En días pasados asistí a un foro, del ya imprescindible Espacio Abierto, de  jóvenes líderes de los partidos políticos con alguna consistencia, concretamente de AD, Primero Justicia, Voluntad Popular y Un  Nuevo Tiempo. Los nombres y apellidos importan poco dado el espíritu con que hablaron. El público, que no era tan joven, aplaudió mucho y diría que con otra tonalidad, más fresca y entusiasmada, conque lo hace en estos días, por ejemplo, ante las apocalípticas disertaciones de nuestros entrenados y atentos economistas, generalmente acertadas, y por supuesto cuando asoman las dagas y las zancadillas del divisionismo, que tenemos un buen rato en eso.

¿Quién puede manifestar júbilo cuando los duchos en default o hiperinflación nos pintan el más siniestro recinto dantesco en que posiblemente vamos a vivir, en unos meses o en unos días? ¿Quién puede solazarse en la pérdida del más mínimo sentido de la autodefensa mirando desmantelar las trincheras  donde debemos combatir a un enemigo artero y vil como pocos, cuyo último capítulo es el insólito ataque a Henrique Capriles, casi el símbolo de estos  largos años de lucha,  con su inteligencia, su arrojo y con sus errores como le acaece a todo luchador que reta un destino huracanado? 

Aquí paso algo distinto, raro. Porque no es frecuente  marcharse animado después de una conversación política, pública o privada. Y  el que escribe está claro en que, como toda segmentación social abstracta, generalizadora, la exaltación de la juventud es una enfermedad peligrosa y en el límite bordea la antipolítica, “juventud divino tesoro”. Como también lo es su negación rotunda, “después de nosotros el diluvio” o “la juventud, eso pasa”. De las dos hemos dado muestras en estos tiempos. En 2017 exaltamos  a los jóvenes por su valor y tenacidad y se usaron adjetivos sonantes. Luego, cuando cayó el movimiento y vieron las sucesivas derrotas, nos pusimos a añorar los supuestos estadistas de antaño, cultos y experimentados.

De manera que no voy a conceptualizar demasiado el asunto. Simplemente a describir dos rasgos de sus intervenciones que me parecieron notables. El primero es que hicieron gala de que entre ellos había una profunda sintonía y respeto, más allá de sus ideologías y más allá de los roces que pueda haber entre sus organizaciones. Son panas, pues. Y esto sin duda refresca el ambiente de estos últimos meses, sobre todo porque la unidad sigue siendo la primera pieza de todos los discursos opositores y por ello sus imposibilidades el más reiterado de los lamentos. Pero además están trabajando a tiempo completo, en su caso no es pertinente la crítica al inmovilismo y la abulia que se le suele atribuir a una oposición que habría agotado su caudal energético combatiendo sin fortuna los desmanes de un gobierno criminal. Trabajan, dicen, a tiempo completo y con una pasión que suena muy verdadera.

Pero además tienen claro, y pienso que es lo más importante, la estrategia mayor de su trabajo en esta circunstancia trágica de nuestra historia y que definiría así: acompañar a los más pobres en su terrible condición, en sus necesidades materiales más acuciantes y primarias. Organizándolos para demostrarles que es en la solidaridad y la cohesión como pueden lograr enfrentarlas en alguna medida. No se trata de ganar un lugar en medio de las grandes mayorías, hoy desesperadas por su subsistencia, utilizando banderas ciertamente fundamentales como la constitucionalidad, el rechazo de la profanación de los derechos cívicos, sobre eso  prela hoy la pelea por regularizar el servicio de agua, las vacunas para los niños, proteger el barrio o impedir la manipulación con las bolsas CLAP y otro sinfín de tareas. Y solo así se puede pensar en formas de organización cada vez más amplias y sólidas para el objetivo final de abrir todas las puertas.

Y cómo cuesta eso. Armar muchos frentes en cada sector de Petare (a Pizarro le costó una hepatitis grave). O la ímproba tarea de abandonar Caracas para recorrer un interior aislado y devastado. Eso hacen, ya no esperan el Gran Día sino construyen una Venezuela ensamblada y fiera, su condición. Lo cual suena muy bien, repito, muy bien.


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