El Estado venezolano se ha convertido en una máquina productora de precariedad social (miseria material, estrechez económica, escasez y hambre), insatisfacción, violencia e incertidumbre. Con una férrea voluntad maliciosa, Hugo Chávez y Nicolás Maduro desmantelaron el sistema democrático de la cuarta república en nuestras propias narices y en frente de los organismos internacionales.

La implantación del régimen socialista-militarista no fue cosa difícil porque ambos presidentes se enfocaron en asignar prebendas entre los pobres de conciencia (llámense individuos, empresas, instituciones, partidos o Estados). Durante tres quinquenios el gobierno vendió sistemáticamente la idea de que Venezuela era un país con grandes oportunidades para invertir debido a su situación geopolítica, realizar provechosos negocios con poco trabajo y una mínima fiscalización; es decir, que nuestra patria fue vendida a propios y extranjeros como un corredor idóneo para legalizar y blanquear todo tipo de capital en beneficio del pueblo.

La propensión acomodaticia de un buen número de venezolanos es producto de la nefasta herencia de nuestra cultura rentista-petrolera, es la causa más repugnante y difícil de vencer en la actual crisis económica y humanitaria. Además, el monopolio alimenticio al interior del país, el contrabando de alimentos y gasolina subsidiados con recursos del Estado es sin duda el bozal de arepa que amarra a las Fuerzas Armadas con el socialismo.

Si a eso se le suma la instauración de la fraudulenta ANC, se entiende que la subsistencia básica y digna del venezolano común está en jaque, y esto es debido a la cohabitación de dos “ingenuidades”: la socialista y la opositora; la primera cree que el régimen es inmune a la erosión; la segunda piensa que a través de la violencia y la abstención se puede refundar la República. “Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario” dijo una vez Carlos Andrés Pérez (lo cito como tributo a los adecos en su 76 aniversario). La identificación “ingenua” con estas dos maneras de pensar es fundamentalmente un modo de engañar porque la política es un mecanismo de cambio que se acciona a través de buenas propuestas, las cuales tienen como fin aliviar el sufrimiento y condenar todas las injusticias.

Estamos en el limbo político porque carecemos de la sabiduría de las abejas; si cualquier abeja detecta un festín o un peligro para la colmena, le basta hacer una pequeña danza en la dirección correcta para que las demás la sigan sin titubeo, sin esperar aprobación, cuestionamiento, respuesta o un diálogo de parte de las otras. Las abejas confían entre ellas mismas para preservar toda la especie. Así como la colmena garantiza un bien mayor para las abejas, la Constitución de un país garantiza la supervivencia y participación política de todos los ciudadanos.  Aclaro que las abejas no saben retransmitir el mensaje ni cuestionarlo porque son seres puros incapaces de hablar, mentir o traicionar. No somos abejas, pero podemos aprender algo de ellas: tenemos el poder de aliviar nuestros males y acceder a un mejor gobierno por la vía del voto (en la dirección correcta); solo nos falta confiar en que sí podemos hacerlo para acabar con la incertidumbre engendrada por la “ingenuidad” política, cuya raíz principal es la inhibición cívica y pacífica del venezolano común.


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