Venezuela se ha convertido en un inmenso laboratorio social y político en el cual las más osadas y atrevidas hipótesis recorren los escenarios académicos, virtuales, públicos y, en fin, populares, que terminan difuminándose en el aire de los rumores y de los cuchicheos del ágora socio-política nacional.

A diario observamos en la pantalla chica de la TV, a no pocos sabihondos expertos y peritos, de verbo fácil y laxa logorrea, pontificando acerca de los próximos escenarios y sus respectivos planes A, B, C…

Los más patético es que las ditirámbicas piruetas logomáquicas reflejan una espantosa pobreza lexicográfica y una no menos deleznable menesterosidad sintáctica que hacen aparecer a sus protagonistas como lamentables recogelatas de la basura espiritual en que la revolución nos subsumió a todo un país en poco menos de 20 años de dictadura proletaria.

Desde improvisados “sociólogos” de contextos imaginarios, pasando por “antropólogos” de las más fieras ficciones metanarrativas, hasta politólogos de topos ouranos invencionados e “historiadores” intemporales pueblan la más variopinta zoología pseudopolítica de la comarca obsidional venezolana actual. Todos, absolutamente todos, tienen siempre “algo que decir”, sobre el gaseoso e inasible presente que alimenta la vindicta pública nacional. Es evidente que la turba ignara ha tomado la escena, pero lamentablemente la turba no tiene sustantivo ni trascendente que decir sobre la realidad atenazante que envilece a las mayorías ágrafas y abandonadas por la mano de Dios y del Diablo a su triste destino incierto. En los programas de entrevistas matutinos televisivos y radiales crece la mala hierba del oropel lingüístico y de la precariedad verbal en boca del improvisado político pragmático de dice cualquier barbaridad sobre cualquier tema sobre la crisis y sus corolarios.

Hoy, más que nunca, urge insoslayablemente acometer una gran cruzada nacional de adecentamiento del lenguaje político de la civitas. Hay que limpiar las palabras de la tribu y despojarlas de tanta mugre semántica que afea sus esencias y sus iridiscencias polisémicas naturales. El fascismo revolucionario y la proletarización miserable de las palabras han terminado por instaurar una semiosis adjetival que miserabiliza el sentido plural del decir precarizando las posibilidades expresivas de la lengua materna. La argumentación densa y compleja ha sido suplantada por el adjetivo fácil y descalificativo; donde hubo frondosidad expresiva y donosura enunciativa hoy prolifera sequedad sinonímica y denuesto agreste. Ya no hay interlocución ni dialógica perlocucionaria entre sujetos que platican previa reglas de juego intercomunicativas, hay en cambio mucha violencia semántica y ofensa ética que impide y clausura cualquier posibilidad de dialogicidad realmente con propósitos comunicativos. Las palabras se han manchado de sangre gracias a la radical intemperancia antagonista de las ortodoxias irreductibles.


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