Existe una decadencia alarmante en cuanto a confianza hacia la Fundación Nobel, pero no de ahora, ya a finales del siglo XX se hablaba de que el premio se otorgaba más por una cuestión de geopolítica o incluso para propiciar acuerdos en pro de unos u otros. A principios del siglo XXI y días previos de que se diera a conocer el nombre del galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2005, se suscitó la renuncia del crítico Knut Ahnlund, como miembro de la Academia Sueca (encargada de dar el fallo para dicha distinción), quejándose de la elección hecha en 2004.

La noticia de inmediato corrió como pólvora encendida alrededor del mundo, periódicos, revistas, noticieros de televisión y radio, portales en Internet y en la comunidad intelectual, el caso ocupó los primeros planos.

Fraude, corrupción, intereses políticos, rodearon a la Fundación Nobel, por encima del galardonado anual. El señor Ahnlund alegó que la escritora Jelinek (Premio Nobel de Literatura 2004) era inmerecedora de tal reconocimiento, ya que “no solo ha causado un daño irreparable a todas las fuerzas progresistas, sino que ha confundido la visión general de la literatura como arte” y su obra la considera como “una masa de textos sin el menor rastro de estructura artística”.

A propósito de la entrega del Nobel de Literatura 2017 y en pleno noviembre, cuando surge la oleada del movimiento feminista #MeToo que se generó a raíz del escándalo de abusos sexuales del productor de Hollywood Harvey Weinstein, la periodista del Dagens Nyheter se decidió a investigar lo que sucedía en torno a abusos sexuales en el ámbito de las letras suecas, y acabó revelando que hasta 18 mujeres habían sufrido abusos sexuales de Jean-Claude Arnault. El asunto tomó mayores proporciones (si es que esto se puede decir) al saber que la Academia Sueca supo de un suceso en 1997, ¡hace 20 años!, cuando Anna-Karin Bylund, según lo dicho por ella, acusó en una carta al francés y “no se tomó ninguna medida”. En esos años también se sitúa otro caso que implica a la propia casa real sueca: cuando la princesa heredera, Victoria, de 40 años, era una veinteañera, Arnault “le tocó las nalgas” hasta que una ayudante real “se abalanzó y apartó a Arnault. Le apartó la mano”, según el diario Svenska Dagbladet.

Por si fuera poco, en diciembre se publicó que Arnault habría revelado con anticipación en tres ocasiones el ganador del Nobel de Literatura —la austríaca Elfriede Jelinek (2004), el británico Harold Pinter (2005) y el francés Patrick Modiano (2014)— y que también se jactó de estar involucrado en la concesión del Nobel en 2008 al francés Jean-Marie Gustave Le Clézio.

Tras estas revelaciones, varias cosas se van entendiendo. Lo cierto es que la Fundación Nobel se encuentra en una crisis seria, una crisis que obliga a replantear los objetivos de este organismo, sus valores y reconocer sus errores, con la finalidad de recuperar el prestigio de tan noble institución, que con el paso de los años se ha desdibujado.

Que las letras sirvan para denunciar, y que personas que actúan tan detestablemente como Jean-Claude Arnault sean erradicadas de la Fundación Nobel, y de todo organismo, institución, gobierno y partido político.


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