulada por esa manera tan sectaria de gobernar, donde lo que importa es arrodillar a esa parte del país que no comulga con los preceptos del socialismo del siglo XXI.

Pero en su infinita idiotez, no contaban que el hambre haría crujir las calles, donde cada vez es más difícil encontrar alimentos, en el cual escasean las medicinas y los servicios públicos son deficientes; además, la inseguridad que se ha erigido dueña del país, con más de 28 mil asesinatos en el 2016.

Asimismo, hay que tomar en cuenta la rabia de la población contra la mentira y el engaño de un proyecto político que arrebató la libertad y la paz, para instaurar una forma de dirigir, que los manipula y los condiciona para tener un solo pensamiento, una forma de hablar, una manera de sentir y un modo miserable de vivir.  

Por eso, en estos días hemos presenciado la expresión de un régimen agotado como proyecto político e ideológico, que se sostiene a través de la represión, porque nadie acepta el monólogo de imposiciones de un gobierno que resuelve la crisis con detenciones, torturas, heridos y muertos.

Buscan una nueva forma de extender su poder, convocando una Asamblea Nacional Constituyente hecha a la medida de su imagen y semejanza, sin respetar la legitimidad de origen que reside en el pueblo, impidiendo que sea refrendada por el voto directo y secreto, dónde no se solucionará la crisis que padece la patria, sino por el contrario, las diferencias pueden convertirse en irreconciliables.

No obstante hemos sido testigos que los gobernantes de turno, están dispuestos, a usar sin limitaciones, la violencia como forma de ahogar las protestas, con sus unidades paramilitares, Guardia Nacional y Policía. Hay que sumarle además, la censura a los medios radioeléctricos y ahora van contra las redes sociales. Estas son las condiciones que imponen para hablar de paz, a través de la opresión.

Avivan las agresiones, pero sus colectivos son un ejemplo de buen comportamiento ciudadano; hablan que hay libertad de expresión, pero a la vez hay que tener mucho cuidado en lo que se dice; profesan afecto y pasión por los jóvenes, pero los apalean cuando protestan; cultivan el amor al pueblo, pero disparan sin contemplación.

Están enceguecidos por conservar el poder, porque mientras más violaciones a los derechos humanos cometan, más claro estará el mundo que la democracia en Venezuela está enferma.

En 1992 surgió un proyecto bautizado con sangre venezolana derramada y quiero equivocarme, pero al parecer, lamentablemente así concluirá. Luchemos para construir la paz, sin violencia, porque a la larga todos somos venezolanos.


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